Lo de las “nuevas derechas” en la República Argentina y su agitada historia no es una novedad. Es un viejo debate que a la luz de sus propias tensiones internas fue degenerando en multiversos identificados con este gran espectro ideológico surgido desde la Revolución Francesa. Las tensiones y los diagnósticos, según cada época de nuestra historia, han sido múltiples, polisémicos y muy ricos si estableciéramos una periodización. Pero podemos intentarlo. La historia, en este sentido, es aleccionadora e irónicamente nos permite un presentismo constante, parafraseando al historiador francés François Hartog.
La idea de este presentismo constante nos puede dar el lente correcto para intentar entender como en estos lados del globo la “nueva derecha” no es nada nueva y no ha inventado nada.Caracterizar al gobierno de Javier Milei como de “nueva derecha”, porque introduce novedades o desafíos a la forma de hacer política, irrumpiendo de paso en un nuevo concepto de lo público, no es ningún invento de pólvora. En la historia argentina, la supervivencia del liberalismo conservador ha sido una constante, incluso dentro del propio universo derechista. La época es nueva, los actores también, pero el fondo paroxista y ascético en el que irrumpen no lo es, pues persiste una tensión que le da forma.
Ya en 2015, el triunfo de la alianza Cambiemos supuso poner en primer lugar la irrupción de una nueva derecha que además traía consigo todo un enciclopedismo de cómo hacer política; cuestión que iba desde las pautas discursivas y hasta las formas de vestirse de los lideres. Pero ya desde el 2003, el PRO venia cimentando una identidad propia fundamentada en lo que denominó “la nueva política”. Muchas otras fuerzas derechistas, que luego se irían, formaron este universo. Aquí debemos hacer una pausa y preguntarnos ¿A qué se deben las tensiones internas que puede tener la propia derecha y que muchas veces desembocan en su reproducción en múltiples variantes o formas de identificarse con ella? La respuesta está en la tensión histórica de dos amigos.
Dos amigos que se unen y desunen:
A fines del siglo XIX se empiezan a ser evidentes en la historia argentina los desgastes de no solo todo un sistema productivo sino también de una clase política que ve en la opción de mecanismos errantes y zigzagueantes una forma de supervivencia. Esta opción estará dará por un lado el liberalismo conservador, que se fue cimentando en torno a la idea de la república (restrictiva) de la política, pero capitalista y mercantil de la economía. En lo cultural era cosmopolita y elitista. Y por el otro lado, el otro amigo, el nacionalismo reaccionario. Que se constituyó en un tono màs autoritario de lo político, corporativista y dirigista en lo económico. En lo cultural, tradicionalista y localista. Con miedos al cosmopolitismo de su socio y amigo. Estos amigos, ordenandos en un zigzagerrante, estarán siempre atravesados por la presencia del catolicismo, las fuerzas armadas, y los partidos de masas (peronismo y radicalismo).
Trascurrida la primera década del siglo XX, ambos amigos coinciden en el golpe de Estado de 1930. Si bien el Liberalismo había abogado de alguna manera, en aras de su supervivencia, por la ampliación del voto con la Ley Sáenz Peña serán los nacionalistas quienes queden en un segundo plano una vez derrocado Yrigoyen. Fueron los liberales conservadores quienes marcaron la agenda. Esto les permitió poner a su gente de confianza en toda la década infame.
El ascenso de los fascismos dividió una vez a los viejos amigos. Pues coloco a liberales conservadores en el antifascismo. El autogolpe de 1943 hizo que los nacionalistas se ordenaran en el universo militarista del gobierno, pero a ese golpe no le sucedió un modelo corporativo sino un movimiento político que reconfiguró el mapa (Lida y López, 2023).
El peronismo tomó algunas banderas del nacionalismo (liderazgo fuerte, discurso centrado en nación) pero hizo en su elección descarte de otras (temor a la democracia o el antisemitismo). Por el contrario, se unió a referentes liberales conservadores (en lo local) pero jamás bregó un republicanismo elitista. Con esto, los sectores de la derecha que no quisieron acompañar pasaron a ser opositores acérrimos, capaces de tejer relaciones con el socialismo, el radicalismo, y hasta el comunismo. Desde entonces el anti peronismo se convirtió en esencia de una identidad. La Guerra Fría marcó las relaciones de liberales conservadores y nacionalistas reaccionarios amparándose en referentes internacionales, al tiempo que los unía la idea de “enemigo común”. El contexto de la Guerra Fría, con un vocabulario netamente occidentalista, abrió las puertas para que cualquier cambio se leyera en clave de “nuevas derechas” (Morresi, 2017). En ese marco, los cambios no se dieron de manera acelerada, sino que se fueron gestando y asumiendo a partir de las miradas de los distintos actores que desde 1955 – ya en lo local – se fueron ubicando alrededor de la figura de Perón. Desde ese año, los dos amigos derechistas volvieron a unirse en un golpe. Luego de ello, se separaron nuevamente para disputar proyectos políticos dentro del golpe autodenominado “Revolución Libertadora”.
Dentro de esta autodenominada gesta, fueron los liberales conservadores los que se impusieron dejando consigo la impresión de que no había “ni vencedores, ni vencidos”. Con la vuelta a elecciones y ya con el peronismo proscripto los liberales conservadores tuvieron un rol minino; aun así, y gracias a la presión, pudieron colocar a sus cuadros en los gobiernos civiles del radicalismo intransigente. En 1963 el interregno de Ilia, de perfil democrático, no abrió espacio para las derechas, lo que llevó a los nacionalistas y liberales a converger en un nuevo golpe.
El régimen que sucedió a la Illia, el Onganiato, no quería ser como los anteriores. Para los golpistas del 66 ya no alcanzaba actuar de manera preventiva o comisarial; había que reformar el país, eficientizarlo. Los principales conflictos a los que se enfrentóOnganía, sobre todo en el plano de las fuerzas armadas y lo social, expresaban de fondo la pugna que había por áreas de incumbencia entre los viejos amigos de la derecha. Irónicamente, las mismas, devenidas en intrigas palaciegas, terminaron acotando la vida del régimen que había pretendido instalarse por décadas. El fracaso y la incapacidad del onganiato, no significo que los liberales conservadores no pudieran fortalecerse en términos relativos, tanto para conducir el segundo tramo dictatorial como para propiciar una salida electoral.
En 1973, el peronismo se impuso con claridad. Los liberales conservadores obtuvieron 20% de los votos solo un poco por debajo de la UCR. Los nacionalistas por su parte quedaron divididos entre los que volvieron a seguir a Perón o lo hacían por vez primera, y los que mantuvieron enfrentados al viejo caudillo. Tras la muerte del líder, los amigos derechistas de auto reorganización nuevamente en lo veían el único camino posible y recurso valido de supervivencia: un nuevo golpe. El derrotero para el también autodenominado “Proceso de reorganización nacional” lo podemos encontrar en la crisis gubernamental y la violencia política, ejercida tanto por izquierda como por las derechas. Allí, la unión entre ambas derechas, se articuló en el eje occidentalista arraigado en la Doctrina de Seguridad Nacional y el efervescente neoliberalismo agitado desde USA. Se trataba de refundar una nacionalidad, y una mentalidad.
En esa línea, José Alfredo Martínez de Hoz llamó a un “cambio de mentalidad”. No obstante, el perfilamiento no era claro. Luego de “triunfar” en la lucha “contra la subversión” el proceso se perdió en un laberintismo interno cargado de crueldad, del que se intentó salir acudiendo a una guerra sucia. El tiempo de la primavera democrática había llegado y las derechas tenían un destino incierto. Recurrir al viejo método de los militares ya no era una opción viable. La Guerra Injusta de Malvinas perjudicó principalmente a los nacionalistas; los malos resultados de la política económica impactaban en los liberales conservadores.
La primavera democrática y el boom liberal de los 90
Para el periodo del retorno democrático (1983 – 1989) algunos liberales conservadores se agruparon en la constitución de un movimiento político. La Ucedè (UniónDemocrática de Centro) liderada por el ultraderechista Álvaro Alsogaray (ex funcionario de la Dictadura y de prominente apellido en la historia de la Derecha argentina) bregaba por un “nuevo liberalismo”; por lo que fue generando apoyos y a penas cuatro años después fue ubicado como tercera fuerza.
La victoria de Alfonsín demostró que no solamente se podía derrotar al peronismo en las urnas, sino que también no se trataba únicamente de una victoria radical. En ese electorado había votos liberales de derecha, antiperonistas, que la Ucedè logro aglutinar como si fuera una novedad en un conglomerado con otros espacios conservadores. Màs impactante aun, cuando el gobierno radical fue derrotado en las elecciones de 1989, la Alianza de Centro articulada por Alsogaray se mostro a la altura de establecer acuerdos con el movimiento que había sido su enemigo por décadas. La incorporación de Alsogaray, y otros referentes del liberalismo conservador a la administración del Peronista Carlos Menem, expuso no solo una capacidad de adaptación del peronismo, sino también a la culminación de una reformulación de la familia liberal conservadora. Esta vez con la potencia del exponente juvenil.
En efecto, en los 90 el movimiento juvenil articulado a la vez que más fundamentalista y ortodoxo se vendía con un compromiso con la democracia y una vocación casi profética a expandir el alcance de ideas liberales en sectores sociales más amplios como la clase media. El boom liberal implicaba también que ciertas ideas, las propias “del nuevo liberalismo”, que impulsaba Alsogaray, habían logrado hegemonizar a la familia liberal conservadora y que, una vez màs, esta vez actuando ya no bajo la opción de golpe, era ella la que dominaba el campo derechista pudiendo prescindir del rostro antiperonista.
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