La leyenda que tuvo como escenario físico Cádiz, y como escenario espiritual al resto de España.
19 de marzo de 1812. España, país que hace unos años dominaba vastos territorios allende el inmenso Océano Atlántico, hoy combate por mantener su independencia de los gabachos. España, país que tres siglos antes comenzó con un periplo de conquistas imponentes, hoy es conquistada por los vecinos. España, país de países, hoy puede convertirse en una provincia. España, la de los conservadores y liberales, se une contra las tropas de un astuto corso. España…
Como es sabido, en 1804 la Revolución francesa cae en manos de Napoleón Bonaparte. Su ingenio político y militar harán de una Francia desmembrada y ensangrentada un furtivo destello de potencia. Disfrazándose de aliado, en 1808 internará a sus huestes en España, rumbo, presuntamente, a Portugal. Durante los avances, sabrá enemistar a la Familia Real hispana, y hará que Fernando VII y Carlos IV abdiquen en José I Bonaparte. La heroicidad de los madrileños y del alcalde de Móstoles terminará como una preciosa historia romántica, encharcada en la sangre de los fusilamientos del tres de mayo, como preciosamente recogería Goya. En vez de reducirse a un poema, esta hazaña matritense despertó la conciencia patria y de libertad del resto de España.
Como un solo hombre, centenas de españoles de diferentes puntos de la nación, se echaron a los campos para guerrear contra el mayor ejército del momento. Años más tarde, Galdós describiría maestramente estos capítulos de la historia ibera, dentro de los Episodios Nacionales. En Navarra, Espoz y Mina; en Salamanca, Julián Sánchez “el charro”; en Guipúzcoa, Gaspar de Jáuregui; en la meridional Málaga, Vicente Moreno; en la manchega Valdepeñas, Francisco Abad; y, en Burgos, los conocidísimos Jerónimo Merino —el cura Merino— y Juan Martín —el Empecinado—. Estos dos últimos, castellanos recios, combatieron juntos. Y continuando la leyenda española, terminada la contienda, la facción del primero terminó con la vida del segundo en Roa, escalera al sepulcro del cardenal Cisneros.
Asimismo, la invasión se perpetró con éxito. No obstante, el cansancio de los galos, la irrupción de la guerra en Rusia y el apoyo anglo-luso, lograron que el poder de los conquistadores flaqueara. En 1812, en Cádiz, sin que todo el territorio español hubiera sido liberado, se reunieron los primeros diputados. Decían representar a todas las clases sociales y a todas las provincias. Sin embargo, la dureza de la guerra impidió que todas las provincias enviaran a sus emisarios. El esfuerzo de estos españoles engendró la primera constitución liberal del mundo. Posteriormente, muchos países se mirarían en aquel texto gaditano para esculpir su Carta Magna.
Narra la leyenda que sufrió España que los napoleónicos atravesaron los Pirineos, siendo derrotados definitivamente no mucho más tarde en Weterloo, a excepción de cien centelleantes días en los que pareció que el general corso volvía a tomar las tiendas de Francia. En España, se repuso en el trono a Fernando VII, al grito de “¡Vivan las cadenas!”. Fiel a su lema, el nuevo Borbón hizo arder en la flama de la irrelevancia a La Pepa.
Años después, generales progresistas le obligarían a asumir esos preceptos. Y nuevamente, los cien mil hijos de san Luis repondrían las cadenas. Como todos sabemos, después arribaron las guerras carlistas y un puñado de constituciones que cambiaban como se cambian de apocalipsises en la prensa.
Amén del día del padre, el domingo 18 hemos de pensar en nuestra España. En todas esas cualidades que tenemos y que nos afanamos en encadenar. Es el momento de que el 19 de marzo quede como una leyenda, y no como una descripción fehaciente de nosotros. Hemos de volver a ensalzar todo eso que despierta envidias en el mundo, como la Sanidad Pública, nuestro idioma, nuestros pueblos, playas…, y cuidarlo. Hemos de acomodarnos en aquel 19 de marzo de 1812, y no en las guerras cainitas ulteriores.
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