“No veáis a Broncano, es un rojo” fue el mensaje que recibió mi hija en su móvil durante la última noche del año dentro de un grupo de adolescentes en el que se encuentra inmersa. ¡Un rojo! Ostras, tú, qué facilidad para etiquetar, qué manera tan evidente de mostrar cómo las ideas calan mucho más rápido cuando se simplifica el mensaje aprovechando léxico connotativo del pasado para radicalizar el presente.
Vivimos en un mundo extraño donde se mezcla todo y se da por buena cualquier cosa por el empobrecedor “conmigo o contra mí”. Resulta lamentable el proceso en el que hemos entrado para nombrar la realidad en función de su contrario, politizando los elementos de nuestra cotidianidad, horadando lentamente el cerebro de la gente para que se adscriban a alguna de las dos opciones, una variante de la clásica pregunta “a quién quieres más, a papá o a mamá” de la que nunca hemos salido y que deberíamos ampliar, ya que, siguiendo con la analogía parental, son necesarios los dos progenitores, así como el resto de la sociedad, para llevar a buen término la crianza. Lo mismo sucede con la población española. Somos muchos y diversos y todos deberíamos tener cabida en ella, los que prefieren a mamá y los que prefieren a papá en pos de un bien común. No somos unos contra otros. Somos todos para avanzar. Es enfermiza la manera de plantear la existencia así, ese intento de emponzoñarlo todo haciendo el máximo ruido posible impidiendo que el pensamiento fluya y ponga un poco de sensatez en un mundo podrido que avanza a pasos agigantados hacia el establecimiento de la rabia continua, aquella que se cimenta desde el odio animal y que nos aleja del raciocinio. Instalada y ampliada en los adultos, los jóvenes, que aprenden por imitación, se impregnan de ella y acaban adoptando como un mantra lo que escuchan de sus padres sin tener ni idea de lo que significa y exigen a los de su generación que no vean a Broncano, por rojo.
David Broncano puede agradar o no, faltaría más, el humor, como los gustos, son múltiples, pero no está ahí por ser rojo, ese anacronismo ramplón y malintencionado que reduce todo a “no lo veas, que es un enchufado del dictador comunista Pedro Sánchez”. Broncano está ahí porque lleva una trayectoria consolidada con un tipo de humor específico que no ha dejado de exhibir en los múltiples programas que ha hecho mucho antes de su desembarco en la 1. Aquellos que ven el color rojo por todas partes, deberían darle una oportunidad a La Revuelta y comprobar por sí mismos que, si algo tiene el formato, es su ausencia de mensaje político. Es una apuesta basada en la frescura y en la aparente improvisación, con el foco puesto en el público y en su manera de interactuar con sus invitados sorpresa, siempre expectante ante lo que pueda surgir de la gente que acude a verlo. A veces mejor, a veces no tanto, pero siempre en busca de un humor inclusivo, dando voz a personas y colectivos inusuales y a hablar de temas sociales en horario de máxima audiencia, una propuesta multicolor que va más allá del monocolor incriminatorio que llega desde el otro lado del “rojo”.
Hay que basarse en certezas y dejar atrás el pensamiento ajeno y simplón, ese eco que no es más que la repetición del rebuzno inopinado de aquellos que se quedan en la superficie y que, irónicamente, sí que están rojos, pero de ira.
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