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Añoro aquellos tiempos en los que el curso comenzaba en octubre y los más espabilados racaneábamos hasta después del Pilar

Vuelta a las aulas

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En los tiempos que corren, los estudiantes malagueños se incorporan a las aulas el 10 de septiembre. Como he cometido la osadía de matricularme en segundo de Historia, una vez superado el primer curso, me he vuelto a incorporar a unas instalaciones viejas y llenas de obras. Unos bancos incómodos y antediluvianos que, a partir de la tercera hora de clase, hacen jurar en arameo a mis maltrechos huesos.

       

Me reencuentro con mis viejos compañeros -que tanto me apoyaron el curso pasado- y me encuentro con la novedad de algunos repetidores así como la presencia de casi una decena de estudiantes “talluditos”. No sé si debido a que repiten mucho o, lo que es más plausible, a consecuencia de compartir los estudios con el trabajo o que cogen asignaturas sueltas.

     

Mi buena noticia de hoy se centra en el profesorado que tenemos asignado, todos pueden ser de la generación de mis hijos y alguno casi de la de mis nietos mayores. Su aspecto es el de becarios bastante avanzados, pero su ciencia y su forma de impartir las clases  es la de profesores muy avezados y extraordinariamente dotados para la enseñanza. Utilizan un lenguaje cercano para los jóvenes y, a veces, casi ininteligible para los “puretas” del “segmento de plata”. Cuando nos hablan de presentar trabajos iluminados por “memes”, un escalofrío recorre mi espalda.  

    

Ahora voy a entrar en la indumentaria estudiantil. Aun recuerdo como en mi primera época de estudiante, en aquella vetusta Escuela de Comercio de finales de los 50, nos prohibieron llevar calcetines rojos y nos obligaron a llevar una boina con lazos blanquiverdes para identificar nuestros estudios. Chaqueta, corbata y pantalón largo.

   

Lo de ahora es un atentado a la corrección. Los más mayores y los más jóvenes. Pantalón corto, cortísimo y, a ser posible raído y deshilachado. Camisetas de tirantes o de multitud de equipos de futbol o de rugby. Espaldas y barrigas al aire. Leyendas en inglés o en sanscrito, como avanzadilla de una declaración de intenciones.

    

Una vez superado el impacto visual, te encuentras con una juventud excelentemente preparada, participativa  con ganas y capacidad de labrarse un brillante puesto en la sociedad.

    

Cuando termino de escribir estas reflexiones me enfrento a la cruel realidad. El que no pinta nada allí soy yo. Lo que pasa es que son tan buena gente que no me lo dicen.

Vuelta a las aulas

Añoro aquellos tiempos en los que el curso comenzaba en octubre y los más espabilados racaneábamos hasta después del Pilar
Manuel Montes Cleries
lunes, 16 de septiembre de 2024, 09:39 h (CET)

En los tiempos que corren, los estudiantes malagueños se incorporan a las aulas el 10 de septiembre. Como he cometido la osadía de matricularme en segundo de Historia, una vez superado el primer curso, me he vuelto a incorporar a unas instalaciones viejas y llenas de obras. Unos bancos incómodos y antediluvianos que, a partir de la tercera hora de clase, hacen jurar en arameo a mis maltrechos huesos.

       

Me reencuentro con mis viejos compañeros -que tanto me apoyaron el curso pasado- y me encuentro con la novedad de algunos repetidores así como la presencia de casi una decena de estudiantes “talluditos”. No sé si debido a que repiten mucho o, lo que es más plausible, a consecuencia de compartir los estudios con el trabajo o que cogen asignaturas sueltas.

     

Mi buena noticia de hoy se centra en el profesorado que tenemos asignado, todos pueden ser de la generación de mis hijos y alguno casi de la de mis nietos mayores. Su aspecto es el de becarios bastante avanzados, pero su ciencia y su forma de impartir las clases  es la de profesores muy avezados y extraordinariamente dotados para la enseñanza. Utilizan un lenguaje cercano para los jóvenes y, a veces, casi ininteligible para los “puretas” del “segmento de plata”. Cuando nos hablan de presentar trabajos iluminados por “memes”, un escalofrío recorre mi espalda.  

    

Ahora voy a entrar en la indumentaria estudiantil. Aun recuerdo como en mi primera época de estudiante, en aquella vetusta Escuela de Comercio de finales de los 50, nos prohibieron llevar calcetines rojos y nos obligaron a llevar una boina con lazos blanquiverdes para identificar nuestros estudios. Chaqueta, corbata y pantalón largo.

   

Lo de ahora es un atentado a la corrección. Los más mayores y los más jóvenes. Pantalón corto, cortísimo y, a ser posible raído y deshilachado. Camisetas de tirantes o de multitud de equipos de futbol o de rugby. Espaldas y barrigas al aire. Leyendas en inglés o en sanscrito, como avanzadilla de una declaración de intenciones.

    

Una vez superado el impacto visual, te encuentras con una juventud excelentemente preparada, participativa  con ganas y capacidad de labrarse un brillante puesto en la sociedad.

    

Cuando termino de escribir estas reflexiones me enfrento a la cruel realidad. El que no pinta nada allí soy yo. Lo que pasa es que son tan buena gente que no me lo dicen.

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