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Sobre lo intrínsecamente humano

Solemos atribuir el concepto de “arte” a textos plásticos, al cine, la literatura, la poesía... Sin embargo, la vida misma puede transformarse en una ardua labor esculpida cuando se la transita con dignidad
Paula Winkler
lunes, 28 de octubre de 2024, 09:29 h (CET)

“Paul no quería morir, pero creo que esa sensación de plenitud le ayudó a morir. Bueno, rechazó los cuidados paliativos para su cáncer. Escogió la biblioteca de nuestra casa como la habitación en la que quería morir. Sophie, Spencer, nuestro nieto de por entonces cuatro meses. Miles, mis tres hermanas, nuestra asistenta durante muchos años. Andrea, la enfermera del hospital y yo estuvimos junto a él. (…) Se aseguró de que cada persona entendiese lo mucho que su amistad había significado para él. Su calma, su claridad, su valor ante la muerte me pasmó entonces y lo sigue haciendo. Y no, esto no es sentimentalismo. No soy una persona sentimental. Creo que esa palabra como se usa hoy día, le resta valor a la vida y a la muerte. Camufla en debilidades falsas las verdades que más miedo nos da. (…) Soy incapaz de contar cuántos periodistas me han preguntado a lo largo de los años, “cómo es estar casada con Paul Auster?”. No era una pregunta seria. Su función habitual solía ser asegurar que la mujer escritora supiese cuál era su lugar. Y los que la hacían también esperaban detectar señales de envidia, de competición o de un inminente divorcio por mi parte. Paul y yo les defraudamos, pero tengo que responder a esa pregunta. Es algo que me vino en la última hora de vida de Paul. Él ya no podía hablar, pero aún podía oírme. Y lo que me parecía más importante justo antes de que él muriese fue la diversión. “Oh, Dios mío”, le dije, “lo hemos pasado bien, ¿verdad?”. Nos divertíamos tanto juntos. “¿Qué cómo era estar casada con Paul Auster? Era divertido”.


Se trata de un resumen del homenaje que hizo Siri Hustvedt a su esposo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el 22.10.24. (El texto completo puede verse en el blog del escritor catalán Enrique Vila-Matas).

                

Estas palabras de la premiada escritora y psicoanalista, de origen noruego y norteamericana, Siri Hustvedt, respecto de la vida compartida con su esposo, el narrador neoyorquino Paul Auster, habla de amor. Según ella, Auster se despidió de este mundo, dejando lazos fuertes, además de una obra plena.                                                                                                    


El amor, en el sentido de articulación entre goce y deseo (amor por esto mismo imposible…), el amor idealizado (de difícil realización), el amor filial, amor paterno, materno; amor fraterno, amor-pasión, etcétera, tal amor es pasible de ser percibido fácilmente porque se trata ante todo, de un tema humano que conlleva historia, mitos, drama y desgracias.


Y resulta harto sabido que el arte vive una inversión en sentido de que somos los espectadores los que gozamos de la atracción del texto, del suceso o del objeto que percibimos. Somos los receptores, en efecto, quienes organizamos la experiencia estética. Desde el “giro ético” de Hans Robert Gadamer y la teoría de la recepción de Hans-Robert Jauss y Walter Benjamin, el arte ha de dejado de ser un fundamento en sí mismo para convertirse en un hecho autónomo, a disposición de sus receptores. Con el amor ocurre algo análogo: amor es percepción compartida, mucho trabajo interno. Nada lo impone: ocurre (después aparece la labor de cuidarlo, sostenerlo).                                                                                                                   

Solemos atribuir el concepto de “arte” a textos plásticos, instalaciones, al cine, la literatura, a la poesía y tal. Con una razonable hermenéutica, sin embargo, la vida misma puede transformarse en una ardua labor esculpida cuando se la transita con dignidad, sin narcisismos ni obstinación alguna.

Como testimonia Hustvedt, frente al triste hecho, singular y humano: la muerte de Auster, sus palabras no la colocan en posición de viuda literaria. Por el contrario, deja que su fallecimiento sea también un suceso colectivo, en tanto por sus textos, Paul Auster ya nos pertenece a todos.


“Era divertido” estar casada con él, dice Hustvedt. Ambos escritores podían disfrutar de sus momentos con la complicidad de los que se admiran entre sí y estimulan, así, a diario el complejo oficio de la escritura. Todo, al decir de la propia narradora y ensayista, sin las tretas ni los lugares comunes de la envidia. Vale decir, sin la frustrante competencia que impide disfrutar de la alegría y premiaciones del otro. A juzgar por su homenaje, la creatividad hizo de sus vidas una obra de arte. Y de inmediato, la comparación: qué penosa debe de ser la cotidianidad de destacados artistas que sólo aplican excelencia en sus fueros, incapaces de crear vínculos reales de amistad, de amor intenso y de respeto.


Pero leyéndola, aunque nadie se acuerde del “amor cortés”, del “amor romántico” ni del “amor-pasión”, pues la palabra se vio banalizada y cualquier relación parece ser hoy “amorosa”, lo intrínsecamente humano, aquello amoroso que nos cuesta y nos hiere a veces, esa especie de amor todavía no nos abandona, ¿verdad?...

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