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El Acuerdo de París y “esas cosas”…

Considerar que la crisis climática constituye un invento perteneciente a una agenda ideológica determinada, pues, es no querer ver
Paula Winkler
lunes, 17 de febrero de 2025, 09:56 h (CET)

Otto von Bismarck, primer ministro de Prusia, insistía en la necesidad de impedir que los tratados internacionales sobre la paz fueran meras “tiras de papel”. Se supone que esta preocupación deberían poder compartirla los presidentes, primeros ministros, parlamentarios y políticos, cuando menos de los Estados de Derecho (incluyo a las democracias de baja intensidad y todo tipo de acuerdo humanitario).


Cuando una ley local adhiere a un convenio mundial, el país lo hace suyo y este pasa a integrar su sistema jurídico. Para denunciar el tratado, es decir renunciar a la firma como Estado parte o derogar la ley de la nación que se adhirió, se supone que debe haber un porqué racional. La razón volcada en el positivismo de Hans Kelsen viene de maravillas para ejemplificar este mecanismo propio de toda civilización que evita autocracias, monarquías absolutistas, etc.


El oxímoron constituye un recurso retórico que solemos utilizar los escritores, los poetas, y las paradojas se estudian en filosofía y en los avances clínicos sobre el sujeto “psi” como muestras de algo más profundo que se esconde. Las contradicciones en el discurso constituyen a menudo falacias a desvelar y han llegado a fundar la “visión de paralaje” del pensador lacaniano eslavo Slavoj Žižek, en sentido de advertir sobre un cambio interesante en el sistema cognitivo conforme los virajes de posición en el mundo de las ideas. A su vez, las “paradoxas” que expele la lógica aristotélica se hallan en todos nosotros en tanto humanos. Nos habitan, en efecto, las luces y sombras propias de cada sujeto, su inconsciente disruptivo y ciertos pasajes-al-acto, incomprensibles para el lego. Quien lo niega no vivió lo suficiente o confundirá los cielos con la tierra, sentirá que puede controlarlo todo.


En el Derecho, sin embargo, y los tratados forman parte del llamado Derecho Internacional Público – una especialidad nada deleznable -, lo que predominan son los universos de orden. Aun cuando la libertad de expresión alcance a los poderes judiciales, existen principios para garantizar la seguridad jurídica, como reglas hermenéuticas, plenarios aplicables a los jueces inferiores, etc. De lo contrario el principio de que “la ley se presume conocida por todos” caería en saco roto, al transformarse el sistema jurídico en el “todo vale” de las anomias sociales.


Pese a que, por naturaleza, son humanas las contradicciones de algunos políticos respecto de ciertos temas (por un lado los abordan y por el otro los critican y hasta derogan principios legislados desde antaño), en el ámbito público que a todos concierne, estas paradojas no constituyen ningún mal necesario ni son disculpables. Es que un sujeto puede opinar A durante las mañanas y Z antes de irse a dormir. Esta actitud tendrá, a lo sumo, consecuencias para él o en su vida doméstica. Si lo hacen, en cambio, quienes dirigen una nación, lo que dañan es a la sociedad, se ponen en vilo el cumplimiento y la ejecución de las leyes y las sentencias firmes. A tal punto que el hartazgo produce enojo social, violentas catarsis y mucha desidia respecto del otro en la gente.                                                             

El Acuerdo de París fue suscrito, en el marco de las Naciones Unidas, en abril de 2016. No lo suscribieron Eritrea, Irán, Irak, Libia, Sudán del Sur y Yemen. Turquía adhirió después bajo la condición declamada de país en desarrollo haciendo lo propio otros países. Hoy Estados Unidos de Norteamérica acaba de abandonarlo. Es posible que lo haga también Argentina. Mediante tal Acuerdo, los Estados parte o adheridos proyectan agendas para un desarrollo sostenible del planeta: los problemas climáticos, que suscitan los meteorológicos de público y notorio y provocan graves riesgos en la seguridad alimentaria, le incumben a la humanidad, fauna y flora mundiales, sin distinción (la primera) de religiones, ideologías, patrimonio y formas de pensar. Tampoco de especies ni contexto, la flora y la fauna.


¿Será oportuno señalar que las ideas de la humanidad continúan siendo valiosas? ¿Que el nihilismo de Friedrich Nietzsche ha sido malentendido? La postura nietzscheana no es copia del cinismo escéptico de la antigua Grecia. Supera: controvierte al idealismo alemán y da lugar a todas las nuevas filosofías del lenguaje. Lecturas veloces tanto de él como del existencialismo han llevado a pensar a muchas generaciones que nada tiene sentido, todo “nadea”, en la voz – también malinterpretada de Martin Heidegger -. No hay hechos sino opiniones. Vaya a decírselo a Ud. a una familia con un hijo asesinado, a quien en vez de pan recibe palos, al enfermo terminal.


La indiferencia generalizada es una suerte de fracaso de la moral. Pero no implica que también deban ser un fracaso los compromisos y las responsabilidades que cada nación asume al firmar o adherir a un tratado, tanto más si la intención es preservar la vida. Considerar que la crisis climática constituye un invento perteneciente a una agenda ideológica determinada, pues, es no querer ver. Implica desentenderse de la ciencia y desde luego, del prójimo y de la naturaleza. Todo, con una apatía fenomenal y poco atribuible a quienes pregonan racionalidad en la política.


Señores y señoras, urge mirar. Ocuparse del universo no es una moda, una tendencia ni el producto de la alucinación de un conjunto de imberbes. ¡Se trata de un imperativo práctico! 

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