Se dice por ahí, que hay tantas verdades como mentiras, pero, de entre las primeras, solo una se impone como verdadera, se trata de la verdad oficial. En cuanto a las mentiras, son simples mentiras creadas para que sus productores tengan una ocupación y su despliegue mediático sirva de entretenimiento al respetable. No pasa nada si estas últimas son inofensivas, es decir, si siguen el juego al sistema y se mueven en el terreno del espectáculo. El problema surge cuando le ponen en aprietos. Para resolverlo están las pruebas, es decir, eso que adquiere tal condición a conveniencia del que manda. Con lo que, si interesa, la prueba es prueba y, en caso contrario, pasa a ser un simple infundio. Este es, en la práctica, el juego que solo puede hacer quien dispone del poder, puesto que se le ha conferido el monopolio de la verdad verdadera.
Ahora, lo de las verdades y las mentiras se sirven etiquetadas en términos de información y desinformación, respectivamente. Estar informado es visto como comulgar con la verdad doctrinal, mientras que la desinformación es el símbolo de la maldad, de la irreverencia, de lo falso o de lo erróneo. Estar desinformado es vivir en la ignorancia permanente, mientras que estar informado es jugar con el equipo de la verdad, aprovechando las ventajas que ello conlleva.
También se dice que las mentiras, que son muchas, ponen en un compromiso a las verdades, que son demasiadas, cuando dejan al descubierto que la verdad oficial también miente a su manera o, cuanto menos no es tan verdad como se quiere hacer que parezca. Es entonces cuando se pone en escena todo eso de los bulos y la desinformación, no con otra finalidad que la de tratar de desautorizarlas, dejarlas tiradas en el a cuneta, para que la verdad oficial pueda continuar su camino triunfal por la autopista.
El planteamiento que se impone es sencillo, por principio, quien tiene el poder está en posesión de la esa verdad única, es decir, la que excluye cualquier otra, la que para los creyentes se sirve como la verdad verdadera, la que permite vivir en calma, moverse en el reino de la sabiduría, acogerse al bienestar prefabricado. Por eso, inevitablemente hay que vivir creyendo en las verdades del poder, y mantener la indiferencia cuando se condena a la hoguera todo aquello etiquetado como mentira por el que manda, como sucedía antaño con la maldad. Elevada la verdad oficial a la categoría de dogma de fe, no precisa someterse al proceso de contrastación que en otros asuntos se exige, porque hay que asumirla en base al principio de creencia. Las otras verdades o semiverdades juegan en desventaja, porque no disponen del sello del poder ni las asiste la propaganda, y quedan en situación de inferioridad. Luego, para rematarlas, acaban siendo excluidas por la fuerza del dogma, con lo que todo lo que camina libremente, sin tutelas oficiales, si no es inofensivo, acaba siendo declarado veneno social. En este proceso, debe tenerse en cuenta que la verdad forma parte inseparable de la doctrina, dirigida a la sumisión de las gentes, al pensamiento único, a la exclusión de cualquier modelo de disidencia.
Algún ocurrente podría pensar, solo pensar, que si se habla de poder, de política y de economía, por ejemplo, que la verdad no necesariamente es complaciente con los intereses del fabricante, por lo que hay que adaptarla a los intereses dominantes. En este proceso, hay mucho juego entre bastidores y no emerge al escenario para no deslucir la verdad, con lo que la información no se libra de usar del componente desinformación, puesto que lo que desluce la verdad nunca sale a la luz. Mas tocada por la varita mágica del que tiene el poder, a lo inconveniente se le da un brochazo y queda del mismo color que la verdad. De manera que la verdad siempre resplandece, y se sirve a los creyentes para que continúen en la ignorancia, porque aquello que se impone como verdad oficial es creencia. Lo que se complementa con un proceso de concienciación masiva previa, dirigido a mantenerse fieles a cuanto el poder les pone en bandeja. Así resulta más fácil continuar con el negocio económico-politico de la minoría dominante. Una vez más, la verdad verdadera echa mano de la propaganda para que los fieles, confundidos por la verdad real no contada, que sirve de llamada al sentido común, se acojan a lo menos comprometido, lo que viene a llamarse verdad oficial.
Ante tanta imposición, habría que aclarar algo elemental, y es que esta verdad oficial, servida como verdadera, a veces, no necesariamente se corresponde con la realidad que trata de representar. La base argumental es el poder, respaldado por la fuerza, pero resulta que el poder no ilumina necesariamente la verdad, simplemente la impone sin posibilidad de contrastación empírica neutral. Lo quiere decir que es su verdad. Por consiguiente, su verdad puede ser o no ser verdadera, máxime cuando el poder ejercido actualmente desde el consocio economía-política tiene que ofrecer al auditorio apariencia para adecentar sus manejos, a fin de que no aparezcan en escena, porque así lo exige la propia naturaleza del sistema capitalista.
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