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¿Se acuerdan de Millet?

A veces el silencio resulta ensordecedor
Javier Montilla
lunes, 5 de diciembre de 2011, 07:55 h (CET)

 En otras ocasiones el silencio encuentra reductos por donde la libertad encuentra su forma de expresarse. Hay también silencios infectos, silencios con muchas palabras, silencios cómplices, silencios de la nada, silencios del miedo, silencios que gritan. Y también silencios que, como en Cataluña ocultan casos siniestros. Me refiero obviamente al silencio sobre el caso Millet.

Durante años, los catalanes creíamos que vivíamos en un cuento feliz en forma de oasis con aguas estacionarias. Y así, mientras nos vanagloriábamos de criticar las corruptelas ajenas, deleitándonos con las vergüenzas de la otrora Hispania, ignorábamos o queríamos ignorar que nuestras aguas también escondían un subterfugio de trapicheos y que nuestro oasis resultaba ser más bien una charca putrefacta. Al fin y al cabo, los catalanes siempre hemos presumido, sobre todo el establishment oficial, del famoso mantra de gestionar como nadie el dinero, de tener seny, un término dotado de una honda hermosura mediante el cual los catalanes expresamos el sentido común. Creíamos por tanto, que vivíamos en una falsa Pax Sempronia, derrumbada por completo por la terrible obsesión de nuestra casta política de culpar sempiternamente a Viriato, con bigote o con talante, y de llevar las riendas del Reino por el camino de la corrupción y el expolio. Y de esta forma tras una antológica intervención de Maragall en el Parlament acusando a CiU -micrófono en mano- de llevarse el 3%, el respetable se llevaba las manos a la cabeza a la par que en los despachos se hacía un posterior pacto de silencio entre caballeros para evitar que saliera a la opinión pública los desmanes transversales. La imagen del oasis ante todo.

Así que llegó el apagón informativo y este país parafraseando a Gómez de la Serna tenía tan mala memoria que se olvidó de que tenía mala memoria y se acordó de todo. Pero había que tapar las vergüenzas, sin éxito. ¿Se acuerdan del juez corrupto Lluís Pascual Estevill, ex vocal del Consejo General del Poder Judicial a propuesta de CiU? El mismo que reconoció que cometió varios delitos de cohecho y desveló una trama de intereses monetarios en la que participaban él y los abogados Juan Piqué Vidal y Juan Vives. ¿Olvidamos el escándalo de Banca Catalana con la plana mayor del pujolismo de por medio? ¿Olvidamos a Javier de De la Rosa, el modelo incorruptible de empresario catalán, que fue condenado por apropiarse de manera indebida de 68 millones de euros de la empresa Gran Tibidabo, de la que fue presidente? ¿O del ex consejero de economía Jordi Planasdemunt condenado por una descomunal estafa con pagarés falsos de la sociedad financiera BFP siendo director del Instituto Catalán de Finanzas? Eso en un lado del espectro. Pero si nos vamos a la calle Nicaragua, sede del PSC, ¿se acuerdan de la financiación ilegal del caso FILESA o del caso Pretoria, transversal hasta la médula y con implicados de ambos partidos?

Con todo, como estos asaltos a la siciliana estaban muy alejados antropológica y culturalmente de los espectáculos titiriteros de las operaciones Malayas y Cía., con la Pantoja, la Campanario y el Cachuli en el ojo del huracán protagonizando miles de minutos de la telebasura patria y de los medios de la Villa y Corte, se creía que tenían patente de corso, puesto que en el oasis somos diferentes. El nuestro es un me lo llevo de esmoquin y de haute costure, de noches en la Costa Brava, muy alejado del folclore y las fiestas veraniegas de la España cañí.

Pero que no nos engañen. Son los mismos que se excusan en un cobarde victimismo para ir pasando el cepillo al opresor español, sin hacer autocrítica. Son los mismos que han abierto fantasmagóricas embajadas catalanas mientras recortan en Educación y en Sanidad. Son los mismos que, como un alto ex cargo de un partido independentista, se jactan de amenazar despóticamente a los indignados que se expresan en castellano en sus reivindicaciones que no se equivoquen en el mapa y que protesten e insulten en su país –léase España-. Todo por no dirigirse a los diputados en la lengua de Cambó. Son los mismos que esconden sus trapicheos y colocan a sus congéneres bajo el paraguas de la normalización lingüística y el Fem País. Son los mismos que nos están hundiendo y que son responsables de que Cataluña represente casi el 30% de la deuda del Estado.

Pero esto no importa. Porque mientras parte del pueblo se crea el mito de que Madrid nos esquilma en exclusiva no nos enteramos del desfalco aborigen. Al fin y al cabo, ya decía Eurípides que cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero le vuelven ciego. Y nada como tener la televisión pública como aliada. ¿Será casualidad que en TV3 se haya producido un apagón informativo desde que gobierna Convergència i Unió sobre el caso Millet y el presunto desvío de dos millones de euros del Palau de la Música Catalana, con CiU de por medio? Tal vez tenía razón Voltaire cuando decía que la casualidad no es, ni puede ser, más que una causa ignorada de un efecto desconocido.

 ¡Cuánta hipocresía! Nos llenamos la boca pensando que vivimos en un país libre, que la información es veraz y que tenemos medios libres. Que el silencio informativo y la manipulación de masas para mayor gloria de las oligarquías son cosas de regímenes totalitarios. Y visto lo visto, esto es una gran mentira. Porque hay silencios que se parecen cada día más a El día de la Marmota. Y para desgracia nuestra, siempre sale alguien como una pésima caricatura de Bill Murray, atrapado en el tiempo, repitiendo ad aetérnum  aquello de Això ara no toca.

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