Mariano Rajoy, Albert Rivera, Pablo Iglesias, Pablo Casado, Javier Maroto, Fernando Martínez Maillo, Iñigo Errejón, Rafael Hernando, José Manuel Barreiro, Antonio Hernando, Mónica Oltra, Joan Ribó, Juan Carlos Girauta, Fernando de Páramo, La Sexta, Antonio García Ferreras, Cristina Pardo, Diario El Mundo, Lucía Méndez, José Miguel Monzón (El Gran Wyoming)...
Sólo veinte en la lista. Pero hay muchos (y mucho) más que están en la mente de todos. Políticos, algunos importantes. Periodistas, no importa su ideología ni el medio para el que trabajan. Medios de comunicación: Televisiones, radios, periódicos de papel, digitales, revistas, revistillas, panfletos, hojillas...
Prescindamos del (y mucho), que como concepto y valor también es importante, acaso más que los nombres, y fijémonos en lo que hoy no merece ser guardado (resguardado) entre paréntesis.
Todos acabaron con Rita Barberá. Puede que no de forma determinante ni totalmente, pero acabaron con ella.
“Porque Rita no somos ‘yodos’, borrón, ‘todos’, pero lo que se haga con ella nos afecta. Como nos afecta la errata que surge cuando un diablillo mecanográfico cambia la letra te por la y griega y, acaso por casualidad diabólica, convierte a la Rita enjuiciable, que puede representarnos, en algo yodado que produce alarma”.
Me permito la autocita sin excusas porque es necesario el párrafo. Lo escribí el día 23 de octubre preocupado por lo que ocurría, lo maduré durante unos días alarmado, lo di a publicar nueve horas antes de la muerte de la exalcaldesa de Valencia en un hotel de Madrid; y se publicó unos minutos antes de difundirse la noticia.
Hoy, cuando, por casualidad diabólica la muerte produce alarma y hay quien me pregunta si conocía una posible conspiración para el asesinato de Rita Barberá, me hablan de obituario anticipado por conocimientos ocultos, o sugieren acierto en el tiempo para escribir sobre el asunto, quiero señalar un par de convicciones que son fruto de hechos que son evidentes:
La que me movió a escribir el 23 de octubre, que no tiene su origen en asesinatos ni patrañas. Me alarmó el estado social y de opinión en que vivimos, en el que, junto a la norma (y hábito) social que nos hemos dado (presunción de inocencia), estábamos despreciando uno de los mayores valores personales que tenemos como hombres: la humanidad.
Y la que señaló el hoy presidente de Gobierno, en un debate ante las cámaras de televisión con el entonces candidato a la Presidencia de Gobierno Pedro Sánchez. No es necesario precisarla porque está implícita en las frases de su diálogo: «...El presidente tiene que ser una persona decente y usted no lo es» (Sánchez a Rajoy). «... Usted es joven y va a perder estas elecciones, pero de eso se puede recuperar uno. De lo que no se puede recuperar es de la afirmación ruin, mezquina y miserable que ha hecho usted aquí» (Rajoy a Sánchez).
Esos dos sucesos conducen a una certeza que es importante y merece la pena resaltar, siquiera sea como motivo de ánimo colectivo: En la comunidad humana y democrática que formamos, la realidad que detecté (y existió en el trato dado a Rita Barberá), junto a la previsión de Rajoy (sobre la consecuencia de una afirmación que calificó de ruin, mezquina y miserable) producen un efecto, que acaba con algo o parte de la entidad de los autores. Por extensión, acaso como arma de defensa, surge la esperanza, positiva, de que la sociedad, buscando la supervivencia o simplemente tratando de mejorar, acabe con los que actúen al margen de las normas sociales o atenten contra una realidad intrínseca en el hombre que es superior a toda norma: La humanidad.
Esa humanidad, que es más que social porque es intrínseca en el hombre, se concreta en la sociedad como una aspiración general de justicia. Ese afán es el que hará, ya hace, que los citados, en vez de justicieros, se conviertan en ajusticiados y pasen a formar un conjunto aborrecible que la sociedad, aunque no lo diga, ya ha hecho: Los que acabaron con Rita Barberá.
Puede que no totalmente y el futuro nos dirá hasta que punto, con el discurrir y la evolución de las carreras políticas y personales de cada uno (especialmente los más jóvenes). Pero es seguro que en la democracia que vivimos, todos los que la sociedad haya incluido en ese conjunto, de una forma u otra, total o parcialmente, ya han acabado acompañando a la senadora que fue alcaldesa de Valencia.
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