Escucho, entre sorprendido y preocupado, la polémica que se ha suscitado en torno a las azafatas deportivas por su vestimenta.
Más allá de la torpeza en el torneo Conde de Godó de no permitir que las azafatas complementaran el uniforme oficial cuando las temperaturas bajaban o por la noche, hemos entrado en una espiral retroactiva y muy ridícula. Se ha puesto de moda la reivindicación constante de la mujer más por el hecho de ser mujer que por sus propios méritos que son sobrados. Protestas que parecen, muchas veces, más un acto de oposición constante, sin importar la causa, que una defensa real de la mujer.
Por ejemplo, y ya que hablamos de tenis, la moda, que como tal se ha expandido entre la sociedad, de igualar los premios del circuito femenino WTA y del masculino ATP. Esto, evidentemente, más que un acto de igualdad de género, es un populismo- ya que está tan en boga el término- . Me explico, para empezar las audiencias de la ATP son mayores que las de la WTA y para continuar los torneos masculinos de grand slam se juegan a 5 sets y los de las mujeres a 3. Por lo tanto, lo que se supone que es un acto de igualdad de género, no es más que un escaparte incongruente.
Nadie concebiría que las estrellas de baloncesto o fútbol femeninas cobrasen como las masculinas, y no por ser mujeres, sino porque generan mucho menos. Eso no es una cuestión de discriminación, sino de productividad. Lo mismo sucede con los cupos de algunas formaciones políticas, donde colocan y encima presumen de hacerlo, a una mujer en el puesto más por su género que por sus habilidades. Eso, a mi entender, no exalta ni defiende a la mujer. La degrada. La mujer tiene que poder competir en igualdad de condiciones para poder acceder a cualquier puesto, pero ese puesto debe ganárselo por sus méritos aquella persona que más condiciones tenga independientemente de su sexo.
Una vez dicho esto, retomemos el tema de las azafatas deportivas. Por ejemplo, en Jerez de la frontera se ha prohibido a las azafatas del tradicional gran premio de motociclismo vestir como lo han venido haciendo. Es decir, de una forma sensual, que resalta la estética de su cuerpo. Como a muchas mujeres occidentales les gusta vestir. Como suelen arreglarse para salir cualquier día de su vida. Pero al margen de lo que hagan, o no, en su vida privada, si siguiéramos esta pauta deberíamos prohibir a las tenistas jugar con minifalda, los desfiles de modelos, especialmente de ropa interior, miles de escenas de cine, de televisión, ir a cada mujer al trabajo con falda, al menos con faldas cortas… Es muy propio del ser humano querer ser reconocido y admirado por las habilidades en las que uno destaca. Querer ser mirado por unas condiciones estéticas no es en absoluto denigrante, ni anula otras facultades que pueda tener la persona.
De esta nueva reivindicación excesiva y absurda a las prohibiciones en el ámbito privado no hay más que unos años de diferencia. Eso implicaría reformular, o mejor dicho deshacer, los mismos logros que las feministas han revindicado durante siglos. Lo que demuestra que esta nueva moda es más un acto de llevar la contraria a lo que sea y de dar carnaza a las masas que de defender realmente a la mujer. Cuidado con estas modas, que pueden destruir los logros que han costado tanto conquistar y devolvernos al pasado fundamentalista. Entonces, sin duda, estos feministillas alzarán la voz en forma de protesta y se autoproclamarán adalides de la defensa de la mujer. ¿Será verdad, como dice Vargas Llosa, que el paraíso esta siempre en la otra esquina, y que nunca queremos lo que tenemos?
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