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Dom Fabrizio ya tiene estatua

Rafa Esteve-Casanova
Rafa Esteve-Casanova
domingo, 12 de diciembre de 2010, 08:08 h (CET)
Es que no paran, ya no se conforman con tener regatas de fama mundial frente a las playas de la Malva-rosa o El Saler, con cerrar al tráfico durante días una parte del frente marítimo de la ciudad para que los bólidos de la F-1 corran por las calles de Valencia, con una Terra Mítica en franca decadencia, con crear un edificio made in Calatrava, me refiero al llamado Ágora, que no sabemos todavía para que sirve ni con elevar un edifico operístico que a las primeras de cambio se inundó pese a ser autocalificado por las autoridades valencianas cómo uno de los mejores teatros de ópera del mundo. Ahora quieren perpetuar su paso por la política valenciana mediante monumentos y, como no podía ser de otra manera, el primero en lanzarse a ello ha sido Carlos Fabra, ese megalómano presidente de la Diputació castellonense, quien tal vez ha encargado la genial obra para ver si así le alegran los tristes días en que tiene que ir en romería a deponer en las sede judiciales.

Carlos Fabra, cada día más Dom Fabrizio, lleva en sus genes la más horrenda política caciquil que uno pueda imaginar, le viene de familia, sus antecesores ya ocuparon el mismo sillón que él ahora calienta con su noble trasero, la galería de retratos ilustres de la Diputació castellonense da buena fe de ello e incluso en Castelló hay una calle dedicada a su saga familiar. Desde hace ya demasiado tiempo este émulo de cualquier Dom viene compaginando sus labores como político con, todavía, presuntas irregularidades fiscales y con el presunto, también de momento, tráfico de influencias. La pelea con su socio destapó el tarro de las esencias, aunque el perfume emanado fuera pura pestilencia, y comenzó su paseo por los pasillos de los juzgados que, milagrosamente, iban cambiando de titular con lo que los juicios todavía duermen el sueño de los justos mientras a Don Carlos cada año, también de forma milagrosa, le toca la lotería del Gordo navideño por lo que se ve obligado a abrir cerca de un centenar de cuentas corrientes en diversas entidades bancarias, más o menos como cualquier currante.

Fabra ha tenido buenos valedores en su carrera política, cuando Aznar, nuevo “vigía de Occidente” veraneaba en Oropesa le bailaba el agua para tenerle siempre de cara, ni Zaplana ni Francisco Camps se atrevieron nunca a tomar medidas contra él, su poder es omnímodo y debe tenerles cogidos por las partes pudendas y ahora todavía más cuando tanto Camps como Fabra, junto con Ripoll, van cogidos de la mano al juzgado para ver si luego han de acudir a la sastrería a encargar un traje a rayas. Su sombra es alargada, como la del ciprés, y a la misma se han acogido parásitos de toda especie con el fin de medrar y hacer caja.

Dicen que es de bien nacidos ser agradecidos y eso es lo que ha hecho el artista Juan Ripollés a quien Carlos Fabra ha encargado, por el módico estipendio de 300.000 euros, la construcción de una escultura para ser colocada en una de las rotondas del futuro aeropuerto de Castellón- otra de las megalomanías fabrianas- y Ripollés en agradecimiento va a colocar la figura de Carlos Fabra, al fin y al cabo quien paga manda, como homenaje a tan magnífico benefactor de los castellonenses. No voy a calificar la obra de Ripollés, un pintor de brocha gorda que un día regaló la cerda de sus gruesos pinceles a sus amigos y marchó a París de donde volvió convertido en artista de pinceles más finos. En alguna foto le he visto abrigado con capa española por las frías calles del invierno neoyorquino pero su imagen desde hace años es casi la de un eremita que cubre su cabeza con un pañuelo anudado a la misma con cuatro nudos mientras en su boca lleva una rama de romero. Durante un tiempo coqueteó con la progresía y la intelectualidad socialdemócrata pero cuando vinieron mal dadas para los del puño y la rosa se apuntó inmediatamente al carro ganador de la gaviota popular consiguiendo que el IVAM expusiera su obra y hace dos años le editara un lujoso libro titulado “25 años de arte de Ripollés”. Con la excusa de que el arte no tiene ideología son muchos los que cambian la chaqueta cuando no soplan buenos vientos, se doblegan y siguen haciendo caja. Y claro luego tienen que erigir estatuas a sus mecenas, como en este caso.

Carlos Fabra, que ha anunciado que dejará la política el próximo año, tendrá su estatua dentro de un monumento de 24 metros de alto y 18 metros de diámetro, una obra faraónica y es que a los valencianos nos encanta hacerlo todo a lo grande, para hacer minucias mejor no ponerse manos a la obra. Costará 300.000 euros aportados por los impuestos de los castellonenses que atónitos han recibido la buena nueva de este dispendio en homenaje a la megalomanía del señor presidente de la Diputació mientras ven que cada vez que reclaman infraestructuras, mejor sanidad o más dinero para la educación ven como se les responde que en la caja pública tan sólo hay telarañas.

La incógnita es cómo será la figura de Dom Fabrizio en el monumento, Ripollés no es un pintor adherido al realismo y tal vez a Fabra no le guste verse con cabeza de gato o con tres ojos o cuatro piernas. Espero que el artista le saque favorecido, que resalte sus inevitables gafas oscuras y que no se le ocurra esculpirle con una férrea bola amarrada al tobillo o con una ristra de décimos de lotería en la mano, no quedaría nada bien. Yo le pondría en trance de cantar alguna de esas rancheras con las que deleita a los comensales en los postres de los ágapes que ofrece a sus innumerables amistades, es otra de sus muchas habilidades.

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