Leer hoy las noticias locales e internacionales constituye un ejercicio de paciencia. Frente a la velocidad legislativa, que encarna un mundo jurídico cada vez más caótico porque sobran leyes, decretos, normas interpretativas, protocolos e instructivos, también circulan ideas por doquier, opiniones, polémicas. Cineastas que sin ser poetas, escritores, filólogos ni lingüistas, aunque sí hablantes por usuarios (de una única lengua), califican con figurada experiencia y sabiondez, lenguas extranjeras. Esta vez le tocó al español/castellano, como si hubiera lenguas de países “desarrollados” y lenguas de naciones emergentes. Asimismo, se observan en el mundo religiones e identidades perseguidas, en guerra o “canceladas”; textos descuidados o bien construidos, pero de contenido banal y repetido; improvisaciones gubernamentales y odio, mucho odio.
En 1984, después de mi designación en el fuero tributario aduanero, en ocasión de una visita al Vaticano durante mis vacaciones, la monja que nos recibió a mi familia y a mí, al interesarse por mi profesión y oír mi respuesta, dijo: “¡qué soberbia la de los jueces humanos, doctora!” (Huelga decir que había comparado la labor de los Tribunales con la justicia divina). Mucho después, en un encuentro fortuito con Jorge Luis Borges en la avenida Córdoba, capitalina, ante la misma inquietud y mi análoga respuesta (yo había agregado entonces que nunca dejaba de leer ni de escribir), exclamó el gran escritor: “¡Qué error ha cometido Ud., pero siga escribiendo y, desde luego como juez, trate de ser justa”.
Transcurrió el tiempo, intenté ser justa, no sólo en honor a Borges y a la monja romana. Me hice de la mejor hermenéutica posible para dictar sentencia. Pero mi inquietud se había disparado ya a niveles epistemológicos tales que no terminaba de satisfacerme el Derecho ni las teorías del Estado enseñadas en la Universidad. En efecto, ni la versión positivista de Hans Kelsen, ni la deóntica de Roberto Vernengo (heredada de Bertrand Russell, perteneciente el argentino, al Instituto de Filosofía jurídica Gioja) ni la retórica de Theodor Viehweg, ocupada en alertar sobre los tópicos jurídicos; tampoco la triádica de Werner Goldschmidt ni las teorías jusnaturalistas heredadas de Santo Tomás de Aquino, ni tantas otras, valiosas, cuyo detalle y comentario excederían esta nota, conseguían calmar mis ansias de navegar en otras aguas.
Continué ejerciendo la judicatura hasta jubilarme. Estudié otras disciplinas e insistí en la necesidad, tanto en el Derecho, como en la Ciencia, las Artes y en la propia Filosofía de descentralizar teorías, pensamiento. El lenguaje humano expresa emociones, transmite conocimiento y construye mundos. Puede ser un arma letal, pero también un puente. Esto último depende del interlocutor y del hablante, del objeto de discurso, de la naturaleza del mensaje, del conocido “bona fides”, premisa de todo diálogo real (es decir, no de la sumatoria de monólogos). Se debate, se dialoga por cuestiones. Quien lo hace “in totum” no dialoga, apenas se asoma al espejo de sí mismo… De consiguiente, desde el principio creí que debía haber un pensamiento crítico, semiológico y situado, aplicable y comprensible para la vida cotidiana de todos. Salirse, por ejemplo, de la red intelectual, expandirse en lugar de repetir lo de otros (estratagema de “autoridad” típica, la de reiterar hasta el cansancio lo ya fijado en la Historia de las ideas para auto justificar discursos); no enamorarse de modelos, sistemas, mecanicismos –tópicos, la mayoría, que responderá a intenciones de excelencia académica y docente, pero que no proporciona más que soluciones de dimensión interna, casi endogámica-.
Es que cuando se recomienda que hay que incluir al otro en tanto un pensamiento abstracto, solitario y onanista no ayuda a nada ni a nadie, no se alude solo a compartir cátedras o exponer para ser aplaudido individual o institucionalmente, sino a cotejar, criticar, corregir, comparar, descifrar, develar. Todo, para reconstruir: el texto original nunca desaparece. Es reescrito por las distintas lecturas históricas, su recepción lo dinamiza.
Me aclaro. Hacer justicia, verbigracia, reviste de la misma imposibilidad humana de aquello Real que nos invade y no podemos prever (guerras, violencia, etc.) en tanto la justicia terrenal, al ser humana y limitada a la norma y a nuestro lenguaje, es bastante restricta: la verdad de una causa es la que las partes y los fiscales pudieron probar. Para resolver, los jueces no deben modificar la ley escrita (no son legisladores), debiendo limitarse al expediente. Cuentan con herramientas específicas de interpretación, como el “sensus communis”, que incluye al contexto, las reglas hermenéuticas descriptas por los Tribunales Supremos, los precedentes y la lengua escrita (u oral en los alegatos de algunos procedimientos), que no deja de ser dinámica, si bien no hay que apartarse de la norma ni de los hechos ventilados en la causa. El Derecho se autovalida y provoca efectos directos e inmediatos. El Arte, la Ciencia y la Filosofía, no. Sin embargo, las vanguardias, los inventos científicos y las ideas siempre parten de algo. No son a-históricos.
Algunos que transitan estas disciplinas, a menudo sin advertirlo, levantan sus muros, erigen “ciudades prohibidas”: cada cual concluye según el compartimento gnoseológico que transita. El pensamiento influye así solo en el reducido ámbito de sus lectores y colegas. Por lo que jamás tendrá la “neutralidad” necesaria para allanar conflictos, mientras el ciudadano de a pie, el lego verán pura abstracción donde no hubo intención de haberla, quedando estos últimos presos de los estilos de vida impuestos (vía sugerencia) por los medios, la propaganda, la moda, la publicidad, el diseño, el turismo, etc. Una teoría, una idea, el pensamiento, como en la Ciencia, se deben al Ser, a la sociedad y a su época.
Como se supone que los pensadores, investigadores científicos y artistas operan en otra diferente dimensión, conocen más. Por lo que, por mayor educación, su responsabilidad debería ser un poco más exigida. Un buen semiólogo, un gran artista no necesariamente alcanzarán óptimos niveles de vida privada “per se”: relegar el pensar solo al claustro universitario o al laboratorio hermenéutico, al obrador, a la pantalla o al papel, es compartir la existencia narrada del lego si finalmente se acatan reglas a pura pereza en vez de convicción.
A propósito de esto del pensar, en 1988 la filósofa norteamericana Donna Haraway, nacida en 1944, crea la posibilidad del llamado “pensamiento situado” (no confundir con el situacionismo de Guy Debord). Se trataría de desentrañar la posición del pensador, del crítico, del artista, científico o investigador a fin de desvelar los tópicos que disfrazan “objetividad” en su discurso e impiden el diálogo auténtico. Difiere de la interdisciplinariedad y de la multi disciplinariedad, en sentido de que no se trata de combinar modelos, metodologías o sistemas ni de intercambiar hallazgos o conclusiones entre sí o con los demás, sino de encontrar las estratagemas retóricas existentes en cada sistema cognitivo que demuestre qué se piensa en realidad sin semblantear, y desde qué posición se lo hace.
Las reflexiones de Jacques Derrida y de Michel Foucault al respecto son sociológicas, lingüísticas. Haraway apunta a la Filosofía misma (y no excluye la Biología ni a la naturaleza). Quiere investigar sobre el modo en que se crean los textos y el pensamiento. Considera que la Filosofía tradicional de Occidente solo aportó parcialidad al ecosistema humano y de la naturaleza y propone resolverlo. Y yo estoy segura de que como ella, la monja romana y Borges estaban guiados por la Ética cuando me inspiraron con sus dichos. Pensamiento situado vendría a ser pensamiento ético, sincerado.
Ética, paradigma de los antiguos y de la modernidad que el planeta dejó atrás, suplido por tanto proyecto veloz e “inteligente”. Pero tengo aún la impresión (y vaga esperanza) de que nuestra vida cotidiana se resolverá entre todos. Y “entre todos” significa pensar para que el artesano, el lego puedan usar también herramientas de interpretación que les impida deglutir estilos de vida ajena. Sugerir, dialogar, investigar o crear sobre la base de teorías, consejos e ideas que responden a modelos supuestamente “inteligentes”, reflexivos o solo pertenecientes a la Historia de las ideas resulta cómodo, y es lo que se viene haciendo insuficientemente hasta ahora. Dormirse en los laureles, trabajar en la mera dimensión interna de la especialización…
El pensamiento “automático” quita criticidad y olvida al Ser del sujeto y las necesidades de la sociedad. No basta, en momentos de decadencia y crisis generalizada, pues, que seamos excelentes profesionales y ciudadanos probos. Debemos hacernos cargo de lo que pensamos, desde qué posición lo hacemos y si con ello ayudamos a disminuir el malestar. Vivir en una burbuja, aunque sea muy artística o loable en sus logros, es altamente desaconsejable para la supervivencia, porque a mi juicio, se está alcanzando una humanidad regresiva (reproduce la oscuridad del Medioevo) y velozmente diseñada por agendas tecno e “inteligentes”...
Pensar no debería limitarse a los aciertos en la elección de marcos teóricos e hipótesis, en las estadísticas de los numerarios ni en modelos diseñados. Y divulgar ideas, tampoco en repetir textos semantizados de otros hasta el cansancio. Más abstracto es el sistema cognitivo que “apliquemos”, menos eficiencia tendrá este para disminuir los conflictos en nuestro ecosistema.
|