Ultracatólico, fascista, franquista, extrema derecha, etcétera, etcétera. Esos calificativos nos dispensan a los católicos; no se dan cuenta de que nos están elogiando, y no merecemos esos elogios. Cristo, Hijo de Dios y Dios como su Padre, vino al mundo; era el Mesías profetizado que vendría a salvar al hombre de la esclavitud del pecado y a librarnos de la muerte eterna. Él nos abrió las puertas del cielo. Los escribas y fariseos decían que obraba en nombre de Belcebú, que estaba endemoniado, y lo querían matar porque, siendo hombre, se hacía Dios. Pero Cristo no vino al mundo para que lo elogiaran, su Reino no es de este mundo.
A pesar de todas las insidias, persecuciones y hasta traiciones, no se echó atrás, y fue escupido, coronado de espinas, azotado, condenado a muerte y muerto clavado en la cruz. Cuando nos dedican esos calificativos, lo que hacen es elogiarnos, pues así, inmerecidamente, nos asemejan a lo que Cristo sufrió. Aunque muchos seres humanos estén seducidos por Satanás, que no pierdan la esperanza: abrid las puertas a Cristo, no temáis; su amor es mayor que nuestros pecados, y sus preferidos son los más pecadores.
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