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La decadencia de la persona común

Apenas cotiza como valor comercial ni desde la perspectiva política ni social, porque no resulta ser tan rentable como los grupos
Antonio Lorca Siero
martes, 18 de marzo de 2025, 12:17 h (CET)

Los grupos han tomado el poder en la sociedad consumista, amparados ideológicamente por la inteligencia capitalista y alimentados en la práctica por los operantes políticos. La consecuencia es que socialmente el individuo común, el único que debe contar en la base de una sociedad libre y verdaderamente abierta, ha entrado en proceso de franca decadencia y pende sobre él la amenaza de ser socialmente silenciado, para luego entrar en fase de liquidación como persona. Cada grupo de interés que emerge con los nuevos tiempos, lo hace argumentando la exigencia del supuesto progreso e invocando sus derechos particulares. Está claro que este progreso, a menudo de pura pacotilla, conduce a la destrucción de la sociedad, en cuanto genuina conductora de la existencia colectiva, para entregarse a la voluntad de modas, promovidas como negocio para unos pocos e ilusiones de poder para sus seguidores.


El hecho es que la persona cuenta y se publicita en cuanto de alguna manera vende en el mercado, ya sea como consumidora, perceptora de subsidios, o como consumista que gasta sin control su dinero. Los que no consumen al ritmo exigido, lo que sucede con el hombre común, carece de interés en la sociedad de mercado. De ahí, que muchos se afanen por comprar productos, vender imágenes y otros por hacer bulto en algún grupo, con la ilusión de ser reconocidos, porque individualmente no existen, y para dar fe de su existencia están las imágenes de televisión y, en general, de los medios audiovisuales. Hay en marcha un proceso de claras connotaciones mercantiles, consistente en mimar a aquellos grupos que generan importantes ingresos para el mercado, a fin de que sigan consumiendo por encima de la media, la otra cara del proyecto es el efecto que ello produce en la sociedad.


Alentar a los grupos, porque está claro su valor mercantil, tiene cierto sentido, pero ya no lo tiene tanto otorgarles derechos especiales, porque los derechos generales están reconocidos para todos en plano de igualdad. Establecer derechos especiales permite animar a la diferencia, la distinción, la clase y a la explotación del estatus. El argumento de la igualdad decae, hasta el punto de lo que el grupo reclama son privilegios y poder, para que el resto de la sociedad siga sus exigencias. Se entra en una especie de dominio grupal que viene a exigir a la sociedad que obre conforme a intereses particulares.


Este proceso, sin el apoyo material de quien tiene el poder de la organización local, no sería posible. La política de moda, fiel aliada del capitalismo, busca la obtención de sus propios beneficios al aire del mercado, en términos de un grupo más. En el sistema partitocrático, como sucedáneo operativo de democracia representativa, lo que se impone no es el interés general, sino los propios intereses del grupo político. En las sociedades que políticamente se maquillan como avanzadas, los derechos y libertades de sus ciudadanos son fundamentales, por lo que hay que dar cuerda al asunto y hablar sin parar de progreso, pero mirando a los beneficios electorales. Derechos y más derechos para todos, porque no suponen coste y revierten favorablemente en el voto para los generosos otorgantes de los mismos. Igualmente sucede con las libertades, que existen en tanto el personal se mueva dentro del redil, A efectos del voto, el grupo viene bien, basta con dedicarse a proteger sus intereses para, con cierta destreza, llevarles a comer a su mano, por la coincidencia de intereses. Con lo que el votante común pierde interés, habida cuenta que siempre queda la opción de llevarle al redil con la colaboración de los distintos artilugios para canalizar voluntades.


En definitiva, la persona común apenas cotiza como valor comercial ni desde la perspectiva política ni social, porque no resulta ser tan rentable como los grupos.

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