Si el Estado tiene la facultad de crear dinero, ¿cómo se entiende que acuda a bancos privados para financiarse pagando intereses por el mismo dinero que el Estado emite?
¿Por qué tolera a los bancos que creen dinero a partir de la deuda que contraen quienes solicitan créditos? Los bancos negocian las hipotecas como si fuesen dinero, generando dinero ficticio. Nuestro sistema monetario y financiero se fundamenta en la deuda elevada al infinito, y no funciona de forma equitativa.
El Estado debería retomar el control sobre el dinero y sobre la banca para poner en circulación el dinero necesario para activar la economía, y en lugar de pagar los intereses de la deuda pública con nuestros impuestos, fijar los impuestos necesarios para que el propio Estado pueda seguir funcionando.
La razón de ser del dinero es la de utilizarlo en el intercambio de bienes y servicios. Originalmente, no se contemplaba la posibilidad de obtener dinero a través del dinero. En todas las grandes religiones estas prácticas se consideraban usura y estaban condenadas. Incluso penadas con la muerte.
La mayoría de los argumentos contra la práctica de la usura eran morales, pero a medida que aumentaron las necesidades del comercio, y dado que el prestamista corría un riesgo al prestar el dinero, se consideró justo que cobrase un interés por ello.
Hoy en día estas consideraciones morales han sido arrinconadas, y parece pueril replanteárselas. Y ésta es la gran trampa en la que hemos caído todos los ciudadanos del planeta: creer que el actual sistema monetario es, irremisiblemente, el único viable.
Para crear una economía basada en el dinero libre de interés, el dinero debe ser creado y gastado por el Gobierno construyendo infraestructuras, carreteras, puentes, aeropuertos, ferrocarriles, puertos, escuelas, hospitales, etcétera. Creando dinero como valor, no como deuda. El valor de ese dinero sería igual a las infraestructuras que se pagasen con él.
Si este nuevo dinero distribuido por el Estado, no por los bancos, proporciona más comercio, requiriendo su uso, no generará inflación y proporcionará más empleo. Pero en el caso de que los gastos gubernamentales provocasen inflación en los precios, o devaluación de la moneda, habría dos posibilidades para resolver el problema.
La inflación es equivalente a un impuesto plano sobre el dinero, no importa si el valor se devalúa en un 20%, o si el Gobierno nos cobra un 20% en impuestos. El efecto en nuestro poder adquisitivo es el mismo.
Sería una solución aceptable siempre que el dinero recaudado fuese empleado en generar más riqueza a través del gasto público, y el Gobierno podría contrarrestar la inflación recaudando impuestos y retirando dinero del mercado. Así reduciría la cantidad de dinero en circulación y restauraría su valor. Para controlar la deflación, la caída de precios y sueldos, el Gobierno gastaría más dinero y generaría más empleo para reactivar la economía.
Ahora, siguiendo las recomendaciones de la Unión Europea, lo que estamos haciendo es destruir empleo y rebajar salarios, con lo cual desciende el consumo privado. Las pequeñas empresas y comercios pierden ventas, tienen que despedir a sus empleados y, finalmente, cerrar sus puertas. Y así nos hundimos más en la crisis cada día. Pero seguimos empeñados en hacer lo que nos dicen desde Bruselas y en aplicar las mismas recetas neoliberales que ya fracasaron estrepitosamente en el pasado. ¿Acaso nadie recuerda la gran Depresión de los años treinta?
Estados Unidos, ya por entonces la primera potencia mundial, sólo logró salir de la crisis cuando el Gobierno Federal asumió las riendas de la economía nacional. Y el período de mayor desarrollo económico que vivió jamás Europa se dio entre 1945 y 1973, desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, hasta la primera crisis del petróleo, cuando los diferentes gobiernos europeos se hicieron cargo de la reconstrucción del continente y de poner en marcha el llamado Estado del Bienestar. ¿Habrían logrado todo eso un puñado de empresarios y banqueros privados?
Con la ausencia de la creación de dinero a partir de la deuda contraída con bancos privados, el Gobierno tendría más control sobre el suministro del dinero en el país y los gobiernos subirían y caerían según su capacidad para mantener el valor del dinero.
El Gobierno dependería de los impuestos, como ahora, pero el dinero público llegaría mucho más lejos al no despilfarrarse pagando la deuda del Estado a los bancos privados con unos intereses abusivos, al tiempo que se entrega dinero público a esos bancos para recapitalizarlos cuando sufren quiebras o desfalcos. ¿Cómo se puede justificar semejante disparate?
No podría haber ninguna deuda nacional si el Gobierno creara el dinero que necesita para que el país funcionase óptimamente. Sería el fin de esa lacra que debemos soportar los ciudadanos, pagando unos elevados impuestos que no sirven para proporcionarnos más servicios y bienestar, sino para pagar la deuda a bancos privados.
Sería el fin del negocio de Moody’s y de todos los especuladores internacionales que viven precisamente de eso: de la usura a escala cósmica. Y por eso insisten tanto en que el Estado reduzca los servicios públicos, esos que financia con nuestros impuestos. Porque cuanto menos dinero emplee el Estado en infraestructuras y servicios públicos, más dinero tendrá para pagar los intereses de una deuda que cada vez será más astronómica al acumularse nuevos intereses sobre los anteriores. Y así… ¡hasta el infinito y más allá!
Abandonar la moneda única europea, el euro, y nacionalizar la banca, serían dos buenas medidas para recuperar parte de nuestra independencia perdida como Nación y Pueblo Soberano. Desde tiempos inmemoriales, lo primero que ha hecho una Nación al independizarse ha sido procurarse una bandera, formar un gobierno y acuñar su propia moneda.
Después de obtener su independencia de Gran Bretaña en 1783, los norteamericanos establecieron un Gobierno que rechazaba los impuestos directos y se limitaba a imprimir papel moneda para pagar las obras civiles y el mantenimiento de las infraestructuras y servicios públicos. A fin de mantener la estabilidad de los precios y el pleno empleo, el Gobierno se limitaba a controlar que el papel moneda en circulación no excediera el valor de los bienes y servicios ofrecidos por el mercado, y con este sencillo sistema, los Estados Unidos alcanzaron una envidiable prosperidad en apenas un siglo, beneficiándose de una política de precios estable en productos y servicios, y con una bajísima tasa de desempleo.
Todo esto cambió a partir del momento en que quedó instituida la Reserva Federal en 1914, y se puso el dinero del Estado en manos de banqueros privados. Desde entonces, los ciudadanos norteamericanos arrastran la mayor deuda del planeta y, claro está, no queda dinero para Sanidad Pública, tal como la entendemos en Europa, y para otras necesidades de primer orden. Los impuestos se los come la Deuda.
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