Annika Coll, experta en emergencias, según El País, cuya noticia es levantada este 4 de noviembre, por La Nación -periódico masivo de Argentina- reflexiona: “En España hay gente que no confía en los mensajes de alerta de las autoridades porque no confía en los políticos” y (…) “la gente se enoja si le dicen que va a nevar y luego no nieva”. Supongo que lo que revela Coll se debe de encontrar en el habla popular. Como especializada en tragedias naturales, no corresponde exigirle precisiones lingüísticas. Pero, sin perjuicio de que como extranjera es desmedido cuestionar el sistema Es-Alerty a la Agencia Española de Meteorología (AEMET), a los que yo sí habría prestado atención, cuando en los discursos oficiales, en las noticias y en las redes se escribe y se habla de “gente”, sería conveniente definir el término porque no todos, a Dios gracias, exhiben pensamiento único, comparten idénticos hábitos culturales ni se comportan igual ante la confusión popular esperable cuando los problemas del tiempo y las estadísticas del clima producen los estragos del nivel acaecido en Valencia. Inconcebible que, después de que la humanidad hubo de padecer pestes mortales y hambrunas deshonrosas durante la Edad Media, haya ciudadanos que sufran tal hartazgo de la política y lo demuestren, encantados y a viva voz... Guste o no, el Estado, las comunidades autónomas, gobernadas por alguien, los equipos de salvataje y tal están para colaborar allí donde el sujeto individual y la sociedad (el sujeto colectivo partidario (o no), las organizaciones no gubernamentales, las iglesias y tal) no lleguen o no alcancen a desmadrar tanto dolor y malestar. Cuando los sufrientes de una tragedia, como la valenciana, gritan e insultan en público, en verdad no están insultando a “la política” sino quejándose y reclamando habida cuenta de su drama subjetivo, buscando responsables en medio de una tremenda desesperación, actitud por lo demás, proporcionada a sus pérdidas y daño sorpresivos. Sin embargo, las cosas por su nombre: si enoja algún diagnóstico por mal habido, no es sólo porque decepciona el hecho de haber comprado un boleto de avión hacia un punto que permitiera esquiar a pleno y con asumida alegría, sino porque la falta de fe en la autoridad competente deviene de antiguos descalabros, aunque también de las propias carencias subjetivas en un mundo que no fomenta el respeto a la ley ni tanto menos a la ética en los sujetos. Lo expresado en la noticia que reproduce las palabras de la funcionaria Coll, que motiva este artículo de opinión, no debería incluirse, así, en agendas políticas, aun en períodos electorales, porque creer en el prójimo y en los gobernantes depende en esencia de cada uno de nosotros, de la familia, de lo dado en llamar “educación”. Para quienes depositan su paranoia en electores, autoridades, candidatos, etcétera, sería conveniente recordarles el mito de Antígona: las instituciones en una república, en una democracia se inventaron para evitar que como aquella griega, tengamos que elegir entre salirnos con la nuestra y dañar al otro o por no dañar al otro, crearnos un Otro abstracto que justifique desmanes institucionales o lamentables autocracias o “hacer la nuestra” (sacar ventaja) sin respetar la ley porque la consideramos injusta.
Despertar el avispero, acaso debido a la rapidez de los acontecimientos y la imposición de soluciones difícilmente planificables en medio de una tragedia (aun de la naturaleza) que nos impide pensar con sosiego, no le hace bien a nadie. Ni a mí, que no vivo en Valencia: a menudo el silencio, ante hechos tan trágicos y contundentes, significa mejor que diez mil palabras vertidas en papel, en los medios, en las redes.
¡Reparación para el pueblo valenciano! Mis respetos por el trabajo de rescatistas, autoridades y voluntarios.
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