Hoy, precisamente que el papa nos acaba de dejar, me parecen oportunas algunas de las principales intervenciones del, hasta hoy, papa Francisco sobre la cuestión armamentística, que creo conveniente las tengamos en cuenta. Por ejemplo que "es un hecho", había dicho Francisco en noviembre de 2017, "que la espiral de la carrera armamentista no conoce descanso y que los costes de modernización y desarrollo de las armas, no sólo nucleares, representan una partida considerable de gastos para las naciones, hasta el punto de tener que poner en segundo plano las verdaderas prioridades de la humanidad que sufre: la lucha contra la pobreza, la promoción de la paz, la realización de proyectos educativos, ecológicos y sanitarios y el desarrollo de los derechos humanos... Los armamentos que tienen como efecto la destrucción del género humano son incluso ilógicos en el plano militar".
Desde Hiroshima, en noviembre de 2019, Francisco recordaba, haciendo suyas las palabras del papa Montini, que la verdadera paz sólo puede ser desarmada: “En efecto, si queremos realmente construir una sociedad más justa y segura, debemos dejar caer las armas de nuestras manos: “no se puede amar con las armas ofensivas en el puño” (San Pablo VI, Discurso a las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965, 5). Cuando nos entregamos a la lógica de las armas y nos alejamos del ejercicio del diálogo, nos olvidamos trágicamente de que las armas, antes incluso de causar víctimas y ruinas, tienen la capacidad de provocar pesadillas, “exigen enormes gastos, detienen los proyectos de solidaridad y de trabajo útil, alteran la psicología de los pueblos”.
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