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Locura angular

El rechazo por parte del Presidente Obama al oleoducto Keystone XL de Canadá al Golfo de México constituye un acto de locura nacional
Robert J. Samuelson
viernes, 20 de enero de 2012, 08:05 h (CET)
WASHINGTON -- . No es frecuente que un presidente adopte una decisión carente de cualquier virtud redentora y -- más allá del simbolismo -- ni siquiera impulse los objetivos de los colectivos que exigen su adopción. Todo lo que nos indica es que Obama está tan obsesionado con su reelección que, a través de algún tipo de cálculo político, está convencido de que aplacar a sus partidarios ecologistas va a mejorar sus posibilidades.

Al margen de la imagen de victoria pública y política, los ecologistas no van a sacar gran cosa. Detener el oleoducto no parará la explotación de los yacimientos de crudo de bituminosa, explotación a la que el ejecutivo canadiense está decidido; por tanto, no tendrá ningún efecto sobre las emisiones del calentamiento global. En realidad, la decisión de Obama se sumaría a ellas. Si Canadá construye un oleoducto de Alberta al Pacífico para exportar a Asia, desplazar todo ese crudo a través del océano mediante buques cisterna va a generar emisiones extra. También conllevará el riesgo añadido de vertido.

Ahora considere la forma en que la decisión de Obama perjudica a Estados Unidos. Como aperitivo, insulta y enemista a un aliado fuerte; obtener la futura cooperación canadiense en otras cuestiones será más difícil. Después, amenaza una importante fuente de crudo relativamente segura que, junto a los nuevos yacimientos descubiertos dentro de Estados Unidos, podría reducir (aunque no eliminar) nuestra dependencia del inestable crudo exterior.

Por último, la decisión de Obama renuncia a todos los puestos de trabajo derivados del proyecto de construcción. Hay cierto conflicto en torno a la magnitud. El promotor del proyecto Oleoductos TransCanada habla de 20.000 empleos, repartidos entre la construcción (13.000) y la fabricación de todo (7.000) desde las bombas a las consolas de control. Al parecer, esto se refiere a "años de contrato", que significa un puesto de trabajo durante un año. Si es así, la cifra real de puestos de trabajo rondaría la mitad de ese cálculo extendida a lo largo de dos años. Con independencia de la cifra, rondará los miles y sería importante en un país hambriento de empleo. Y el Keystone XL es justamente la clase de proyecto de infraestructuras de la que Obama dice ser partidario.

Los grandes ganadores son los chinos. Tienen que estar celebrando su buena suerte y preguntándose cómo pueden rechazar los locos estadounidenses un suministro energético próximo tan considerable. No hay garantías de que el crudo de bituminosa vaya a China; tendrían que construirse oleoductos al Pacífico. Pero se abre la puerta cuando el mercado natural del crudo es Estados Unidos.

Hay tres cosas que recordar a tenor del Keystone y la política energética norteamericana.

En primer lugar, vamos a consumir montones de crudo durante mucho tiempo. La Agencia de Información Energética de los Estados Unidos (EIA) calcula que el consumo estadounidense de crudo crecerá un 4% de 2009 a 2035. El incremento se producirá a pesar de las expectativas muy optimistas en torno a los reglamentos de ahorro de combustible en los desplazamientos y de los biocombustibles. Pero una población mayor (390 millones de personas en 2035 frente a 308 millones en 2009) y un mayor número de kilómetros por vehículo contrarrestan el ahorro.

Cuanto más crudo extraigamos nacionalmente e importemos de los vecinos, más protegidos estaremos de las alteraciones drásticas de la oferta global. Después de Estados Unidos, Canadá es la fuente de crudo más solvente -- o lo era hasta la decisión de Obama.

En segundo lugar, en ausencia de avances tecnológicos sustanciales, las emisiones de dióxido de carbono, principal gas de efecto invernadero, van a crecer por razones similares. La EIA calcula que las emisiones de CO2 de América crecerán alrededor del 16% de 2009 a 2035. (La EIA está actualizando sus cálculos, pero las principales tendencias probablemente no cambien). Detener la explotación del crudo canadiense de bituminosa, caso de ser posible, no afectaría a estas emisiones.

Por último, incluso si -- como aducen los críticos del Keystone -- parte del crudo canadiense fuera a refinarse en Estados Unidos y luego a exportarse, esto sería algo bueno. Las exportaciones se destinarían en su mayor parte a Latinoamérica. Conservarían puestos de trabajo en el sector bien remunerados (sí, el refinero) dentro de Estados Unidos y reducirían nuestro déficit comercial de crudo, que en 2011 superó los 300.000 millones de dólares.

Por ley, se supone que la decisión de Obama plasma "el interés de la nación". Su referente fue su interés político. El Departamento de Estado había pasado tres años evaluando el Keystone y parecía dispuesto a aprobar el proyecto hacia finales de 2011. Entonces la administración, citando la oposición al trazado del oleoducto en Nebraska, cambió de rumbo y aplazó la decisión a 2013 -- después de las elecciones.

Ahora, reaccionando al plazo legislativo fijado para adoptar una decisión, Obama rechaza la propuesta. Pero también insinúa que una nueva solicitud con un trazado modificado por Nebraska -- que ya se está negociando -- podría recibir la aprobación, después de las elecciones. De manera que el capote a los ecologistas podría ser temporal. El cinismo es pasmoso.

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