¿Cuántas veces hemos escuchado eso de «una imagen vale más que mil palabras»? En la primera mitad del siglo XX se experimentó mucho con el poder propagandístico del cine, sobre todo en países como la Unión Soviética o la Alemania nazi. En efecto, Joseph Goebbels, la figura protagonista de El ministro de propaganda, fue un auténtico mago de la propaganda, del poder de la imagen, pues tenía claro que, como decía George Orwell en 1984, «quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado».
Esta película alemana, dirigida por Joachim Lang (Cranko, Mack the Knife), destaca por un montaje que intercala diversos documentales, material de noticias y películas de propaganda nacionalsocialista de aquella época, como la famosa El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl o El judío Süss de Veit Harlan. A lo largo de sus 135 minutos de metraje, conocemos a las personas que hubo detrás de todo aquello, no (solo) como monstruos, sino como personajes tridimensionales con un mínimo de profundidad en sus acciones.
Porque lo importante no es la verdad, sino hacer creer al pueblo que algo es verdad. Goebbels, interpretado de forma brillante por Robert Stadlober (Summer Storm, Enemy at the Gates), es dibujado como un hombre dividido entre su responsabilidad como hombre de confianza del Führer, sus deberes familiares y sus vicios y placeres (líos de faldas incluidos, por supuesto). A Adolf Hitler lo interpreta Fritz Karl (Fear of Heights, Di Patin), dotando a la figura histórica de presencia y veracidad en un papel que históricamente ha sido duro para muchos actores.
Hay que recordar que el Reich fue mucho más que imperialismo y odio racial irracional. Hablar de la Alemania nazi es hablar de su revolución industrial, de la integración del Estado en todas las grandes empresas, de una ciudadanía alemana que venía de perder la Primera Guerra Mundial y que vio, por primera vez en dos décadas, esperanza en el futuro. Otra cosa es que la manifestación de esa esperanza se tradujera en algunos de los peores horrores que la humanidad ha visto en su breve e intensa historia.
Todo el mundo conoce el término «huida hacia adelante». Lo vemos día a día en nuestra política nacional e internacional. Ante crisis comunicativas y de imagen, en vez de intentar solucionar los problemas particulares, los distintos gobiernos y administraciones buscan una cabeza de turco, una distracción sobre la que centrar la propaganda, para que se hable de eso y nos olvidemos del problema inicial. Goebbels y Hitler fueron auténticos artistas de esta disciplina, recrudeciendo sus campañas de odio contra el pueblo judío cada vez que salía al público que estaban perdiendo la guerra o algún escándalo.
La historia de la Alemania nazi, en conclusión, es la historia de un pueblo que se engañó a sí mismo. Que se repitió una mentira mil veces hasta creer que era verdad, desafiando al mundo con ese sueño del ‘Imperio más grande de la historia’ hasta que el peso de ese sueño (esto es, las otras potencias militares globales) les aplastó.
Por comparar con otra película de temática similar reciente, este film no tiene la cinematografía fascinante y claustrofóbica de La zona de interés de Jonathan Glazer, aquel drama sobre Auschwitz y sus familias gestoras. Pero El ministro de propaganda es, sin lugar a dudas, una buena película. Una mirada refrescante al lado humano del fascismo que desencadenó la última Gran Guerra. Viendo el panorama, esperemos que no vuelva a suceder. Ni en el corto plazo, ni jamás.
CONSIDERACIONES FINALES:
La película El ministro de Propaganda es una cinta que, en forma elocuente, irónica y paradigmática, nos muestra el poder que los medios de comunicación monopolizados por el Estado totalitario y su partido único ejercen para instrumentar el control masivo de las conciencias, así como el uso maquiavélico, perverso y maniqueo de la propaganda nazi sustentada en el culto a la personalidad del Führer y el mito de Hitler.
Generando en sus adeptos partidarios y en el pueblo un objeto de adoración y fascinación por la infalibilidad e inmortalidad de su líder, para el ministro de Propaganda Joseph Goebbels no se trataba de convencer y/o persuadir con ideas claras y distintas, sino más bien de seducir con la retórica demagógica y populista para lucrar y desatar la bestialidad y la irracionalidad infrahumana del pueblo alemán, con políticas oficiales de odio y violencia a fin de expulsar de Alemania a los judíos y, asimismo, exterminarlos y borrarlos de la faz de la Tierra, entendido como “la solución final”.
Porque una mentira repetida mil veces se convirtió en la verdad sospechosa para las élites nazis y, en contraparte, se tradujo en el horror para las víctimas de la guerra y los campos de concentración, conocido como el Holocausto.
El virus del fascismo crece proporcionalmente ante la fragilidad de las democracias liberales para fincar consensos con sólida legitimidad, ya que en este siglo XXI están seriamente amenazadas por la xenofobia, el nacionalismo extremo y el proteccionismo comercial.
Si bien las democracias occidentales con gobiernos de coalición pluripartidarios en Europa y en otras partes del mundo son las óptimas formas de gobierno posibles, y con todas sus imperfecciones son las democracias realmente existentes, tangibles y viables, es preferible mantener el pacto democrático pacífico e intercultural de las voluntades ciudadanas que cruzar la delgada línea roja de la normalización de la violencia, las cruzadas bélicas y la banalización del mal.
Fuentes: https://mundocine.es/critica-el-ministro-de-propaganda/ 079 BetaFilm Fuehrer und Verfuehrer, copyright © Zeitsprung Pictures SWR Stephan Pick_nofollow © A Contracorriente Films
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