A finales de diciembre, se celebró la Fiesta cristiana de la Sagrada Familia, el 29 de diciembre. La Familia es una institución de ayer, de hoy y de siempre, igual en lo esencial: hombre y mujer estrechamente unidos que el amor ha hecho fecundos. En algunos medios, no hay nada tan denostado como la familia; ni nada tan estimado por la gente, como la misma. En el afán de destruir la institución familiar, se la compara con otras formas de convivencia que no se parecen.
La familia es la institución más valorada. El cariño a los nuestros es indecible. Aspiramos a reproducirla, a no perderla nunca, a perpetuarla. Familia es hogar, acogida, nido, amor compartido; es cariño que se da y se recibe sin pedirlo; es solidaridad, entrega generosa, seguridad; es prolongación del ser de los padres en los hijos; es fraternidad. La propia familia es lo mejor que tenemos y por lo que el hombre y la mujer lo darían todo y se dan a sí mismos. La familia empieza en el matrimonio: la unión estable y amorosa de un hombre y una mujer que se abren a la vida. Crear una familia es vocación universal. Algunos la subliman (maternidad y paternidad espiritual) y otros, por distintos motivos, no llegan a realizarla o sufren el fracaso. La Familia es ley de vida. Todos sentimos la necesidad de ser acogidos y queridos por nosotros mismos, independientemente de nuestras cualidades o de nuestra valía personal. Esto sólo ocurre en la familia. Como a los tesoros más preciados, hemos de cuidarla, expuesta a peligros constantes en el ambiente que se respira y en la imposición forzada de ideologías erróneas que quieren imponer. La familia, aunque no sea perfecta, es una llamada al verdadero amor, que se traduce en felicidad y seguridad personal. Como afirmó el Cardenal D. Ricardo Blázquez, “fuera [de la familia] hace mucho frío”.
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