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La política ha comenzado a asfixiar la vida ciudadana, no por la esencia de aquella, sino porque el mundo de los parásitos politiqueros está invadiendo la sociedad. La “POLIS”, cada vez se parece más a un campo de minas, en el que te salvas, solamente, si tu partido te da el plano. El resto, para sobrevivir, deberá llevar consigo el detector de “ideología patriótica", recibido con la condición de "enmudecer su libertad".
Querer participar, colaborar, si no tienes carnet ideológico, es jugarte tu intimidad, tu proyección profesional y, sobre todo, tu anonimato.
Lo más grave es que este diseño institucional, "combinación venezolana – nicaragüense – cubana” ha evolucionado “made in Spanish"y lo primero que ha hecho es “adormecer las conciencias”.
Ahora, en España, sólo “la soledad del corredor de fondo” rotulará el camino de las libertades individuales.
¿Cuánto cuesta comprar, ocasionalmente engañando, los “SÍ” o los “NO” de las bancadas del Congreso y del Senado?
Los sabios economistas del gobierno conocen perfectamente como “Makemoney/Make a fortune” (ganar dinero, hacer fortuna), pero los expertos funcionarios del Banco de España, José Luis Escrivá y Soledad Núñez, educados, previamente, por el Gobierno “pseudo venezolano”, diseñarán un mapa de ingresos y gastos a la medida del panadero... “EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA”.
Muchos habitantes de nuestro país piensan, y con razón, que los servicios que reciben por pagar sus impuestos son muy escasos. El no recibir por lo que pagas es una forma sutil de robo, que puede calificarse de apropiación indebida. De eso saben mucho los ayuntamientos socialistas, porque hacen del Consistorio su cortijo: hacen y deshacen a su antojo.
Aun recuerdo mis tiempos escolares en los que, al pasar lista, se contestaba con la exclamación: ¡Servidor! O aquél latiguillo que utilizaba López Vázquez: “un esclavo… un servidor”. Este sustantivo se ha dejado vinculado solamente a los distribuidores de Internet.
Normalmente cuando se habla de la existencia de vida después de la muerte se acostumbra a decir que ningún difunto ha regresado del más allá para explicar lo que ha visto. Es cierto. A pesar de ello un instinto inconsciente impulsa a los incrédulos a reconocer la existencia de dos lugares bien diferenciados.
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