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La guerra es la paz

La contradicción de esta frase, que llega hasta el extremo del oxímoron, es decir, a la unión de dos palabras cuyos significados son totalmente opuestos, puede llegar a describir también a la sociedad actual
​Felipe Díaz Pardo
miércoles, 5 de marzo de 2025, 09:56 h (CET)

El desconcierto de los últimos tiempos, en donde los términos y situaciones se desvirtúan llegando a significar cosas contrarias según quien defienda determinados argumentos y juicios, me ha llevado a releer una de las novelas más importantes de la literatura del siglo XX. Me refiero a 1984, de George Orwell, distopía que, como bien ya sabrá alguno de nuestros más importantes políticos del momento, no se escribió en el año al que se refiere el título, sino allá por 1949. Suelen darse esos lapsus entre nuestros más avezados dirigentes cuando, simplemente, se dedican a repetir las palabras que el asesor ingenioso de turno le redacta para soltarlas en el momento apropiado.

            

En dicha obra, su protagonista, Winston Smith, vive en un Londres controlado por un régimen opresor, donde ningún ciudadano puede escapar al control de la vigilancia de “El Hermano Mayor”– que, como dice al comienzo del libro, “vela por ti”–. A medida que vamos leyendo, la sensación de angustia y agobio se acrecienta al ver cómo los personajes son vigilados continuamente por telepantallas instaladas en sus domicilios y cómo trabajan innumerables horas encerrados en sitios asfixiantes, todo ello sin poder expresar sus ideas y sentimientos por miedo a ser delatados por los propios amigos y semejantes con quienes conviven en los breves espacios de tiempo que les permiten descansar en comedores y otros lugares colectivos para reponer fuerzas o disfrutar de su escaso tiempo de ocio.

            

Winston trabaja en el Ministerio de la Verdad, institución encargada de las noticias, los espectáculos, la educación y las bellas artes, en donde se encarga de borrar toda huella de la Historia y de recomponerla a gusto de los gobernantes. En sus ratos libres redacta secretamente un diario, algo que no era ilegal, “pero en caso de que lo encontraran era casi seguro que lo condenarían a muerte”, como se dice en una de las primeras páginas también.

            

A la escalofriante sensación que puede producir la breve descripción hecha hasta ahora, se unen los mensajes de los eslóganes del Partido –como así denomina Owen a los mandatarios–. Aquellos están grabados en la fachada del edificio en el que está instalado el ministerio antes mencionado, en forma de “una gigante estructura piramidal de reluciente cemento blanco”, de más de trescientos metros de altura. Uno de esos lemas dice: LA GUERRA ES LA PAZ

           

La contradicción de esta frase, que llega hasta el extremo del oxímoron, es decir, a la unión de dos palabras cuyos significados son totalmente opuestos, puede llegar a describir también a la sociedad actual. En términos generales, vivimos en una aparente sensación de normalidad quienes no vivimos entre las bombas ni sufrimos directamente las penurias de unas guerras que están ahí, controladas por unos y otros, para que todo siga su curso.

            

Pero no termina ahí la paradoja, sino que hay quien quiere trastocar el sentido de las palabras y la pura realidad, haciéndonos creer que quien agrede es la víctima y viceversa. Lo triste y peligroso de todo esto es que, cuando esas ideas espurias y falsas se consoliden en la mente de la mayoría de nosotros, olvidando la verdadera realidad, tarea a la que se dedicaba el protagonista de nuestra novela como forma de subsistencia y por imposición de sus gobernantes, nos habremos olvidado del escenario original del que partíamos.

            

Tal vez sea necesario –y es la conclusión a la que llegamos para explicar tanta confusión– que, para que unos cuantos puedan vivir instalados en la comodidad que permite la modernidad, ha de haber otros que sufran las miserias de las que estamos hablando. De esta forma podríamos explicar la contradicción que encierra el mensaje que los dirigentes de la novela de Owen hacen grabar en las fachadas de sus instituciones. Una constante sensación de peligro y de lucha entre varios contrincantes es necesaria para que la paz se mantenga. “En otro tiempo –se dice en algún momento de las páginas del libro–, la guerra era, casi por definición, algo que terminaba antes o después, por lo general con una victoria o derrotas decisivas”.

            

Hoy día, cuando nos acostumbramos a ver continuamente los desastres que provoca la destrucción en los noticieros, y que se producen de manera continua a lo largo de los años, la sensación de peligro para los que comemos todos los días delante del televisor deja de ser peligrosa, como también argumenta nuestro libro.

            

Habrá, pues, que dar la razón al autor de 1984 y, tras un concienzudo y difícil ejercicio de reflexión y abstracción, concluir que la guerra es la paz. Es la única forma de mantener el equilibrio entre las mentes que nos gobiernan y los que sufrimos sus veleidades y desvaríos para que el mundo siga adelante.

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