El enunciado me asalta en forma de epifanía reveladora anticipándose como una expresión más de la ductilidad cognitiva de todo un rubro generacional. A principios del S. XXI el conocimiento lo adquirimos de forma sorpresiva o atropellada y cuando no era así, la socorrida fuerza de la sinrazón o la fe tomaban el control absoluto. Es difícil creer que en aquel contexto se dieran los atributos necesarios para cualquier estímulo más allá del adoctrinamiento y la autosuficiencia personal.
La convivencia basculaba entre lo disruptivo y lo prosaico. En edificios como el de mi infancia, de tan solo cinco plantas y una estrecha entrada se concentraba toda una letanía de extrañezas. Entre ellas, la de mi amigo de aventuras que vivía en un sótano. Le envidiábamos por lo emocionante que era tener una cabaña al estilo de ‘Tom Sawyer’ pero escondida bajo el suelo. O la familia Castro, que todos sus hermanos usaban el sórdido pasillo para encuentros pugilísticos, arreglando así sus diferencias justo en el momento que regresaba del colegio y al tiempo que me cruzaba con el distinguido y culto inquilino del ático, a la postre, representante de electrodomésticos; siempre ataviado con traje de paño y una extravagante maleta. Después de todo, era mi mejor escudo en aquellos trances de terror. Ni que decir tiene, que en aquellos días no era el único riesgo por salvar.
En definitiva, son los albores de una generación que abraza diferentes realidades sociales y que a principios de los años dos mil a más de uno, probablemente en alguna organización laboral, le tocó asumir estoicamente la invitación a leer el libro: “¿Quién se ha llevado mi queso?”. Se lo imaginan, con el contador repleto de clases nocturnas y cansados de escarpar la complejidad, lastrados aún por el recuerdo vívido del estruendo de las luchas sociales y sindicales; soportar impasibles las charlas de terapia de geniecillos del positivismo tóxico para anodinos que creyeron en la necesidad de imbuirnos en los preceptos de la ‘adaptación al cambio’ para transitar de forma no traumática hacia una era futurista.
Ahora, sus primeros miembros, ya próximos a la jubilación, deberán hacer frente al logaritmo más desincentivador de su trayectoria vital: reevaluar una vez más su derecho al descanso. Esperando, eso sí, que se edite el libro que finalmente nos ayude a adaptarnos a la continua vejación política y a la dictadura del trabajo. ¡Pongan ustedes el título!
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