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La guerra tiene sentido

​“Mejor es la sabiduría que las armas, pero un pecador destruye mucho bien” (Eclesiastés 9: 18)
Octavi Pereña
lunes, 18 de noviembre de 2024, 10:13 h (CET)

“Mejor es la sabiduría que las armas de guerra, pero un pecador destruye mucho bien” (Eclesiastés 9: 18).


En uno de sus apuntes al natural, JL Martin se refiere a la guerra. En la parte alta de la viñeta y a su izquierda un breve texto: “Oriente Medio”. Debajo del texto múltiples estallidos de bombas. A la derecha y en la parte alta del dibujo una nube oscura acompañada de un corto texto: “Dios habla”. Dentro de la nube oscura otro texto: “Muchos elevan oraciones para la paz pero no las oye por las explosiones”.


“¡Ay guerra! Me pregunto si es necesario que las personas civilizadas se dediquen a la guerra. No solo te digo que no es necesaria, sino que nunca será necesaria, y que siempre, no solo en algunas ocasiones, destruye el desarrollo normal de la humanidad, destruye la justicia y para el progreso” (Galton Mohk).


“La guerra es una matanza de personas que no se conocen, en provecho de personas que sí se conocen pero que no se matan” (Paul Valeri).


“Si un caníbal utiliza el tenedor y el cuchillo para comer, ¿es progreso? Hoy o mañana unos caníbales que comen con tenedor y cuchillo bombardean mi ciudad en nombre de la libertad y la democracia, ¿es civilización?” (Anónimo).


Se podría alargar hasta el infinito la lista de citas que tratan la guerra. Como escribe el profeta Isaías: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus agua arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (57: 20, 21).


Por mucho que se repita hasta la saciedad que se tiene que tener memoria histórica para que el pasado luctuoso no se repita, lo cierto es que no aprenden la lección. “Os trastorné como cuando Dios trastornó a Sodoma y a Gomorra, y fuisteis como tizón escapado del fuego, mas no os volvisteis a mí, dice el Señor” (Amós 4: 11). A pesar de las advertencias muchos son quienes no hacen caso a Dios. Ahora bien, a menudo  se encuentra un tizón que se escapa del fuego. Basándose en esta esperanza los cristianos  atienden al mandato de Jesús de proclamar el mensaje de salvación sin discriminar a nadie.


Según el profeta Isaías no es el estallido de las bombas lo que impide a Dios escuchar las súplicas que le hacen los hombres pidiéndole la paz: “He aquí que no se ha acortado la mano del Señor para salvar, ni se ha agravado su oído para oír, pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.

Porque vuestras manos están contaminadas con sangre, y vuestros dedos de iniquidad. Vuestros labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua. No hay quien clame por la justicia, ni quien juzgue por la verdad, confían en vanidad, y hablan vanidades, conciben maldades, y dan a luz iniquidad. Incuban huevos de áspides, y tejen telas de arañas, el que come de sus huevos morirá, y si los  aprietan saldrán víboras…No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos, sus veredas están torcidas, cualquiera que por ellas camine, no conocerá paz…Y vendrá el Redentor a Sión, y a los que se vuelvan de la iniquidad en Jacob, dice el Señor, y este será mi pacto con ellos, dijo el Señor: Mi Espíritu  que está sobre ti, y mis palabras que puse en tu boca, no faltarán en tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus hijos, dijo el Señor, desde ahora y para siempre…Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti” (Isaías 59: 1-4, 8, 9, 20,21; 60: 1).


¡Cuán equivocado estuvo el general Douglas Mac Arthur cuando después de la rendición del Japón, el 2/09/1945, a bordo del crucero Missouri dijo entre otras cosas: “Conciudadanos hoy callan las armas. Ha finalizado una gran tragedia. Se ha ganado una gran victoria. Los cielos ya no hacen llover muerte. Los mares servirán solamente para el comercio. Por todas las partes los hombres andarán derechos a la luz del sol. Todo el mundo estará en una paz completa”. Desde el 1945 hasta nuestros días las guerras se han multiplicado y las armas más mortíferas. Las guerras no se han acabado ni se acabarán.


Jesús sentado en el monte de los Olivos, entre otras cosas dijo a sus discípulos: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras, mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y habrá pestes y hambres, y terremotos en distintos lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24: 6-8).

Retrocedamos en el tiempo y detengámonos en el libro del profeta Daniel y quedémonos en el extraño sueño que tuvo el rey Nabucodonosor. Si prestamos atención aprenderemos una gran lección que nos dará tranquilidad en los zozobrosos tiempos que nos toca vivir. El rey no recordó el sueño pero le inquietó. A toda costa quiso recuperarlo. Convocó a brujos, magos, y astrólogos para que le recuperasen el sueño. Todo fue inútil. Finalmente, Daniel compareció ante el monarca y le dijo que lo que había visto en el sueño fue una estatua colosal que tenía la cabeza de oro puro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, y los pies en parte de hierro y en parte de arcilla. Mientras Nabucodonosor contemplaba en el sueño la extraña escultura vio “que una piedra fue cortada no con mano, y golpeó a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó” (Daniel 2: 34). La estatua se hizo añicos. La interpretación que Daniel da el sueño es que empezando por la cabeza de oro que es Nabucodonosor le sucederán nuevos imperios: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será dejado a otro  pueblo. Desmenuzará y consumirá a todos estos reinos” (2: 44). La fecha del cumplimiento de la profecía es incierta. Por esto Jesús aconseja a sus discípulos. “Por tanto, también vosotros estad preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no penáis” (Mateo 24: 44). Los hijos de la luz siempre preparados esperando la implantación del reino de Dios eterno.

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