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Por qué se durmió la Reserva

"Escasa Alarma Mostrada en Primeros Momentos de Crisis Inmobiliaria", titulaba The Wall Street Journal
Robert J. Samuelson
lunes, 23 de enero de 2012, 08:24 h (CET)
WASHINGTON -- La reciente desclasificación de la transcripción de las deliberaciones en 2006 del principal órgano legislativo de la Reserva Federal suscitó un pequeño circo mediático. "Escasa Alarma Mostrada en Primeros Momentos de Crisis Inmobiliaria", titulaba The Wall Street Journal. The Washington Post convenía: "Mientras se preparaba la crisis económica, la Reserva permanecía indiferente en apariencia". The New York Times reiteraba: "En la Reserva en 2006: Crisis Inminente, y Ambiente Festivo".

Las intervenciones de los integrantes del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) parecen a estas alturas desafortunadas. El primer encuentro en 2006 fue el último del gobernador saliente de la Reserva Alan Greenspan. Janet Yellen -- la secretario por entonces del Banco de la Reserva Federal de San Francisco y hoy vice de la Reserva -- decía "la situación que deja usted a su sucesor se parece mucho a una raqueta de tenis con una cabeza enorme". El Secretario del Tesoro Timothy Geithner -- por entonces director del Banco de la Reserva Federal de Nueva York -- llamaba "formidable" a Greenspan y sugería que su reputación ya sublime crecería todavía más. No había ninguna impresión de crisis inminente.

Cierto todo, pero ello invita a plantear la pregunta capital: ¿por qué? Los integrantes del FOMC no eran idiotas, no eran vagos ni estaban desinformados. Podían convocar a un masivo gabinete de economistas para realizar análisis. Y aun así, estaban desprevenidos.

No es cierto que no vieran el período de crecimiento inmobiliario ni que no se dieran cuenta de que estaba acabando. En la primera sesión de 2006, un responsable económico de la Reserva destacaba que "nos aproximamos a un punto de inflexión del período de crecimiento inmobiliario. La pregunta preferente ahora mismo es si sufriremos (a) un aterrizaje gradual... o una contracción más acusada".

En esa misma sesión, la gobernadora del sistema de la Reserva Susan Bies advertía que los estándares crediticios para la concesión de hipotecas se habían flexibilizado peligrosamente. Explicaba que las letras de las hipotecas de tipo variable se estaban disparando. Se temía que muchos prestatarios no pudieran abonar las letras encarecidas. El lánguido crecimiento inmobiliario preocupaba a muchos funcionarios de la Reserva.

Pero ellos -- y la mayoría de los economistas privados -- no llegaron a las conclusiones idóneas. Casi nadie planteaba si el negligente préstamo hipotecario no provocaría una crisis económica generalizada, porque América no había sufrido una crisis económica generalizada desde la Gran Depresión. Una verdadera crisis financiera difiere de la caída libre de los valores, cosa común. Una crisis financiera implica la quiebra de entidades bancarias entre otras instituciones, episodios de pánico bancario en múltiples mercados y la pérdida contagiosa de riqueza y confianza.

Una crisis así no formaba parte de la experiencia en primera persona de los integrantes del Comité de Mercado Abierto -- ni de nadie. Tampoco formaba parte del razonamiento económico convencional. Dado que no se había registrado en décadas, se dio por sentado que no podía suceder. Se habían registrado burbujas inmobiliarias con anterioridad. Entre 1964 y 1966, la compraventa de vivienda de nueva construcción se desplomó un 24%; entre 1972 y 1975, un 51%; de 1979 a 1982, el 39%; de 1988 a 1991, el 32%. La caída de la construcción había alimentado desaceleraciones económicas y recesiones. De forma que la pregunta natural parecía ser: ¿estará sucediendo esto ahora? La respuesta parecía ser "no". La forma de la economía en general era fuerte. Este es el motivo más evidente de todos de que hubiera una actitud inconsciente en el Comité de Mercado.

Pero no es la principal razón, que sigue sin identificarse de forma generalizada. Desde la década de los 60, la dinámica de la legislación económica ha pretendido suavizar los ciclos de la actividad económica. Las democracias anhelan prolongadas horquillas de prosperidad, y los economistas se han disfrazado de tecnócratas con las herramientas para solventar los ciclos de crecimiento y contracción alternados propios del capitalismo pre-Segunda Guerra Mundial. Resulta que exageraron lo que sabían y lo que sabían hacer.

Se da la paradoja de la legislación económica. Cuanto más se logra prolongar los períodos de prosperidad a corto plazo, más se estimula el comportamiento desestabilizador a largo plazo entre empresas, entidades bancarias, consumidor, inversores y estado. Si creen que la estabilidad elemental está garantizada, correrán más riesgos -- suavizarán los requisitos crediticios, se endeudarán más, practicarán más maniobras especulativas, flexibilizarán la política salarial y los precios -- que finalmente desestabilizarán más la economía. Los largos periodos de prosperidad auguran crisis más acusadas.

Desde la Segunda Guerra Mundial, esto ha sucedido en dos ocasiones. Durante la década de los 60, la denominada "nueva economía" prometía que, manipulando los presupuestos y alterando los tipos de interés, se podían asfixiar los ciclos de actividad. El consiguiente período de expansión se extendió a lo largo de la década de los 60; la crisis se prolongó hasta los primeros años 80 e incluyó una inflación del 13%, cuatro recesiones y máximos mensuales del paro en el 10,8%. El episodio más reciente fue el de la denominada Gran Moderación de la Volatilidad, paralelo prácticamente al paso de Greenspan por la Reserva (1987-2006), momento en que hubo solamente dos recesiones suaves (1990-91 y 2001). Ahora atravesamos la contracción.

La Reserva estaba desprevenida sobre todo porque pasó por alto la posibilidad de un periodo de contracción posterior al decrecimiento. No se dio cuenta de que su éxito a la hora de mantener la prosperidad -- algo por lo que se entroniza a Greenspan -- podría sembrar las semillas de un fracaso más grave. Se convenció de la noción exagerada del "progreso" económico constante.

La Gran Moderación engendró a la Gran Recesión. Una implicación es que una economía cortoplacista menos estable se vuelve más estable a largo plazo al recordar a todo el mundo riesgos e incertidumbres. Sacrificar los períodos prolongados de crecimiento podría amortiguar los períodos de contracción posteriores. Pero esta noción no resulta atractiva a los economistas ni a los políticos. Irónicamente, la moraleja de la crisis económica es ignorada a propósito.

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