La evolución de la guerra en Ucrania, con la intempestiva y errática participación de Donald Trump asusta cada vez más a los gobiernos de grandes países europeos. Una clara muestra de populismo.
Ante el avance de los populismos y la adoración de personalidades fuertes –también a la izquierda: “la República soy yo”, de Jean-Luc Mélenchon-, se impone recordar que la soberanía popular no justifica todo, como tampoco haber ganado unas elecciones: el pueblo alemán eligió a Hitler, y los rusos idolatraron a Stalin. Los pueblos pueden equivocarse. Por eso, la democracia funciona mediante los equilibrios y contrapesos que configuran el Estado de derecho: una lección aprendida por Europa del avance del fascismo entre las dos guerras mundiales. Porque, parafraseando a John Locke, donde acaba el Estado de derecho, comienza la tiranía
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