Andaba yo hace unos días en una mesa de debate cuyo eje central trataba sobre la libertad cotejada con la tradición y la doctrina musulmana. El debate vino como consecuencia de los últimos embates que, amparándose en Alá, el fundamentalismo islámico ha perpetrado contra uno de los principios esenciales de Occidente: la libertad de expresión.
Lo expresó con genial maestría Mario Vargas Llosa cuando se refería a que todas las dictaduras, ya sean de derechas o de izquierdas, practican de algún modo la censura y usan el chantaje, la intimidación o el soborno para controlar el flujo de información. Por tanto, afirmaba el escritor, se podía medir la salud democrática de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación.
Pero, además, si valoramos la influencia y la diferencia entre nuestras democracias y las de corte islamista, no es baladí afirmar que uno de los principales éxitos de nuestras democracias haya sido situar el cristianismo como religión mayoritaria sin interferir por ello en la concepción de un Estado de derecho y laico –que no laicista-. No podemos obviar que el cristianismo ha tenido una singular importancia en la implantación de las libertades y en el progreso cultural, ético y político de Occidente. Sin embargo, ¿olvidamos que ese progreso resulta imposible en otras confesiones? Y es que tal vez se deba a que muchas confesiones tienen su mayor enemigo en sus propios dogmas. Veamos si no lo ocurrido en los últimos años. Primero fue Dinamarca, cuando el diario danés Jyllands Postem publicó una caricatura de Mahoma con un turbante con forma de bomba. Como consecuencia, el periódico sufrió amenazas de grupos islamistas y varias personas murieron en altercados en Afganistán por este episodio. O el asesinato del realizador holandés Theo Van Gogh, cuyo único delito fue denunciar la sumisión de la mujer en el islam, realizando con tal fin un cortometraje en el que aparecía una musulmana semidesnuda con frases del Corán escritas en su piel. O la protesta contra el canal Nessma TV, que emitió la película franco-iraní Persépolis, considerada blasfema por grupos islamistas, debido a que en una de las escenas aparece Dios hablando con una niña.
Ahora el tema surge de nuevo en Francia con una virulencia preocupante al publicarse en la revista Charlie Hebdo -archiconocida en toda Francia debido al tratamiento desvergonzado que ofrece de las personalidades políticas y religiosas- de una portada del profeta Mahoma (Charia Hebdo) referida a la Sharia, la ley islámica. Pecado más que suficiente para que su redacción en París fuese atacada con cócteles molotov quedando totalmente destruida.
Y mientras tanto parece que queramos mirar este asunto con la mirada habitual del buenismo más nauseabundo y no exento de una alta dosis de demagogia, como hemos podido leer en buena parte de la prensa española estos días. Porque claro, el terrorismo y el fundamentalismo islámico no son más que el resultado de una reacción de odio al imperialismo norteamericano, que como bien señalaba Jean-François Revel en su magistral ensayo La Obsesión antiamericana, parece que es el responsable de todos los males del mundo. Siempre la mirada ciega o la mirada perversa, según se mire.
En cierto modo semejante atentado a la libertad no se debe solo al choque entre civilizaciones, como bien definió el politólogo Samuel Huntington, sino a que ese conflicto y sus consecuencias plantean también un problema moral y funcional a nuestra civilización occidental. O dicho de otra forma. Estamos entre una lucha global entre demócratas y teócratas, tal y como afirmó Salham Rushdie. Y mientras las libertades se vulneran, en este país estamos con la gansada de la Alianza de Civilizaciones, posiblemente uno de los mayores errores que deja en herencia el gobierno Zapatero en materia de política exterior. Y no solo porque se trata de un error estratégico, sino porque es un error imperdonable desde un punto de vista moral. Porque la alianza no debería ser entre civilizaciones, sino entre individuos civilizados.
Pero me temo que entre la cobardía de la derecha, que vende su ideario y sus principios para no ofender a la izquierda, y la ignorancia de una izquierda que se quedó anclada entre el espíritu de la Cheka, el marxismo más decadente y el comunismo bolchevique e incapaz de modernizarse, no somos conscientes de que nuestra libertad de expresión está siendo erosionada por un fundamentalismo islámico que se está colando por las rendijas de nuestra democracia para destruirla desde dentro. Nada nuevo. Es la historia del totalitarismo desde in illo tempore. Por desgracia, se empieza negando la realidad y se acaba de rodillas ante el totalitarismo sin saber los motivos de tal claudicación.
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