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Opinión
Etiquetas | The Washington Post Writers Group

Una muleta imprescindible

La gente no sabe identificarse con la perfección
Kathleen Parker
miércoles, 1 de febrero de 2012, 07:57 h (CET)
WASHINGTON -- Estando escribiendo una novela un amigo, estaba preocupado porque su protagonista fuera demasiado perfecto.
 
La gente no sabe identificarse con la perfección, decía. Para que el personaje caiga bien, tiene que tener algún defecto. Precisa de alguna tara física o alguna lesión de alguna clase para que la gente pueda identificarse con y preocuparse de él.
 
"¿Por qué no le pones una muleta?" sugerí, pensando en mi propio esguince de un accidente de automóvil hace tiempo. Y así, el personaje, un hombre prácticamente intachable por lo demás -- atractivo, despierto y con talento -- empezó a caminar con una ligera cojera en sus andares. Para el lector, fue amor a la primera muleta.
 
La literatura a menudo saca a la luz lo que la vida cotidiana oculta, y el caballero de la muleta da pistas del motivo de que la gente sea tan reacia a apoyar al candidato conservador Mitt Romney a pesar de la intachabilidad de los conocimientos de sus credenciales y sus logros. Seguimos oyendo que es "demasiado perfecto" y que los llamados "estadounidenses de a pie" no podrán identificarse con él. De hecho, hay algo ligeramente repelente en Romney.
 
Es apuesto, es rico y tiene éxito, está felizmente casado con una mujer guapa, es padre de cinco hijos fornidos y abuelo de muchos nietos. Al final de una larga jornada de campaña, su cabello sigue igual. Su camisa sigue sin arrugas y los vaqueros a la piedra le siguen quedando estupendamente. Se va a dormir como se levantó -- sin alcohol, sin cafeína, sin tacha y sonriendo a pesar de las acusaciones que se vierten en su contra.
 
¿Qué tiene de malo este tío? Nada. Lo cual es justamente el problema. A Romney podría interesarle una muleta.
 
Con el fin de humanizarle, los críticos constructivos han sugerido que sonría menos durante los debates y que trate de manifestar alguna indignación. Gracias a un nuevo asesor, se ha vuelto más agresivo y ha empezado a replicar. Incluso de esta forma, la audiencia sabe instintivamente que no es el Mitt de verdad. Simplemente no está tan cabreado, y ¿por qué debería de estarlo?
 
Ha ganado el dinero suficiente para no tener que volver a dar palo al agua. Sus inversiones obtienen millones en varios órdenes de ingresos gravables al tipo impositivo mínimo. Cuando se mira al espejo, descansa sus ojos en un rostro atractivo sin paliativos.
 
Para la mayoría de los estadounidenses de a pie, la vida es menos ordenada. La mitad se ha divorciado o se divorciará. Algún pariente es alcohólico o drogadicto. La mayoría llega a fin de mes con dificultades y no hay muchos motivos para ser optimistas. Cuando la mayoría de los estadounidenses de la generación de Romney se mira al espejo, ven a una persona con sobrepeso que no reconocen.
 
La idea de aparcar algunas inversiones en las Islas Caimán queda muy lejos del ámbito de la imaginación y la experiencia que hacen que Romney parezca sobre todo un personaje de ficción.
 
No es que Romney no conecte con la gente, como se ha dicho repetidamente. Es que la gente no conecta con él. Esto también ayuda a explicar el motivo de que el mucho menos perfecto Newt Gingrich pueda atraer apoyos contra toda razón, o al menos contra toda expectativa razonable.
 
Gingrich el monógamo en serie, cuyos matrimonios se solapan entre sí; su cuestionable ética y pompa cósmica serán familiares a estas alturas. Aunque despierto, a menudo es imprudente -- moralmente díscolo y físicamente indisciplinado. Según esas referencias, es muy parecido a cualquier otro hijo de vecino -- con defectos, pero ¿quién no?
 
Mitt Romney, ése no.
 
Metafóricamente hablando, Gingrich tiene una muleta que hace que los electores se identifiquen con mayor facilidad con él. Por razones más emotivas que racionales, nosotros los mortales imperfectos tendemos a sentirnos atraídos por otros más parecidos a nosotros que diferentes. Pero es totalmente posible que nos equivoquemos y deberíamos de examinar este patrón de comportamiento antes de elegir al presidente.
 
¿Es realmente necesario que un presidente se parezca al hombre o la mujer corrientes? Es posible querer hacer algo con la pobreza, el paro o la deuda pública sin haberlos sufrido en primera persona. Desear erradicar el cáncer no es algo que dependa de que se haya sufrido personalmente.
 
Tener mano izquierda desde luego ayuda en política. Admiramos enormemente a los que se muestran igualmente cómodos entre monarcas o entre pobres. Pero estas habilidades son menos importantes de lo que parecen en lo que respecta a solucionar problemas. A la hora de hacer cuentas, el empollón disciplinado al que se le dan bien las matemáticas y que se gana la vida dando la vuelta a empresas en quiebra puede surtir un mayor efecto paliativo sobre los males del país que alguien que, en virtud de sus propias transgresiones, empatiza con el resto.
 
Parece que la pregunta para los votantes no es si pueden perdonar sus imperfecciones a Romney, cosa que con la mayor de las frecuencias es el caso en política, sino si le pueden perdonar sus perfecciones.


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