En el corazón de Extremadura, tierra de herencias milenarias, yace un secreto sumergido bajo las aguas del Tajo, es el puente ferroviario diseñado por Alexandre Gustave Eiffel. Esta obra, una verdadera joya de la ingeniería del siglo XIX, refleja no solo el genio técnico del creador de la Torre Eiffel, sino también un capítulo olvidado de la historia de la región, que ahora descansa en el olvido, sumergida bajo el embalse de Alcántara.
Un proyecto ambicioso
Los problemas de comunicación de Extremadura no son de ahora, parecen haber sido de siempre, lo comprobamos sabiendo que ya en 1845, el sueño de conectar Madrid y Lisboa por ferrocarril comenzó a tomar forma. De las posibles rutas propuestas, se optó por el corredor del Tajo, enfrentando el reto monumental de cruzar el río en el vado de Alconétar. La obra era ambiciosa y fue entonces cuando Eiffel, célebre ingeniero francés, recibió el encargo de construir un viaducto que salvase este obstáculo.
La estructura, concluida en 1881, se ensambló en los talleres de Eiffel cerca de París. Se trataba de un puente metálico con celosía, compuesto por seis vanos centrales y dos laterales, con una altura de 5,40 metros y una anchura de 5,50 metros. Su peso total alcanzaba las 877 toneladas. Como era habitual en las creaciones de Eiffel, las piezas del puente se diseñaron para ser desmontadas y ensambladas con rapidez, un sistema también empleado en su emblemática torre parisina y en otras estructuras que dejó en España.
Singularidad del puente de Eiffel
El puente de Alconétar se destacaba por la claridad y elegancia de su diseño. Eiffel aplicó los principios de la ingeniería avanzada de su tiempo, combinando eficiencia estructural con un método constructivo ágil. Su diseño modular permitió un ensamblaje rápido en el sitio, evitando los prolongados trabajos in situ que requerían otras infraestructuras.
Además, la construcción fue una prueba de la durabilidad del hierro como material predominante en los puentes de la época. El uso de este metal era un adelanto técnico que ya había demostrado su eficacia en otros proyectos de Eiffel, y su ligereza permitía cubrir amplias distancias con menos soportes, garantizando un perfil estilizado y funcional.
La decadencia de una obra maestra
Sin embargo, el esplendor del puente tuvo un destino aciago. En 1925, nuevas normativas ferroviarias exigieron estructuras capaces de soportar trenes más pesados, se impuso el progreso y el puente parecía haber quedado obsoleto. Las autoridades enfrentaron un dilema, adaptar el puente metálico a los nuevos estándares, lo que prometía ser una solución costosa; o reemplazarlo. La opción elegida fue su demolición.
Este puente no solo representó una solución técnica impecable, sino que también se convirtió en un símbolo de modernidad para la Extremadura de la época. La llegada del ferrocarril a través de esta estructura marcó un antes y un después en la conectividad de la región, abriendo nuevas posibilidades económicas y sociales.
En 1933, un puente de hormigón y mampostería diseñado por Fernando del Pino, ingeniero de la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste, tomó el relevo. Aunque económico y funcional, esta nueva obra carecía de la elegancia y ligereza de su predecesora.
Restos bajo el Tajo
El desmantelamiento del puente de Eiffel no fue completo y sus pilares, testigos mudos de un pasado glorioso, permanecen todavía sumergidos bajo el Tajo, mientras que el resto de la estructura fue vendido como chatarra. Este acto de desmantelamiento borró gran parte de un legado arquitectónico que podría haber sido adaptado o preservado como monumento histórico… ¡estas cosas pasan en España...!
A pesar de su desaparición, la obra de Eiffel dejó una huella en la historia de la región y en el propio corazón del ingeniero francés, quien la incluyó entre sus once puentes más importantes al recibir la Legión de Honor en 1889.
Extremadura, una región que se ha esmerado en preservar y trasladar monumentos de gran valor, como el templo de Talaverilla o el puente romano de Garrovillas, no tuvo la misma sensibilidad con esta maravillosa creación de hierro. Su pérdida no solo significó la desaparición de un elemento arquitectónico singular, sino también el fin de un símbolo que encarnaba el progreso y la conexión entre culturas.
Bajo las aguas del Tajo, sus pilares nos hablan de una época en la que Extremadura estuvo en el centro de un cambio que transformó la manera en que España se conectaba con el mundo. El puente ferroviario de Gustave Eiffel es hoy un vestigio sumergido, un recuerdo de un tiempo en el que la ingeniería desafiaba los límites de lo posible.
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