Difícil escribir, dado el contexto, de otra cosa que no sea la DANA, antes llamada “gota fría”. La magnitud de lo sucedido, en cuanto a víctimas y damnificados, impone tratar el asunto, porque, en el caso de elucubrar sobre cualquier otra cuestión, uno tendría la sensación de estar mostrando falta de sensibilidad hacia los numerosos afectados.
Mi reflexión, dentro de una situación tan luctuosa, se relaciona con los riesgos naturales y los desastres, que ocupaban hasta no hace mucho un lugar relevante en los manuales clásicos de Geografía, antes de que la noción de influencia del ser humano sobre el medio los fuera deslizando hacia áreas marginales del saber geográfico. Pero, de vez en cuando, la naturaleza, sustantivada y elevada en el presente a entidad metafísica, nos da un zarpazo y nos recuerda que estamos inermes ante catástrofes derivadas de sucesos que nos trascienden, como los volcanes o, en este caso, el clima. Dolor y destrucción nos alcanzan de pronto, sin que podamos hacer gran cosa por evitarlo. Somos poca cosa ante el furor de la naturaleza.
La “gota fría” (ahora, DANA) es uno de esos clásicos de los manuales de Geografía Física o de Climatología, como fenómeno propio, sobre todo, de los climas mediterráneos en otoño, con lluvias torrenciales que, encontrándose con áreas de poca vegetación, ramblas y actividades humanas en zonas de inundación, resulta especialmente dañino. El Levante español lo ha sufrido estos días. Se suelen hacer estudios sobre impacto ambiental de cualquier actividad o construcción, pero nos olvidamos de los riesgos naturales. Y, de cuando en cuando, regresan para asolar nuestra tranquilidad. Puede que la tormenta o temporal haya tenido una fuerza y dimensiones imprevisibles, pero, sin duda, ello forma parte de los rasgos del clima mediterráneo.
Así, de pronto, y discurriendo el siglo XXI, nos sentimos, frente a estos sucesos, tan frágiles y tan poca cosa como debieron sentirse nuestros congéneres originarios en tiempos de tecnología elemental y dependencia casi total del medio. Cierta soberbia, entre otras cosas, nos hace sentir y proclamar una influencia humana sobre el entorno natural bastante mayor de lo que la realidad acaba mostrando, y, asimismo, constatamos que, a pesar del desarrollo tecnológico, seguimos estando a expensas de sus embates más de lo que presumimos.
Sin duda, habría que buscar la manera de prever, en alguna medida, las consecuencias de fenómenos como la gota fría cuando adquiere dimensiones colosales y reflexionar sobre qué se podría haber hecho para aminorar el impacto, o más bien qué se podría haber evitado en cuanto a ubicación de actividades en ciertos espacios, limpieza, etc.
Igual hace falta, en estas ocasiones, un cierto sentido crítico con la versión edulcorada de la naturaleza hoy en boga. En relación con ello, traigo a colación una entrevista publicada ya en 2009 en la revista MUY INTERESANTE. El entrevistado era Arcadi Navarro, profesor e investigador de Biología en la Universidad Pompeu Fabra. En la misma, Navarro intentaba desmontar la noción de la naturaleza como entidad sabia y benefactora y afirmaba que “circulan una serie de tópicos sobre la naturaleza que ya forman parte de lo políticamente correcto y que hacen que sea horrible negar que la naturaleza sea bondadosa, una madre que nos cuida, sabia. Incluso científicos consagrados de muchos otros ámbitos mantienen esta visión que, simplemente, ¡no es cierta y no se sostiene por ningún lado!”. Lo transcribo aquí para dejar claro que vivimos en un entorno hostil y que, probablemente, eso que hemos dado en llamar “el planeta” tiene más capacidad para hacernos daño, o como mínimo la misma, de la que nosotros hemos llegado a poseer para actuar sobre nuestro entorno.
Tendríamos, por ello, que dedicar más esfuerzos a la prevención de los desastres naturales (y pensemos, en relación con lo que aquí tratamos, en la ocupación de espacios como ciertos cauces, etc.). Pero no es ese el mensaje preponderante en las proclamas y acciones de este tiempo. No obstante, toca en estos días compadecer a las víctimas, dar pésames y ayudar cuando ello sea posible. Y sería bueno que, transcurridas unas semanas, no se olvide y se reflexione.
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