En esta ocasión presentamos la reseña literaria del libro titulado “Mitología Romana: El imperio eterno” de Javier Tapia, editado y publicado por Plutón Ediciones y perteneciente a la colección “Mythos”.
Si bien al hablar de mitología romana la primera idea que se le puede venir a la cabeza al lector, es la de que ésta, simplemente toma como referente de la mitología griega, ya que, si bien Roma conquistó militarmente a Grecia, culturalmente fue todo lo contrario.
Sin embargo, ésto no es del todo cierto. Obviamente es sabido que Roma adoptó los dioses Griegos y los cambió de nombre:, como es el caso de Zeus por Júpiter, Juno por Hera, Minerva por Atenea, Marte por Ares, Vulcano por Hefesto, Venus por Afrodita, Neptuno por Poseidón y así un largo etcétera.
No obstante, existían otros cultos anteriores al conocido como fenómeno de la “helenización”, que fueron adoptados por los romanos, por lo que no se puede hablar de una mera copia de la mitología griega. “sino que bebe de civilizaciones anteriores” Es el caso del culto a la diosa “Fortuna” con el “Cuerno de la Abundancia” o al dios “Quirino” de origen sabino,o la diosa Ío de origen egipcio o el culto a Mitra de origen persa.
También es importante mencionar que Roma hizo de “puente” para el impulso de nuevas religiones como el cristianismo, ya que favoreció de alguna manera la mistificación de la figura de “Jesús”.
También adoptaron la astrología a su calendario y mitos como las doce pruebas de Hércules.
Posteriormente, llegaron los mitos propiamente romanos como el de Aracne, la araña tejedora, Bona Dea, Circe y Pico o Cástor y Pólux, los gemelos malditos entre otros.
Para finalizar, destacar que Roma también se apropió como parte de su imaginario y mitificó revueltas de esclavos como la de Espartaco para controlar a la masas y con Justiniano optó por adoptar el catolicismo y añadirle ciertas modificaciones y adaptaciones de la mitología griega. Por otra parte, el ser una religión monoteísta suponía una gran ventaja ya que era más fácil de entender por el pueblo llano al tener que adorar a un único dios y a la vez, servía al Imperio Romano como un instrumento de control muy eficaz, ante posibles revueltas.
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