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Una democracia útil

La democracia fracasa cuando se centra en la lucha entre partidos y no en resolver los problemas
Guillermo Valiente Rosell
viernes, 17 de marzo de 2017, 11:16 h (CET)
En España sigue faltando mucha pedagogía democrática. Nos cuesta entender que votar a un partido no significa compartir todas sus ideas y defenderlo a ultranza, tan sólo supone darle una oportunidad en los próximos cuatro años. Tampoco entendemos que apoyar una causa o una movilización no significa estar de acuerdo con absolutamente todo lo que defienden quienes se movilizan, y viceversa.

No comprendemos que dentro de cada partido, sindicato, organización o movimiento social hay muchas personas, con diferentes comportamientos, opiniones e inquietudes, y que por tanto es un error criminalizar colectivos como si fueran un todo homogéneo. Al que no opina como nosotros lo consideramos un rival, no alguien con quien dialogar, negociar y pactar. Seguimos pensando que la política es fútbol y que hay que ser del Madrid o del Barça, y al enemigo ni agua.

Mientras no cambiemos nuestra forma de ver la política y continuemos malgastando nuestras energías en el eterno duelo a garrotazos, España seguirá a la deriva.

La democracia es un sistema de gobierno que debe servir para solucionar problemas, no para generarlos, y habrá fracasado si se limita a ser una mera lucha por llegar al poder. Un parlamento democráticamente elegido representa a un pueblo, y todos los partidos políticos presentes en él no son bandos enfrentados e irreconciliables, sino meras formas de expresión de las diferentes voluntades y opiniones de la sociedad.

Cuando la democracia se polariza y se centra en la lucha entre partidos en lugar de en resolver los problemas comunes entre todos, termina siendo un lastre más que una garantía para el progreso. Eso no significa que haya que dejar de lado el debate ideológico, o mejor, de las ideas, sino que simplemente éste ha de llevarse a cabo dentro de un marco de entendimiento y de respeto hacia el otro.

Por eso, los discursos que nos presentan a los políticos como enemigos no ayudan. Es mentira que seamos un gran pueblo con malos políticos. Nuestros políticos no son más que nuestro propio reflejo. Las simplificaciones y las generalizaciones en política siempre son peligrosas, pues conducen al radicalismo y a la sustitución de las propuestas por las quejas.

La historia nos ha enseñado cómo la democracia suele ser capaz de solucionar sus propios errores y cómo las sociedades que se responsabilizan de sus propios fracasos y que hacen frente unidas a los retos que se les plantean salen adelante. España ha estado siglos enzarzada en disputas civiles que no conducen a ningún lado. Sólo haciendo mucha pedagogía desde la política lograremos que la sociedad crea verdaderamente en la democracia y contribuya a su perfeccionamiento. Ése es el mejor camino para el progreso de España.

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