El 3 de septiembre de 1932 aparece por segunda vez el nombre de la Standard Oil en un medio impreso.
El diario Crítica de Buenos Aires, plantea ese día la interrogante sobre la financiación de la aventura bélica a la que al parecer parece dispuesta Bolivia a lanzarse.
Considerando que Bolivia no contaba con recursos suficientes para financiar el esfuerzo bélico, resultaba lícito preguntarse quién financiaba la guerra.
En la víspera, el 2 de septiembre de 1932, Crítica, publicaba una nota en su página seis con el título “La loca aventura de la Standard Oil en Bolivia y la salida al mar hacia el Atlántico”.
Este medio relacionado al magnate uruguayo Natalio Botana, en cuya redacción se aglutinan referentes del anarquismo argentino junto a luminarias como Roberto Artl o Jorge Luis Borges, por esa época era el de mayor tirada en hispanoamérica, y contaba en sus filas con un talentoso diseñador Gráfico paraguayo, Juan Ignacio Sorazábal.
Conocidas las penurias de las fuerzas bolivianas en el escenario de operaciones bélicas, considerando que Bolivia no contaba con recursos suficientes para financiar el esfuerzo bélico, para los redactores de Crítica resultaba pertinente preguntarse quién financia esta inexplicable guerra.
Para este medio impreso no había dudas: La financiación bélica de Bolivia proviene de Patiño o de La Standard Oil.
Por su parte el director de la revista Claridad, el español Antonio Zamora, enfatiza el rol de los “bandoleros” de la Standard Oil y de la Royal Dutch como capitanes generales en disputa por las regiones petrolíferas del nuevo mundo.
Claridad tenía su contrapunto en la prensa conservadora, que alertaba sobre el avance del comunismo que se vislumbra detrás del conflicto, que daba argumentos para agudizar la lucha de clases. La revista católica Criterio era un destacado exponente de este posicionamiento.
Coincidían en Argentina, importantes referentes marxistas bolivianos en el exilio, entre ellos el escritor Gustavo Navarro, más conocido por su seudónimo como Tristan Marof, quienes instigaban a la deserción de los soldados bolivianos que combatían en el Chaco.
Días más tarde, el 11 de septiembre de 1932, el mismo diario Crítica hace una cruda descripción de las fuerzas bolivianas enviadas al Chaco.
El diario de Natalio Botana acusa a Bolivia de enviar a sus soldados a la muerte, bajo mando de oficiales mercenarios que se jugaban a los naipes la paga de los soldados que padecían de sed, hambre y enfermedades en el Chaco.
Un enviado del diario porteño, desde Villazón, afirma haber llegado a las puertas mismas de esa población boliviana, que vivía convulsionada por la fiebre guerrera, fomentada con espíritu chauvinista por quienes a prudencial distancia soñaban absurdas conquistas territoriales, cuando no aprovechaban la ausencia de campesinos y obreros para arrebatarles sus tierras.
El altiplano, según este cronista, estaba en situación caótica y en plena anarquía, el ejército era una caricatura, formado por hombres tristes y hambrientos, que llevaban en sus caras rastros indelebles de las enfermedades propias de la región.
La falta de agua, la vegetación espinosa, las alimañas, los mosquitos, todo era hostil para quienes descendían de las sierras bolivianas.
Eran obligados a internarse en un territorio sin caminos, donde la aviación era ineficaz, para caminar largas distancias alejándose de sus fuentes de abastecimiento y de su hábitat natural.
A todo ello se sumaba la segregación racial reinante en filas bolivianas, que impedía emerger a la conciencia de una causa aglutinante.
El mismo presidente Salamanca sería víctima de los prejuicios regionalistas, siendo resistido en La Paz por ser oriundo de Cochabamba.
Los imperialistas que se veían a sí mismos como divertidos aventureros, habían encendido la chispa de una guerra insensata, a pleno sol y a la vista de todos. Pero como si se hubiera tratado de un truco de magia, la crónica oficial jamás se percató del inmoral fenómeno que dejó cien mil cadáveres junto al lento rizo de las raíces en el Chaco.