Queremos reflexionar casi de soslayo sobre el tema del esfuerzo e intentar rebatir un mantra que, de vez en cuando, se va repitiendo por algunos sectores de la población cuando se ponen a reflexionar sobre educación, mundo del que, al parecer sabemos todos. Nos referimos a aquel que defiende la idea de que se titula con asignaturas suspensas, con lo que ello conlleva de relajación por parte de los alumnos. Si bien eso es cierto en la Educación Secundaria Obligatoria, lo cual es posible entender en tanto que es una etapa básica y comprensiva de la educación, no es así en la etapas posteriores, entre ellas en el bachillerato.
Por otra parte, y antes de entrar en detalles, la educación no hay que entenderla como una condena, sino como una ocupación a la que nos dedicamos quienes hemos optado por esta profesión durante una parte de nuestras vidas y que la concebimos como un enriquecimiento integral de la persona a la que educamos y un motivo de felicidad ante las posibilidades de socialización y aprendizaje que ello conlleva. Dicho esto, entremos en el asunto que nos importa. No es cierto que se pueda superar el bachillerato con materias suspensas, en todo caso eso es posible con una sola asignatura y de acuerdo con unas condiciones perfectamente establecidas y restrictivas:
a) Que el equipo docente considere que el alumno o la alumna ha alcanzado los objetivos y competencias vinculados a ese título. b) Que no se haya producido una inasistencia continuada y no justificada por parte del alumno o la alumna en la materia. c) Que el alumno o la alumna se haya presentado a las pruebas y realizado las actividades necesarias para su evaluación, incluidas las de la convocatoria extraordinaria. d) Que la media aritmética de las calificaciones obtenidas en todas las materias de la etapa sea igual o superior a cinco.
Como se observa tras leer las anteriores condiciones, es difícil el relajamiento o el abandono de la asignatura por parte del alumno y, una vez aclarada la confusión o malentendido, cabe alguna reflexión al respecto. Como decimos, la educación no debe ser motivo de frustración y siempre ha de posibilitar la realización personal del alumno. No es alentador para quien no es hábil en una determinada materia no determinante para sus intereses y su vocación profesional, ver truncadas sus ilusiones. A todos nos ha ocurrido no estar especialmente dotados para alguna disciplina y no por eso hemos renunciado a lo que queremos ser.
En relación con esta idea nos encontramos en alguna ocasión con algún docente que considera que su asignatura es la más importante del mundo, ese profesorado de altos vuelos que, tal vez, equivocó la elección de la etapa educativa en la que quería ejercer su oficio. Todos hemos conocido alguno de estos compañeros que han parado en seco la trayectoria académica de un buen alumno al que han dejado para septiembre con su asignatura solamente, sin mostrar el más mínimo resentimiento por ello.
Tan intransigente actitud conlleva a penosas situaciones que muestran el carácter arbitrario y azaroso de la enseñanza, en determinadas situaciones, cuando los alumnos tienen la suerte de frente o lo contrario, según el profesor o profesora que le toque en suerte. Esto sucedió en una ocasión, por poner un ejemplo, en que, en un comienzo de curso, y en el centro que dirigía, citamos a los alumnos de una de las materias de primero de bachillerato con el fin de distribuirlos entre los dos profesores que deberían impartirla a la misma hora por cuestiones organizativas, dado que la ratio era excesiva para un solo grupo. La solución salomónica adoptada por el jefe de estudios y por mí fue la de dividir la lista de aquella cuarentena, aproximada, de alumnos en dos partes más o menos equilibrada, utilizando el criterio alfabético. De la letra “a” a la letra tal para un docente y de la letra cual a la letra “z” para el otro colega. La impotencia se reflejaba en las miradas que nos cruzamos mi compañero de tareas directivas y yo, al ver la cara de desolación del grupo de estudiantes al que se le había asignado uno de los docentes y los saltos de alegría con que salían de la sala aquellos que habían tenido la suerte de caer con el otro compañero o compañera, que en este caso tampoco hay que hacer distinción de sexos.
En otras ocasiones, esa polémica situación se produce en las juntas de evaluación. Cuando allí se evidencia una disparidad de opiniones acerca de la promoción o titulación de un alumno que muestra ser un pésimo estudiante en una sola materia mientras que en las demás asignaturas es considerado un excelente discípulo y en algunos casos hasta ejemplar. ¿Es posible tal disparidad de pareceres? Sería esta una buena pregunta para dejarla en manos de quien, después de meses instruyendo al mismo alumno con el que los demás colegas han convivido también, piensa de manera diferente, extremo que no ha merecido a lo largo de ese tiempo, al menos, un instante de reflexión por su parte, de conversación y de análisis entre los integrantes de dicho equipo. Tal vez para solventar estas embarazosas situaciones sea bueno aplicar el procedimiento antes referido, y que la norma prevé, en el que se aplica cierta flexibilidad a la hora de evaluar al alumno y siempre con unas condiciones que eviten decisiones dejadas al albur y a la rigurosidad de cada cual.
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