La evolución de la moralidad sexual en las últimas décadas muestra un recorrido complejo, desde el impulso libertario del amor libre en los años 60 hasta el actual moralismo que busca reivindicar derechos en un sistema que permanece lleno de contradicciones. Este fenómeno, que mezcla erotización masiva con denuncias de abuso, evidencia una crisis de valores que no se solucionará únicamente con leyes más severas, sino con una educación enraizada en virtudes sólidas y en el fortalecimiento de la familia.
Del amor libre a la erotización de la sociedad
Los años 60 trajeron consigo un cambio radical en la visión de la sexualidad. Con la bandera de la libertad, el amor libre promovió una desinhibición sexual que, junto al desarrollo del cine explícito, transformó profundamente las representaciones de la sexualidad en la cultura popular. Este movimiento no solo alteró las relaciones interpersonales, sino que promovió una erotización de la sociedad que alcanzó todos los ámbitos, desde la publicidad de automóviles y perfumes hasta el cine y la televisión. La sexualidad, concebida inicialmente como una expresión de libertad personal, se convirtió en un producto de consumo.
Esta erotización tuvo un impacto devastador, no solo en las relaciones humanas, sino también en la forma en que se comprendía la dignidad del cuerpo y la intimidad. Como señala Juan Manuel de Prada en su artículo Hermana, yo sí te creo, esta "plaga de estímulos sexuales" ha esclavizado a la sociedad, despojándola de una visión trascendente del cuerpo humano, que en el cristianismo es considerado templo del Espíritu Santo (1 Cor 6,19).
El nuevo moralismo y sus contradicciones
El artículo de Juan Manuel de Prada critica con dureza el lema Hermana, yo sí te creo, que aboga por una fe ciega en el testimonio de las víctimas, despojando al acusado de la presunción de inocencia. Este lema, que surge como reacción ante una sociedad patriarcal, plantea un problema filosófico y judicial: sustituir la búsqueda de la verdad por un acto de fe en un testimonio subjetivo.
Este moralismo contemporáneo, como señala De Prada, se desarrolla en una sociedad que fomenta simultáneamente la "sexualidad compulsiva" a través de aplicaciones y otros estímulos, lo que genera un terreno contradictorio donde la libertad sexual promovida en décadas anteriores ahora choca con un puritanismo moralista. Este fenómeno, en lugar de solucionar el problema de la violencia sexual, lo agrava, fomentando denuncias falsas, patologizando las relaciones humanas y destruyendo los vínculos de confianza entre hombres y mujeres.
La solución: educación en virtudes y valores familiares
La crítica de De Prada no se limita a señalar los problemas, sino que apunta a una solución concreta: restaurar las virtudes domésticas como base para una sociedad más sana. Virtudes como la modestia, la templanza, la castidad y la continencia, abolidas por la cultura contemporánea en su rechazo del orden cristiano, son esenciales para recuperar una visión digna de la sexualidad y las relaciones humanas.
Estas virtudes no son exclusivamente cristianas; muchas de las grandes civilizaciones las han reconocido como pilares de estabilidad y prosperidad. El declive de estas virtudes, como argumenta De Prada, siempre ha precedido la caída de las civilizaciones. Sin embargo, el cristianismo ofrece una perspectiva única: entender el cuerpo como un don que debe ser valorado y respetado, no como un objeto de placer efímero o de uso comercial.
El reto principal es educativo. Las leyes, aunque necesarias, son insuficientes para cambiar la mentalidad de una sociedad que ha perdido el sentido trascendente del cuerpo y la sexualidad. Solo a través de la educación en valores sólidos, comenzando por la familia, se puede lograr un cambio real. Como señala el Papa Francisco en AmorisLaetitia: “Es esencial enseñar el valor de la espera, del sacrificio y del amor que se entrega plenamente” (AL 283).
Conclusión: hacia una verdadera liberación
La paradoja de nuestra época es que, mientras se proclama la libertad sexual, la sociedad se ve atrapada en una esclavitud de impulsos y contradicciones. La solución no reside en legislar más o en fomentar el moralismo, sino en educar en el respeto por el cuerpo y la dignidad de la persona. Como advierte De Prada, restaurar las virtudes no significa regresar al puritanismo, sino reorientar nuestra sociedad hacia una visión de la sexualidad que dignifique al ser humano y fomente relaciones basadas en el respeto y el compromiso.
Solo así podremos superar esta crisis de valores y construir una sociedad verdaderamente libre, donde el amor y la dignidad sean los pilares de la convivencia.
|