Ya sé que cuando uno habla o escribe de esta preciosa ciudad alemana casi siempre tiene que mencionar algunos de sus más conocidos atractivos turísticos. Me refiero a su famosa universidad (la más antigua del país), la plaza del mercado, sus muchos festivales, el puente de Carlos Teodoro, la intensa agenda cultural que ofrece al visitante, su castillo/palacio, el río Neckar y los paseos fluviales que pueden realizarse, la larguísima y entretenida calle peatonal Haupstrasse, la multitud de iglesias que podemos ver (como la del Espíritu Santo) o su vivo e incesante ambiente universitario.
Sin embargo, para salirme del clásico guion quiero, en estos momentos, describir en pocos párrafos mi primer encuentro con esta ciudad.
Es cierto que ansiaba acercarme desde hacía tiempo. Estaba, en un lugar preferente, en mi agenda de futuros destinos. Había oído hablar mucho de ella y era una de esas asignaturas pendientes que tenía con Alemania. Numerosos amigos viajeros me la recomendaban. No podía, pues, alargar más el momento de conocerla.
Pues bien, hace pocos días el anhelo se hizo realidad. “Deseo cumplido”.
Dice el refranero español, y qué gran verdad es, que “nunca te acostarás sin saber una cosa más”. Estas palabras son perfectamente aplicables a lo que me sucedió. Mi primer “cara a cara” con Heidelberg fue con su precioso casco antiguo al anochecer y durante época navideña. No hay que olvidar que esta localidad, como otras muchas urbes del país, se transforma por completo en esas fechas.
En diferentes plazas parecen brotar los famosos mercados navideños, tan típicos en Alemania. Puestos de todo tipo congregan a vecinos y foráneos deseosos de pasear entre ellos. Una cita ineludible a finales de año.
Unas magníficas salchichas al estilo alemán, el típico Glühwein (vino caliente especiado, tanto blanco como tinto), árboles de Navidad cuidadosamente ornamentados, pista de hielo para patinar grandes y pequeños, la representativa pirámide de Navidad (tan tradicional en estas tierras), los clásicos dulces o la compra de numerosos y diversos objetos de artesanía son, entre otras opciones, suficiente reclamo para ver estos mercados llenos y rebosantes de alegría.
Digamos que ese “espíritu navideño” se hace visible en la ciudad. Multitud de luces decorando las casas e iluminando siluetas de diferentes edificios, música de villancicos por las calles, numerosos conciertos en iglesias y escenarios preparados para la ocasión, negocios de todo tipo que cierran más tarde, objetos de artesanía de lo más dispar, creperías, pastelerías, muestras y degustaciones de la gastronomía de la zona, tiendas con diferentes tipos de infusiones o la clásica repostería acorde con estas fechas, por citar algunos ejemplos, hacen las delicias de los presentes.
Ciertamente, supera con creces las expectativas. Se habla, y mucho, de los mercados navideños centroeuropeos. Alemania no es, desde luego, una excepción.
Lo cierto es que tuve la fortuna de vivir otra faceta, para mí desconocida, de Heidelberg. Lo reconozco, me encantó.
En fin, qué más puedo pedir. Una tarde y una noche magníficas que no olvidaré. Resultó tan atrayente que guardaré mucho tiempo en la memoria ese torrente de nuevas sensaciones difíciles de olvidar.
Tocaba después descansar porque a la mañana siguiente me esperaba la Heildelberg de toda la vida. La conocida, la famosa, la célebre, la deseada. En estas fechas, con aliciente adicional: es Navidad.
Feliz Navidad. Frohe Weihnachten.
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