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No existe Papá Noel

"La diferencia entre quien eres y quien quieres ser, está en lo que haces” Robert Kiyosaki. Escritor y conferencista estadounidense
César Valdeolmillos
sábado, 22 de abril de 2017, 10:53 h (CET)
No hace mucho, un catedrático amigo, se me lamentaba amargamente de la insuficiente preparación con que los alumnos llegaban a su facultad.

Es que son muchos los alumnos que carecen de la capacidad precisa para afrontar con un mínimo de posibilidades, las materias que se imparten en la facultad. La incapacidad de comprensión de estos chicos dificulta mucho el desarrollo del programa, lo que al final se traduce en un mayor índice de abandono de los estudios elegidos, lo que supone una dilapidación de los recursos públicos que pagamos todos los españoles, o cuando menos, un menor nivel de excelencia en el dominio de las materias impartidas.

Desde que se promulgara la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación (LODE) en 1985, en España solo han estado vigentes los planes de estudios establecidos por el socialismo, que si por algo se han caracterizado, ha sido por su depreciado nivel de exigencia, lo que ha dado los deplorables resultados para nuestra juventud, que todos conocemos.

No es este el momento de adentrarme en espinosa maleza de los porqué de estas políticas educativas que nos han llevado al fracaso formativo de nuestros jóvenes —notorio a nivel internacional— y de porqué el PSOE nunca ha permitido otras políticas pedagógicas que no fueran las suyas.

El hecho es que mientras el Partido Popular busca un pacto de Estado educativo, el Gobierno prepara un nuevo cambio para desmontar otra pieza de la Lomce, una ley que inicialmente fue concebida para elevar el nivel de exigencia en las aulas españolas. El Ministerio de Educación ha redactado un proyecto de real decreto, en cuyo último borrador se contempla que los alumnos ya no tendrán que sacar como mínimo un 5 en su calificación final para obtener el título de graduado de la ESO, tal y como prevé la reforma educativa del PP.

Este decreto supondría, que hasta que se alcance un pacto de Estado, los estudiantes podrán acceder a cursar los estudios de Bachillerato con una nota media de toda la ESO inferior al aprobado y con hasta dos asignaturas suspensas. Por supuesto que tampoco tendrán que aprobar la polémica reválida, que queda sin efecto.

En definitiva, que vamos a correr, cuando aún no hemos aprendido a andar.

Hace un cuarto de siglo que prestigiosas instituciones docentes, seducidas por modelos educativos menos rigurosos, más flexibles y con planes de estudios menos ambiciosos, tuvieron que cerrar debido al bajo rendimiento de sus alumnos.

No es fácil entender como sistemas educativos que fracasaron estrepitosamente hace un cuarto de siglo, quizá por un planteamiento ingenuo en aquel entonces, haya fuerzas políticas que se empecinen en seguir manteniéndolos, cuando año tras año, venimos constando el creciente naufragio de un importante porcentaje de nuestros alumnos.

Construir los cimientos del futuro de una persona, requiere seguir un plan exigente y estar dispuesto a realizar un serio esfuerzo de forma disciplinada y continuadamente. De poco sirve tener toda una colección de títulos académicos, si no se está probadamente capacitado para ejercer la actividad que en los mismos se acredita. La práctica del avestruz de esconder la cabeza debajo del ala, es como hacerse trampas al solitario. No podemos ignorar que el mercado laboral es cada día más exigente, en parte por el exceso existente en la demanda de trabajo, lo que hace que los títulos académicos se hayan ido devaluando hasta el extremo de ser absolutamente imprescindible para hacerlos valer, el haber cursado estudios complementarios de alto nivel, por medio de los conocidos masters.

Responder a lo que la sociedad requiere supone siempre un esfuerzo considerable. Y una educación responsable ha de llevar a plantear y plantearse un alto nivel de exigencia personal.

Lo malo de los planteamientos educativos que se han venido aplicando en España desde el año 1985, es que han acostumbrado a la sociedad a conseguir el trofeo —repito: un trofeo devaluado— sin haber realizado el esfuerzo requerido para su logro.

Es una quimera engañosa, que solo conduce a la frustración, a la decepción y al fracaso como estamos constatando, el confundir las apetencias y aspiraciones con la realidad imperante.

Muchos son los que califican de legítimas las aspiraciones individuales o colectivas, y efectivamente lo son, siempre que no esperemos que estas apetencias nos caigan por el hueco de la chimenea traídas por Papá Noel.

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