Recuerdo que años atrás un anciano luchador por la democracia me había contado que en Paraguay bajo las dictaduras anticomunistas, el solo hecho de mencionar la palabra “imperialismo” era suficiente mérito para acabar en las mazmorras del autoritarismo. Ello explica, en parte, la mutilación de los pasajes más trascendentes de la historia en la historiografía “seria” de Sudamérica.
Es curiosa la forma en que reaccionan estos historiógrafos, por lo general encumbrados por el establishment, cuando alguien indaga en lo que ellos niegan. Con más razón si se trata de fuentes cuyo origen acostumbran venerar, en este caso autores norteamericanos.
Hace pocos años, el catedrático estadounidense de periodismo Nikolas Kozloff publicó un análisis sobre los intereses norteamericanos en el Chaco, recordando la participación de los intereses petroleros en una guerra olvidada, entre Paraguay y Bolivia, hace más de siete décadas.
Kosloff había descubierto, en los cables filtrados por Wikileaks, un fuerte interés de Estados Unidos en el Chaco Boreal, e indagando sobre el tema llegó a las causas de la guerra del Chaco. La Historia a gusto del trono lo negó siempre, pero las explicaciones al interés por el Chaco tenía el inequívoco antecedente de la disputa entre la Standard Oil y la Shell, ocultas entre los pliegues de las banderas paraguaya y boliviana, en una guerra ignota y olvidada que estalló hace más de siete décadas.
Para Kosloff es absolutamente natural que un desacuerdo entre la Standard Oil y la Shell haya llevado a una guerra entre dos países antes derrotados, que habían sufrido guerras desiguales y buscaban revancha contra un adversario del mismo tamaño.
El petróleo ha sido explicación de tantas guerras y golpes de estado en todo el mundo, que hoy sería descabellado negar su protagonismo en guerras como aquella, de no ser por los sesgos impuestos por décadas de adoctrinamiento anticomunista y la filiación ideológica de los empresarios que manejan la prensa en Paraguay, adictos al colonialismo liberal.
Kosloff está muy lejos de ser el único autor estadounidense de renombre en corroborar la versión del inter-imperialismo petrolero como detonante de la última guerra de Sudamérica. El conocido autor de “Sister Carrie” y “An american Tragedy”, dos de las obras más importantes de la ficción literaria estadounidense de principios del siglo XX, había llamaba a reflexionarsobre aquello miles de paraguayos y bolivianos que se mataban unos a otros en el infierno de la guerra del Chaco, solo para dcidir si Deterding o Rockefeller habrían de quedarse con el petróleo.
Por estas fechas, hace setenta y dos años, el recordado senador Huey Long había hecho denuncias al respecto en el mismo Congreso de Washington, donde la guerra por el Chaco llegó a convertirse tema de controversia en medio de la pesimista atmósfera de la Gran Depresión. Era el 30 de mayo de 1934.
Long terminaría asesinado poco más de un año después, en una de las tragedias más controvertidas de la historia política estadounidense. En octubre del año 2014 fue estrenado un documental revelador sobre aquel episodio infame, “Sesenta y un balazos”, con versiones estremecedoras.
Los cineastas explicaron, en un festival cinematográfico realizado en Boston, las dificultades para investigar y recoger algún testimonio sobre un asesinato nunca aclarado, consumado hace más de setenta años. Aunque muchos historiadores digan lo contrario, también en Estados Unidos la versión de que Huey Long fue asesinado por intereses de la empresa Standard Oil es la que más crédito recibe por parte de quienes siguen polemizando al respecto.
La parte más interesante de la historia de la guerra del Chaco, sigue siendo un tema prohibido para quienes deberían divulgarla en las escuelas, colegios y universidades de Paraguay, y ello explica gran parte del desinterés de los estudiantes.
La historia disecada y esterilizada para servir a la buena conciencia, la que sabe utilizarla para sus fines, seguirá apelando al engaño mientras pueda porque ya sabemos que así lo manda su sagrado deber.
|