En Écija, mi pueblo, se ha adelantado este año la tradicional cabalgata de Reyes al día 4. Y no ha sido, ni mucho menos, un hecho aislado. Otras localidades y ciudades españolas como Sevilla, Córdoba, Santiago de Compostela, Mérida, San Sebastián de los Reyes o Jaén han hecho lo propio, justificando a los niños esta decisión, no por la lluvia y el viento extremo que la AEMET ha anunciado con precisión, sino por la necesidad de los magos de Oriente de tener algo más de tiempo dado que la población mundial en los últimos 80 años se ha multiplicado, pasando de los 2.500 millones de habitantes de 1950 a los cerca de 8.200 mil millones de hoy, y no pueden llegar a todos los municipios en tiempo y hora.
Más transacciones y el mismo personal, esto llevaría a cualquier empresa a “morir de éxito”. Para evitarlo, los Reyes Magos de Oriente deberían ampliar plantilla para poder dar abasto a esta nueva clientela. Podrían aliarse con Santa Claus, el ratoncito Pérez, el conejo de Pascua, la anchoíta Cobo, San Nicolás, la bruja Befana, Olentezero, Hoteiosho y otros seres ficticios para hacer una especie de “Liga de la justicia” capitaneados por Bruce Wayne o Tony Stark y de una tacada aunar los regalos de todo el mundo y así, trabajando en equipo, ser capaces de cubrir las necesidades de la humanidad.
Obviamente, nos movemos en el terreno de la ficción. En Sapiens, el imprescindible y exitoso ensayo de Yuval Noah Harari, se nos cuenta cómo el homo sapiens asaltó la cima de la evolución a través de ella. Somos la única especie capaz de establecer vínculos basados en aquello que no existe, los únicos que podemos crear historias ficticias para creer en ellas y que nos configuren como grupo, posibilitando la unión de muchos individuos en pos de un objetivo común, porque toda cooperación humana a gran escala se basa en la imaginación colectiva, ya sean mitos religiosos comunes, mitos nacionales comunes o mitos legales comunes, dado que no existen entidades como Dios, España, la Justicia o los Derechos Humanos más allá de los relatos que nos hemos inventado sobre ellos y que todos hemos aceptado para creer y configurar nuestra realidad acorde a esa ficción y poder convivir en paz.
La creación de la historia de los Reyes Magos, como tantas otras de la antigüedad, pertenece a ese momento previo a la razón, esa manera milenaria de encontrar sentido a una realidad donde la ciencia no podía todavía demostrar el universo tan empírico en el que nos encontramos. Al hacerlo, nuestros antepasados hallaban algo de calma en un mundo ignoto que los desbordaba. Algo similar sucede en el mundo de los niños, les damos explicaciones que funcionan momentáneamente gracias a su pensamiento mágico. Por fortuna y según vayan creciendo, lo irán dejando atrás, dando ese paso del mito al logos y comenzando a desarrollar toda su capacidad para enfrentarse a una realidad que, más allá de las historias fantásticas que les contaron para justificar aquello que desconocían, demuestra que los reyes ni son magos ni imbatibles al póquer.
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