Decíamos que la censura de hoy no necesita ni tijeras ni brochas. Más sutil, le basta con volcar toneladas de paja sobre la aguja de oro (la información veraz) y a su vez fomentar animadversiones contra aquellos que no comulguen con ruedas de molino. Todo esto tiene un efecto degenerativo: que la mentira consentida o compartida, sin reproches morales, impregne todo el pensamiento. Amoralidad y ausencia de reflexión crítica.
En un documental inglés sobre el desastre de la Armada española los historiadores que lo narran reconocen que muchísimos de ellos saben la realidad de lo sucedido, pero que esa mentira se mantiene porque cohesiona a la nación y fomenta la idea de invencibilidad (Boris Johnson si la ha creído). Pero esto tiene sus peligros. ¿No puede llevar a actitudes como las del chihuahua que provoca inconscientemente al pitbull? Los españoles solemos caer en el error contrario: por un realismo excesivo aceptamos con fatalismo dictados internos y externos que no nos convienen, sin pensar que también hay bulldogs. Nunca hemos sabido jugar al contrapoder.
La cuestión es que la mayoría no ve la libertad de expresión como un elemento indispensable. ¿Para qué más información si lo que hay que saber ya está dispuesto en papel y tinta? En cierto sentido ven esa libertad como un adorno para diletantes que tratan cosas que no interesan (ni afectan) al común de los ciudadanos. ¿De qué sirve saber que lo de Isaac Peral fue un delito de alta traición, con enriquecidos huidos a EEUU, aparte de la demostración del grado de inepcia que pueden alcanzar los gobiernos para que no se los vigile? ¿Quizás para que no vuelva a ocurrir? Peral, Sanjurjo Badía, Monturiol, De la Cierva, totalmente ignorados, mientras que Suecia y Países Bajos, nuestros amigos, se han unido para exportar sus Expeditionary C-71 y boicotear el submarino S-80 de Navantia. Doce unidades seguramente perdidas.
Sin embargo, la libertad de expresión es una pieza esencial en el reloj político. Si se la altera se descompone el resto del mecanismo. Sin ella no es posible esperar que la mayoría sepa cuáles son sus verdaderos intereses y los haga valer. Aparte de que su ausencia es una prueba de que el sistema general de libertades falla.
La libertad de expresión articula al resto del sistema democrático, considerado este como un mecanismo no sólo de elección, sino también de prospección y de reflexión. Hay diversas formas de interpretar la democracia: bien como un resultado aritmético obtenido de cualquier forma para lo que sea; bien como un mecanismo de decisiones basadas en previos y completos análisis colectivos. Por cierto, en la actualidad hay más libertad de información sobre lo nacional que sobre lo internacional. Cosas que se pueden decir sobre los reyes (a veces de forma improcedente) no se podrían decir sobre presidentes extranjeros. Una prueba del debilitamiento de la soberanía y de que esta ha pasado a un segundo plano.
De la libertad de expresión depende que aparezcan en el escaparate del pensamiento político todos o sólo algunos artículos entre los cuales luego elegir. Sin ella, o recortada, se conculcan el pluralismo y el necesario proceso (pro -para adelante- y cere -, caminar-) de contradicción de ideas. ¿Cómo elegir sin una información previa, abundante, contradictoria? ¿Cómo ignorar que nosotros y no ellos –los que decimos que mandan-- somos los jueces? ¿Quién llena el 80 por ciento de las arcas? ¿Quién da cuerpo a nuestra sociedad? Sin esa libertad el mundo se reduce, queda sumido en una oscuridad que se traga continentes enteros y miles de millones de seres, importante no sólo por su humanidad, sino porque también son opciones interesantes. Se actúa como si lo minoritario fuera el todo y la mayoría la nada. Pero la nada existe, por mucho que una libertad de expresión muy recortada intente ignorarla.
Sin elección entre contrarios no hay democracia, al menos así lo ha planteado siempre para los demás nuestra propaganda liberal. Nos han venido a la mente las acertadas y recientes palabras de la secretaria general de la OMC, nigeriana: “Cuando negociamos con los chinos recibimos un aeropuerto, cuando negociamos con los europeos recibimos una lección”. Cierto, todos sentimos lo mismo. ¿No estamos sobrados ya de teoría inaplicada?
Por cierto, para esta mentalidad liberal-humanista sólo se habla del número de escaños. En una reducción más, el número de votos es irrelevante. Pero, ¿lo es si el número de votos y de escaños no se corresponden? Otra discusión eliminada: el sistema electoral (mayoritario o proporcional). En Gran Bretaña, supuesta cuna de la democracia moderna, sorprende que un partido con nueve millones setecientos mil votos obtenga 411 escaños y otro con cuatro millones obtenga 4 (cuatro). ¿No hay en estos una diferencia de 165 escaños? ¿Cómo pesa la democracia el valor de sus ciudadanos? ¿Es irrelevante?
La abstención es otro asunto eclipsado. Antes era objeto de debate, hoy, cuando precisamente aumenta, se ha eliminado su significado. ¿No deberían “desocupar” escaños? Nadie quiere analizar por qué toda la franja de países de la Europa oriental, -salvo Rumanía y Hungría, y ya se sabe qué significa el voto húngaro-, ha tenido en las elecciones europeas una abstención que rondaba entre el 60 y el 70 por ciento. Desde hace décadas se ignora este asunto. No votar significa quedar congelado. Las causas, en un pensamiento infantilizado, no interesan.
En EEUU, democracia que vigila a las demás democracias, sus electores eligen compromisarios que a su vez elegirán al presidente de la nación. ¿No se fían de sus ciudadanos? Son elecciones indirectas en las que además, como en Gran Bretaña, la mitad más uno lo absorbe todo. ¿No debería ser la democracia cosa de proporciones?
Y esa libertad de expresión, adulterada, ¿qué produce? No sólo destrucción de la veracidad, sino también desorganización del pensamiento. Si desaparece el sentido de lo correcto no habrá necesidad de mentir. Podemos comprobarlo en las capas más externas (popularizadas) de la cultura. Dirigida por muñeco (no es expresión peyorativa, sólo pretende definir algo muerto con apariencia de vida y con la finalidad de distraer de lo que debería preocupar) introduce modelos sin sedimentación. Anuladas las reglas de raciocinio que los tiempos han ido cribando habrá que pensarlo todo de nuevo y volver a tropezar en las mismas piedras. Esta es otra cuestión: como si se tratara de una pescadilla que se muerde la cola cabe preguntarse de dónde surge la legitimidad de los que se arrogan el control del pensamiento y de la expresión. ¿Del sistema democrático que tantas dudas plantea? ¿No son suficientes los escándalos que vivimos mundialmente para que se repiense todo el sistema?
¿Y qué anti-tribunal se puede establecer para evitar la inquisición informativa? Sólo cabe ejercitar y fomentar un alto nivel formativo y crítico en todos los niveles de la sociedad. No hay pastillas para la lucidez. Cuesta trabajo conseguirla, si es que se consigue. Si los medios se inundan de paja, que los buenos periodistas los inunden de agujas de oro. Y que el público decida.
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