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​Arnau Fernández Pasalodos: «Quería ofrecer el lado humano de los guardias civiles que participaron en la lucha antiguerrillera»

Entrevista al doctor en Historia
Herme Cerezo
miércoles, 9 de octubre de 2024, 13:17 h (CET)

Fdezpasalodos sxxi


Último viernes de septiembre. Sol por la calle. Penúltimos coletazos del calor. Al otro lado del teléfono se asoma Arnau Fernández Pasalodos (Barcelona, 1995), un joven doctor en Historia, investigador posdoctoral en el Centre for War Studies del University College Dublin, que ha publicado algunos estudios en diversas revistas. Hace unos pocos meses ha aparecido por las librerías de nuestro país ‘Hasta su total exterminio. La guerra antipartisana en España, 1936-1952’, editado por Galaxia Gutenberg, volumen que recoge el fruto de su tesis doctoral y donde el historiador barcelonés estudia un fenómeno ya tratado, tanto por la ficción como por la historiografía, como es la guerra de guerrillas, partisana o asimétrica, la de los maquis en román paladino, que se prolongó hasta el año 1952. Fernández Pasalodos se adentra en la lucha y en las dinámicas que determinaron el funcionamiento de la Benemérita durante los primeros años de la Dictadura Franquista. ‘Hasta su total exterminio’ es un texto poliédrico que habla de la represión ejercida contra los partisanos, al tiempo que dirige el foco sobre la auténtica realidad que vivieron los guardias civiles en ese tiempo, algo completamente novedoso para los lectores amantes de la Guerra Civil y sus prolongadas secuelas. El punto de partida del texto lo constituye el bisabuelo de Arnau, Manuel Sesé Mur, asesinado durante la posguerra. Este luctuoso hecho estimuló todo el proceso investigador subsiguiente mediante un peregrinaje por archivos y bibliotecas. Con el mediodía ya pasado y el piloto rojo encendido, la grabadora comenzó a registrar las respuestas del investigador barcelonés, bañadas en su peculiar acento granadino, propio de la tierra de sus ancestros.


Arnau, me llama la atención que un doctor en Historia con solo 29 años, se interese por la Guerra Civil, su universo y consecuencias, ahora que a mucha gente joven parece no preocuparle este asunto, por decirlo de manera suave.


Es cierto. Desde hace un año, más o menos, veo que se ha producido una contra-respuesta al interés que había antes por las víctimas del conflicto y sus familiares, y que las generaciones jóvenes se han hecho eco de visiones revisionistas. Para ser sincero creo que, si este libro existe, es porque ya desde pequeño en mi familia se hablaba de mi bisabuelo, Manuel Sesé, cuya historia no estaba clara del todo. Mi abuela hablaba muy bien de él, decía que era una persona muy politizada, con tendencia de izquierdas, alguien que luchó por un mundo más justo y libre. Al mismo tiempo fue un hombre enigmático, casi mítico. Este libro y todas mis investigaciones proceden del interés por conocer qué le ocurrió realmente.


Como bisnieto de Manuel Sesé, ¿te ha resultado difícil observar el equilibrio y la distancia que todo historiador debe mantener en una investigación como la tuya? ¿Has sentido repercusiones emocionales?


Es un ejercicio complicado, no tanto porque el resultado pueda estar viciado por mi ideología de izquierdas, mi experiencia o mi background, sino por el tema del tratamiento que yo quería dar a los victimarios. En el caso de mi bisabuelo y de otros muchos represaliados franquistas, la dificultad radicaba en no presentar a los victimarios como gente violenta sin más, cosa que les ha ocurrido a otros compañeros y compañeras que, al tratar este tema, han caído en la facilidad de brutalizar a los guardias civiles o policías armados. Yo pretendía ofrecer el lado humano de estos seres, personas con pensamiento propio, con familia y con pasado, que actuaron como lo hicieron por algún motivo concreto, y a los que su actividad profesional llevó a convertirse en asesinos. Una dificultad añadida lo constituyen las formas brutales con las que murieron los guerrilleros. Cuando recibí la documentación sobre mi bisabuelo, sentí un contraste de emociones. La idea de pensar que allí encontraría lo que realmente le había ocurrido a Manuel Sesé me hizo estar varios días sin abrirla. Luego, al acceder a su autopsia y enterarme de cómo le habían disparado, estuve tres semanas sin escribir. Fue un impacto muy fuerte, porque describían cómo lo asesinaron sin ningún tipo de filtros. Y me costó mucho gestionarlo. Hubo también otros momentos en los que tuve que parar porque me encontraba mal.  


Mientras preparabas la tesis doctoral que ha dado origen a ‘Hasta su total exterminio’, trabajaste en varios sitios para continuar con tu proyecto, un esfuerzo duro, duro.


Cuando uno hace una tesis doctoral lo normal es llevarla a cabo mediante algún tipo de contrato, una ayuda pública o privada. Sin embargo, últimamente las ayudas se han ido recortando y en mi caso no tuve opción de acceder a ellas. Trabajé cuatro años en Ikea y otro más en Sprinter, ocho horas de jornada laboral diaria. Llegaba a casa por la tarde y tenía que compaginar la investigación con mi vida social y sentimental. En vacaciones no iba a la playa, me marchaba a Madrid al Archivo de la Guardia Civil o al del Partido Comunista a buscar documentación. Esa situación me generó un trastorno obsesivo compulsivo. Sentía la necesidad material de investigar en esas condiciones, porque si no conseguía terminar lo más rápido posible, iba a perder la salud. Acabar la tesis me permitiría después dedicarme a la investigación, ya de manera retribuida, y acceder a una plaza en alguna universidad española o extranjera.


Tu abuela falleció antes y no pudo ver el libro concluido. ¿Cuántas preguntas se te quedaron sin formularle?


Muchísimas. Mi abuela, además, desde 2011 desarrolló un alzhéimer muy rápido y se quedó prácticamente senil. Dejé de hacerle preguntas sobre este asunto cuando yo tenía dieciséis años y, claro, cuando me formé cómo historiador, con veinte o veintiún años ya, no le pude preguntar nada. Luego falleció. Me arrepiento de no haberle preguntado por su madre, la viuda de Manuel Sesé, que unos años después de que lo mataran se marchó a Sabadell. Por eso yo nací allí y soy catalán. Tuvo que soportar el trauma de que le mataran al marido y también la carga de la comunidad que sabía que había muerto por rojo. Creo que cayó en una gran inmunodepresión y falleció unos años después, víctima de un cáncer atroz.


Me contaba el otro día Juan Manuel de Prada que, para su última novela, había visitado más de 80 archivos de todo el mundo. Se refería sobre todo a los archivos franceses y me explicó que había accedido a los expedientes que buscaba con absoluta naturalidad. ¿Te ha sucedido a ti lo mismo?


La documentación en la que se explica la represión por parte del aparato franquista se encuentra en poder del ministerio de Defensa o del Interior. Es decir, está en manos de guardias civiles, policías o militares. Todos, más o menos, sabemos de qué pie cojea el estamento militar, integrado por personas más conservadoras, tanto desde el ámbito familiar como laboral. Desde hace unos diez años se ha producido una apertura gracias a que en estos archivos ingresó personal civil, ya que antiguamente allí sólo trabajaba personal militar. La presencia de personas enamoradas de la archivística trajo aparejada otra sensibilidad a la hora de prestar este servicio y eso nos ha facilitado mucho el trabajo a los historiadores. Pero todavía quedan espacios a los que resulta complejo acceder. La Guardia Civil posee un archivo propio en Madrid, en el que la documentación no está clasificada y desconocemos exactamente todo su contenido. Les he pedido muchos partes de operativos de servicio y me han dicho que no los tienen, algo difícil de comprender porque de cada servicio realizado redactan un parte. Se trata de un material sensible que habla de detenciones, deportaciones, aplicación de la Ley de Fugas... Creo, y lo mismo piensan otros historiadores, que esa documentación permanece guardada en el sótano. Por alguna razón no quieren que hechos sucedidos hace ochenta años salgan a la luz pública, aunque tampoco podemos olvidar que tienen poco personal destinado al archivo y que no está muy cualificado. En este sentido, creo que todavía queda mucho camino por andar.


Tradicionalmente hemos creído que la Guerra Civil duró tres años, 1936-1939. Desde no hace mucho, se quiere dar a entender que arrancó antes, con los sucesos de Asturias de 1934. Tú, como argumentas en tu libro, la prolongas hasta 1952, ¿con qué fechas nos quedamos?


Por hacerte una síntesis te diré que fijé el año 1952 porque la propia Dictadura lo determina así. He encontrado mucha documentación en la que los estamentos gubernamentales reconocen que la lucha contra la guerrilla es la continuación de la Guerra de 1936-1939. Aunque ellos afirman estar ya desarrollando su modelo de estado dictatorial, en el monte todavía hay gente contra la que luchan y que representa la herencia del conflicto bélico. Es más, no sólo es una herencia, sino que la propia Dictadura elabora un cuerpo legislativo donde se premia a los guardias civiles que combaten a la guerrilla por hechos de guerra. En esa legislación se equipara la lucha antiguerrillera con la lucha contra el ejército republicano. En consecuencia, si la misma Dictadura en su documentación de puertas hacia adentro, asume esta situación, cosa que no hace de cara al exterior para no deslegitimar su poder, ¿quiénes somos nosotros para negarlo? Creo que como mínimo, y con la documentación disponible, podemos debatir qué limitaciones tiene pensar que la Guerra Civil duró más de tres años, sin pretender sentar cátedra en ningún momento. Por último, muestro documentos del año 1952, procedentes de la propia Guardia Civil, donde se dice que han vencido a la resistencia armada y ya se ha terminado la guerra.


Simplificando mucho, ¿podríamos decir que los guerrilleros/partisanos de la zona golpista durante la Guerra Civil, fueron el equivalente a la quinta columna rebelde en la zona republicana o zona legal?


No, es muy distinto. En un principio, la quinta columna es algo muy desorganizado, pero después se produjo una gran reestructuración de todo lo que fue el quintacolumnismo y el espionaje, mientras que la resistencia armada republicana primigenia se generó como una especie de escape, una vía de huida. El quintacolumnista es capaz de vivir en la zona republicana a través de dobles identidades y otras estrategias. En el periodo 1936-1939, quien se convirtió en guerrillero era alguien que no podía vivir en su pueblo, porque sabía que él o sus hermanos estaban en la lista de fusilables. Podían optar por quedarse en su lugar de origen, esperando la tortura o la muerte; quitarse la vida, porque ante la incertidumbre del miedo del momento el volumen de suicidios se disparó; o escapar al monte y esperar que el ejército republicano consiguiera vencer a los rebeldes para reintegrarse a su vida habitual.


Mola afirmaba que la asonada militar urdida por él tenía que ser extremadamente violenta. Incluyes en el libro una frase de Hitler que dice «La dureza de hoy significa indulgencia en el futuro». ¿Este criterio de violencia se mantuvo al pie de la letra en la lucha asimétrica contra los guerrilleros?


Totalmente. Fue una guerra hasta su total exterminio. Creo que era muy interesante incluir el caso de la violencia del ejército golpista junto con lo que ocurrió después con el fascismo y el nazismo. En general, tenemos la visión a nivel social de las atrocidades que se cometieron durante el holocausto o contra los partisanos. Sin embargo, si ves lo que sucedió en España, te das cuenta de que lo que dijo Mola tuvo un rotundo traslado a la realidad. La Dictadura Franquista, como se edificó desde el principio bajo el paradigma de la violencia, paralizó al disidente. Durante los años cuarenta los órganos clandestinos de dirección de comunistas y anarquistas estaban totalmente destruidos y por eso la Dictadura pudo establecerse como lo hizo. La oposición interior había desaparecido, físicamente eliminada, encarcelada o exiliada. Fue una violencia exitosa muy bien desarrollada en cuanto a los objetivos y en cuanto a la práctica, y eso explica que la Dictadura fuera tan longeva.


La lucha contra la guerrilla también se libró a través de las palabras. Las autoridades franquistas no dejaron constancia por escrito de la existencia de partisanos o guerrilleros, pero sí de «bandoleros y forajidos».


Claro, pero lo interesante es que ellos sí que hablan en esos términos. El interés radica en el vocabulario que se quiere emplear para despolitizar a los guerrilleros, que son las palabras que tú has citado. Pero al guardia civil que está en el monte combatiendo le falla el subconsciente y en el parte escribe guerrillero, porque para él no es un bandolero como los del siglo XVIII con patillas y trabuco. Sabe que tiene delante a un tipo, que es del Partido Comunista o de la CNT, un combatiente muy politizado y preparado. Y cuando redacta el parte, aunque el jefe le ha dicho que ponga bandolero, él escribe guerrillero. Luego el jefe se lo tacha y, a mano con estilográfica, escribe bandolero. Eso lo he constatado yo en los documentos que he manejado. El lenguaje fue importantísimo para el régimen. Oficialmente, la Dictadura no podía asumir que seguía luchando contra comunistas y republicanos en ese momento, porque eso significaba admitir que no dominaba la situación y tenía que dar la impresión de que el orden público estaba bajo control.


Dentro de esta guerra asimétrica, abordas los factores psicológicos de la lucha, entre ellos el miedo, algo connatural en cualquier conflicto bélico. Pero miedo de todos: del guerrillero, de los civiles, de los falangistas y soldados… ¿A campo abierto las fuerzas estatales eran más débiles que los guerrilleros?


Muchísimo más y por varias razones. La guerra da miedo a cualquier combatiente. El instinto de supervivencia aflora y uno lo que no quiere es morir ni quedarse tetrapléjico, tuerto o cojo. Ese factor hay que tenerlo en cuenta. En el caso del maquis, algunos compañeros han hablado de cómo los guerrilleros se valían del entorno y de cómo superaban el miedo que sufrían. Pero faltaba conocer la situación del otro bando. El soldado o el guardia civil se relacionaba con el medio rural también con miedo y en alguna ocasión llegaron a pegar un tiro al aire para que los guerrilleros lo escuchasen, se dispersaran y no se estableciera combate. Algunos guardias civiles llegaron a desmayarse. Todo eso no se conocía, había que definirlo, estudiar qué ocurría con sus sentimientos. Siempre vivían asustados, porque el guardia civil que peleaba no era de allí y desconocía el terreno que pisaba. Ni siquiera hablaban todos igual, porque cada uno era de una procedencia distinta y les costaba establecer comunicación entre ellos. Dado que el guerrillero generalmente sí conocía el territorio, el guardia se encontraba en una situación de inferioridad. Y su miedo lo explotaba el guerrillero. Por eso la lucha partisana duró tantos años. No se puede explicar de otro modo que los guardias civiles, que eran enormemente superiores en número, no hubieran acabado con ellos mucho antes.


¿Cuentas que los guerrilleros solían ir bien pertrechados, de dónde procedía su armamento?


Los guerrilleros se nutrían preferentemente de armamento llegado de Francia. Era el caso de mi bisabuelo, que viajaba al país vecino a por armas, que procedían de la II Guerra Mundial y que entraban en España a través de los enlaces de los anarquistas y del Partido Comunista, que era el mejor organizado entonces. Pero no se trataba de piezas nuevas, sino de armamento recogido por los comunistas franceses y enviado a sus correligionarios españoles. Otra fuente de suministro la constituían las armas que los guerrilleros retiraban de los guardias civiles muertos en algún enfrentamiento. De todos modos, no se puede generalizar, porque algunas partidas guerrilleras iban muy bien armadas y otras funcionaban con escopetas y poco más.


El gobierno de Franco se tomó la lucha antipartisana como una auténtica guerra: envió al ejército, utilizó artillería, incendió bosques, evacuó pueblos… ¿En algún momento temieron que la Dictadura pudiera resquebrajarse, al menos mientras duró la II Guerra Mundial?


No, peligro de pensar que la guerrilla antifranquista podía acabar con la Dictadura, no lo hubo jamás. La Dictadura fue siempre muy consciente de que se trataba de un problema limitado a unas zonas de alta montaña. Sabían que, a nivel operativo o militar, nunca podrían derrotar a las fuerzas del estado y, con el paso de los años, la presencia de la guerrilla en medios rurales no iba a producir una insurrección popular, un peligro que las autoridades sí sopesaron en un primer momento. Pero como eso no sucedió y pasaron los años, el único momento en que creyeron que la cosa podía cambiar fue al finalizar la II Guerra Mundial, puesto que pensaron que podría producirse una intervención exterior por parte de los aliados para acabar con el último reducto fascista de Europa, sin olvidarse de Portugal. Temieron que las guerrillas republicanas pudieran servir de información a los aliados para intervenir en España, pero no fue así y a finales de 1946 ese temor desapareció.


Hay un personaje muy importante en tu libro dentro de la lucha contra guerrillera. Me refiero a Camilo Alonso Vega, director de la Benemérita. Parece ser que ningún historiador se ha acercado todavía a estudiar su figura. ¿Cómo era este militar, muy amigo de Franco y ferrolano como él?


Sobre Camilo Alonso Vega no existe ninguna biografía publicada y, si tengo tiempo, uno de mis futuros objetivos sería escribirla. Es un personaje interesantísimo. Era amigo de Franco, cazaban juntos y las familias se relacionaban. Fue una de esas amistades que el dictador fue tejiendo a lo largo de su vida y que fueron ocupando espacios de poder. Hay que pensar que Alonso Vega se encargó de liquidar la guerrilla antifranquista durante los años 40 y 50 y, cuando lo consiguió, Franco le ofreció la posibilidad de continuar al frente de la represión del aparato gubernamental, asignándole el Ministerio de la Gobernación, con lo cual controlaba el orden público y perseguía a los disidentes del régimen. Durante los años 60 y 70 llevó a cabo la represión contra las organizaciones sindicales y también contra ETA. Camilo Alonso Vega fue una figura de importancia capital, un personaje clave, dentro del entramado franquista y resulta increíble que todavía no exista un libro dedicado a él.


En ‘Hasta su total exterminio’ aparece la llamada Ley de Fugas. Imagino que es la misma ley que, durante los años del pistolerismo en Barcelona, Martínez Anido puso en práctica habitualmente, ¿no?


Exacto. De hecho, el uso de la Ley de Fugas durante los años 40 vive de la experiencia de Martínez Anido y de la de Julián Zugasti, que fue uno de los políticos de finales del siglo XIX encargado de luchar contra el bandolerismo en Andalucía. Más tarde, Martínez Anido la recuperó para combatir el pistolerismo y la Guardia Civil la empleó después en la lucha contra la guerrilla. Era el recurso que disponía el estado español para reprimir todos estos movimientos insurgentes.


¿Cómo recibía la población a los guardias civiles que participaban en la lucha antiguerrillera? ¿Los acogieron bien o recelaron de ellos y los marginaron junto con sus familias?


Hay de todo y dependía mucho de cómo se comportaba cada guardia civil. El agente que llegaba a una comunidad siempre iba a ser tratado con rechazo porque era un ser exógeno a esa comunidad. Pero como iba a pasar mucho tiempo allí, si era majo la cosa cambiaba, porque todo el mundo tenía claro que había ido al territorio con la misión de reprimir a la guerrilla. He visto que hubo guardias civiles que se adaptaron muy bien a sus nuevos destinos, tanto es así que se casaron con mujeres de esos lugares. Pasaban cinco o seis años en la zona, se enamoraban y formaban familias. Pero también hubo guardias civiles que ejercieron una violencia atroz. Algunos daban verdadero terror y, lógicamente, el trato que recibían era más complejo y de rechazo por parte de la comunidad. Hay que tener presente también que en aquellos años, para un campesino, la Guardia Civil era el único representante del estado que conocía. Los guardias controlaban que no hubiera contrabando, ni robos, ni peleas. En resumen, pienso que no se puede generalizar porque hubo muchos matices dentro de esa relación.  


Terminamos por hoy. Arnau, ¿en qué nuevos proyectos de investigación trabajas actualmente?


Ahora mismo preparo una visión a ras de suelo de la guerrilla. Hay muchos libros sobre este asunto, textos estupendos que me sirven de alimento y lectura, pero en estos años de trabajo en archivos he encontrado una documentación increíble sobre cartas de amor entre los guerrilleros y las cortijeras de la zona. Es una materia que tampoco se ha trabajado nunca y estoy perfilando para ver cómo puedo escribir una continuación de ‘Hasta su total exterminio’. He accedido a diarios de los guerrilleros, que es un material valioso. Para los aficionados a la Historia creo que se trata de un tema muy sugerente. 


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Julius Ruiz es profesor titular de Historia de Europa en la Universidad de Edimburgo. Su actividad investigadora le ha llevado a centrar una buena parte de su trabajo en la época republicana, la Guerra Civil y el franquismo. Fruto de diez años de esfuerzo es la reciente publicación de ‘La guerra sucia’ (Espasa), un volumen en el que relata la enconada lucha que los servicios de inteligencia republicanos y golpistas sostuvieron a lo largo de toda la contienda.

 
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