Ada Augusta Byron King, hija del célebre poeta Lord Byron, es reconocida como la primera programadora en la historia de la informática.
Augusta Ada Byron vino al mundo un 10 de diciembre de 1815, en Londres y apenas contaba un par de meses cuando sus padres, Annabella Milbanke y el célebre poeta Lord Byron, rompieron toda relación. Annabella logró quedarse con la custodia de Ada, un logro inusual en una Inglaterra que otorgaba primacía legal al padre.
Determinada a alejar cualquier vestigio del carácter de su exmarido en la educación de Ada, Annabella enfocó la formación de su hija en disciplinas racionales, las matemáticas y las ciencias, como antídoto contra el fuego y las turbulencias que asociaba con Byron.
Años de tutores rigurosos y de exigente estudio revelaron el talento que Ada tenía para los números, un don en el que pronto destacaría como en pocas cosas más.
Ada Lovelace, ese genio que el tiempo nos arrebató demasiado pronto, dejó huellas de su mente extraordinaria desde la infancia. A sus 12 años, cuando otros apenas descubrían el mundo, Ada ya se planteaba problemas científicos.
Se obsesionó con el vuelo, un sueño que abordó con la misma meticulosidad que cualquier ingeniero. Analizó la anatomía de los pájaros, diseñó alas y seleccionó materiales, dibujando esquemas y planeando un ingenioso sistema de cuerdas y poleas.
Su intención final, nada menos, era incorporar una máquina de vapor en el aparato. Este proyecto no llegó a concretarse; su madre interrumpió el trabajo cuando notó que Ada se entregaba en cuerpo y alma a esa “manía de volar”, descuidando los estudios.
Dotada de una inteligencia poco común y con esa chispa de imaginación que distingue a los grandes innovadores, Ada se interesaba por cuanto avance sacudía a su época.
Su madre decide proteger a Ada de cualquier sombra del temperamento de su exmarido, Annabella centró su educación en áreas que parecían estar a años luz de las letras: matemáticas y ciencias. Era su forma de blindar a su hija de los torbellinos emocionales que había experimentado junto a Byron. Así, con tutores rigurosos y un enfoque severo, Ada empezó a destacar en un campo que la fascinaba, mostrando un talento natural para los números que no tardaría en convertirla en una figura singular en su tiempo.
Mary Sommerville jugó un papel crucial al presentar a Ada a su futuro esposo. A la edad de 19 años, Ada contrajo matrimonio con el barón William King, quien más tarde sería elevado al título de conde de Lovelace. Juntos, tuvieron tres hijos, entre los cuales se encontraba su hija Anne, quien se destacaría como una notable viajera.
Su mente absorbía con igual pasión tanto las posibilidades de la fotografía como los principios del magnetismo o la telegrafía.
Fue más allá de la aritmética pura para explorar la conexión entre la música y las matemáticas, y hasta fantaseó con un “cálculo del sistema nervioso”, un modelo matemático que desentrañara el funcionamiento de la mente humana.
Intuyó que la electricidad sería clave para comprender el cerebro y, en 1844, un año después de sus famosas notas sobre la máquina de Babbage, visitó a Andrew Crosse, un excéntrico investigador que realizaba osados experimentos eléctricos.
Babbage había diseñado lo que sería la primera computadora de la historia: la “Máquina analítica”. Aunque el ambicioso proyecto nunca llegó a materializarse, Ada se sumergió en el estudio y análisis de las ideas que su compatriota había plasmado.
Al publicar sus notas sobre la máquina, Ada decidió firmar con sus iniciales, temerosa de las reacciones que podría suscitar su condición de mujer en una sociedad que no estaba preparada para reconocer el talento femenino. En esos escritos, Ada expuso una idea fundamental: la computadora era capaz de procesar información, pero no de generar conocimiento por sí misma. Fue más allá al desarrollar, a partir de las propuestas de Babbage, lo que se considera el primer lenguaje de programación.
Este logro, excepcional para una mujer del siglo XIX, pasó bastante desapercibido en su tiempo, pero encontró su reconocimiento un siglo después. En 1979, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos decidió honrar su legado al nombrar a un nuevo lenguaje de programación con su nombre: Ada.
Pero detrás de esa ambición desbordada también había un lado oscuro. Quienes la han estudiado hablan de su fascinación por la grandeza, a veces cercana a la megalomanía. En una ocasión se presentó a Faraday proponiéndole una colaboración y anunciándose como “la Suma Sacerdotisa de la obra de Dios en la Tierra”.
La combinación de su talento y su temperamento la llevó a una vida de contrastes, en una época que no facilitaba el acceso de las mujeres a la ciencia, Ada destacaba con una brillantez que agotaba a más de un científico tradicional, aunque también pagó caro el precio.
En el ámbito privado, no todo era brillante pues como madre, Lovelace fue distante y fría; sus hijos fueron, como ella misma admitió: “deberes fastidiosos” que cargaba con desgana.
Pero en su papel de científica y visionaria de la computación, de aquella que entre matemáticas y poesía soñaba con el futuro, Ada se adelantó a su tiempo.
Su legado, más allá de las anécdotas y los juicios, fue el de una mente inquieta, única, de esas que no se ajustan a los moldes de su tiempo ni del nuestro.
Su salud, siempre delicada, se fue quebrando hasta su muerte prematura, cuando un cáncer de útero se la llevó con apenas 36 años, cuando falleció el 27 de noviembre de 1852, una trágica coincidencia con la edad de su padre, el célebre poeta Lord Byron. Ambos fueron sepultados juntos en el panteón familiar, uniendo así sus destinos en la muerte como en la vida.
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