En los últimos años, se ha considerado un éxito social que un 70% de las mujeres en los países nórdicos estén integradas en el mercado laboral. Este dato suele interpretarse como un avance hacia la igualdad de género y una mejora de la calidad de vida de las mujeres. Sin embargo, esta narrativa oculta una realidad menos visible: la situación de aquellas mujeres que optan, por vocación o circunstancia, por dedicarse al cuidado del hogar y de los hijos.
Las mujeres que eligen esta opción, a menudo motivadas por una predisposición al servicio y al cuidado, enfrentan una falta de reconocimiento social y económico que pone en riesgo su seguridad a largo plazo. Al no estar vinculadas al mercado laboral formal, no tienen acceso a la seguridad social, no acumulan pensiones y no cuentan con un ingreso propio que les permita independencia financiera. Esta situación se agrava en casos de separación o divorcio, ya que, en muchos sistemas legales, los derechos de compensación o sustento suelen desaparecer cuando los hijos alcanzan la mayoría de edad. Como resultado, estas mujeres quedan en una situación de gran vulnerabilidad.
La invisibilidad del cuidado no remunerado
El trabajo de cuidado que realizan estas mujeres, si bien es esencial para el desarrollo de la sociedad, sigue siendo invisible desde un punto de vista económico. La crianza de los hijos, la gestión del hogar y el apoyo a la familia no se contabilizan en el PIB ni se valoran como contribuciones al bienestar colectivo. Paradójicamente, el mismo tipo de trabajo realizado en entornos laborales formales —como educadoras, asistentes sociales o cuidadoras— sí se remunera y se reconoce.
Repensar el éxito en clave de libertad y justicia
Es importante cuestionar si el éxito debe medirse exclusivamente por la participación en el mercado laboral o si, por el contrario, debemos buscar una sociedad que valore la diversidad de elecciones. Las políticas públicas podrían orientarse hacia el reconocimiento del trabajo no remunerado a través de sistemas de cotización voluntaria a la seguridad social, ayudas económicas directas o beneficios fiscales. En algunos países, ya existen modelos como los salarios para cuidadores o las pensiones contributivas para personas que han dedicado su vida al cuidado del hogar, pero son todavía excepciones y no la norma.
¿Hacia dónde dirigirnos?
Para avanzar hacia una sociedad más justa, es necesario reconocer que la igualdad no implica uniformidad. La libertad de elección debe ir acompañada de medidas que protejan a quienes optan por caminos diferentes, como el cuidado del hogar. En una época que valora la inclusión y la equidad, es imprescindible incorporar al debate la necesidad de dar seguridad y reconocimiento a estas mujeres, sin forzarlas a adoptar un modelo de vida que no refleje sus deseos o valores.
La verdadera igualdad consiste en garantizar que cada mujer, independientemente del camino que elija, pueda hacerlo con dignidad, seguridad y respaldo social.
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