Al reverendo amigo chinandegano, predicador de la verdad cristiana católica, Osvaldo Tijerino.
Rubén Darío conocido al inicio de su existencia como el poeta niño, desde muy tierna edad era además de curioso y observador, muy inquieto y temeroso ante todo oscuro que conlleva el misterio. Es así, y por eso, que al poseerle dudas en cuanto a lo que integra su fe, se hizo eco en su excelsa poesía como lo dijo Anderson Imbert, en la lucha entre "el fauno y el ángel" que en él habitaban. En los poemas de su adolescencia y juventud encontramos unos con sentido pagano:
"Entre la Catedral y las ruinas paganas / vuelas, ¡Oh Psiquis, oh alma mía! // Entre la Catedral / y las paganas ruinas / repartes tus dos alas de cristal / tus dos alas divinas”. Mas supo transitar y relacionarse bien: "Seguramente Dios te ha conducido / para regar el árbol de mi fe / hacia la fuente de noche y de olvido! / Francisca Sánchez acompáñame!”.
Al final de su vida, su cristianismo es sólido y firme. Aunque cabe decir que viéndola venir en enero de 1916 tan solo unos pocos días antes de fallecer, con el Cristo sobre su pecho, el mismo que le había obsequiado su poeta amigo Amado Nervo, confiesa anhelando en uno de sus últimos poemas:
"Un golpe fatal / quebranta el crisol / de mi alma inmortal, / ante el tiempo muda / por la espina aguda / de la horrible duda / Mi pobre conciencia / busca la alta ciencia / de la penitencia / más falta la gracia / que guie y espacia / con santa eficacia / ¡Mi sendero elijo / y mis ansias fijo/ por el Crucifijo! / Mas caigo y me ofusco / por un golpe brusco, / en sendas que busco / No hallo todavía / el rayo que envía / mi Madre María // Aún la voz no escucho / del Dios porque lucho / ¡He pecado mucho! / Fuegos de pasión / necesarios son / a mi corazón // Un divino empeño / me dará el beleño / de un místico sueño // Del órgano al son / me dé la oración / y el kyrileisón // Y la santa ciencia / venga a mi conciencia / por la penitencia”.
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