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Urbanidad y respeto

Los padres deben imponer límites a sus hijos, desde el afecto bien entendido
José Manuel López García
martes, 16 de mayo de 2017, 00:11 h (CET)
Para que no se den casos en los que los hijos se convierten en auténticos dictadores o tiranos. No es buena la educación autoritaria de hace treinta o cuarenta años, pero tampoco es coherente aplicar a los hijos la permisividad y la sobreprotección, sin disciplina. Lo dicen los psicólogos que son los expertos en las cuestiones de conducta.

Los padres pueden ser cálidos y afectuosos con sus hijos y también deben poner límites claros a sus comportamientos. Las buenas formas de contestar, el orden, el respeto y la urbanidad hacia los demás son algo fundamental y no algo secundario o prescindible. Y no es extraño que sea cierto que una educación blanda y permisiva es el inicio de una adolescencia desastrosa.

La enseñanza de buenos modales es primordial y corresponde principalmente a los progenitores. Y ya desde muy pequeños para que se vayan acostumbrando a respetar y obedecer. Puesto que, si no se realiza esta labor de aprendizaje de conductas correctas desde la niñez, al pasar unos años más, los adolescentes se pueden volver irrespetuosos y maleducados. Es triste, pero es así. Y esto lo dicen tanto psicólogos como psiquiatras.

La urbanidad es muy necesaria en la vida. Con una serie de pautas de comportamiento de sentido común se puede lograr una mejor convivencia y relación entre las personas. Somos seres sociales y, por tanto, debemos hacer hincapié en la extraordinaria importancia de la cortesía y la buena educación en nuestro trato con los demás.

Saber que es mejor caminar por nuestra derecha, que las cosas se piden por favor y otras muchas actitudes amables muestran la consideración debida a nuestros semejantes y son, en realidad, algo muy útil. Porque facilitan y propician una convivencia más feliz, agradable y armoniosa, sin duda. Bastantes problemas y dificultades tiene la propia vida para añadirle más por los malos comportamientos.Y es que comportarse de modo correcto es lo mínimo que se puede exigir.

Los menores necesitan una educación de la personalidad y no caben concesiones en esa tarea de los padres, ya que un niño busca siempre los límites e intenta sobrepasarlos y también puede superar el mayor nivel de paciencia imaginable, porque en la infancia el sentido común no ha sido adquirido ni entendido.

Por supuesto, la infancia es una etapa maravillosa de la existencia, quizás la mejor, y los niños poseen una inventiva y una capacidad de asombro y de búsqueda prodigiosas, pero esto también significa que deben ser orientados y educados de la mejor forma posible por sus padres. No pueden delegar esta tarea irrenunciable en otras instancias.

También estoy convencido de que una parte considerable de las familias educan desde pequeños en el respeto y los buenos modales, pero otras no, por diversos motivos que, a mi juicio, no están justificados. Creo que esto debería hacer reflexionar para que esto no sucediera.

Indudablemente, pueden existir otras causas que intervienen en la falta de disciplina, buena educación y buenos modales de un cierto número de adolescentes, pero la educación familiar es el factor esencial. Algo explicado por los expertos en conducta de forma reiterada. Si bien es verdad que la mayor parte de los jóvenes son respetuosos.

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