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La ilusión, la emoción y la sorpresa siguen en un rincón de nuestra memoria dispuestas a desatarse si sabemos encontrar en el recuerdo de nuestra vida la autenticidad de aquel preciso momento. Ahí queda a la vista nuestro asombro ante la aparición del prodigio, y su magia es la única realidad que nos rodea.
Tenemos unos políticos y escritores aparentemente realistas que viven en el mejor de los mundos, a no ser que sepan algo que nosotros ignoramos. No es que no tengan sueños, el problema es que no tienen pesadillas (que podrían materializarse). En esa página lapa pegada a nuestro ordenador, mezcladas con la información más banal, aparecen noticias tremebundas que mueven a dudar bien de su credibilidad, bien de su cordura, dado el resto de la información.
En la antigüedad, a quienes querían confirmar la veracidad de sus actos, se les sometía a la prueba de poner las manos en el fuego. Actualmente esta frase se suele utilizar para manifestar una plena confianza en alguien y dar testimonio de su honradez.
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