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Maniqueismo hispano

“Cuando estar en contra de la Justicia es sinónimo de lo bueno y deseable”
Luis del Palacio
miércoles, 8 de febrero de 2012, 07:40 h (CET)
Es un fastidio que uno tenga que verse obligado a expresar su opinión sobre temas que, o bien no conoce en profundidad, o que, simplemente, le traen al pairo. Ambas cosas me ocurren a mí con el juez Garzón y su tan traído y llevado juicio.
 
Hace unos dos años escribí la opinión que me merecían sus tejemanejes cinegéticos con el entonces ministro de Justicia, un tal Fernández Bermejo, y, la verdad, ya creía que no tendría que decir nada más sobre personajes y situaciones que no me inspiran demasiada simpatía.
 
Para empezar diré que siempre sospecho de los “abanderados”, de los que se erigen (auto proclaman, en la mayoría de los casos) adalides de una causa, y son seguidos por incondicionales, como las ratas al famoso flautista de Hamelin… que, por cierto, no era otra cosa que un oportunista.
 
No conozco al juez Garzón (como, probablemente tampoco lo conozca Vd., amigo lector) y, por lo tanto, sólo puedo opinar por lo que observo, escucho y deduzco… con todas las reservas mentales que hacen al caso.
 
No creo que haya que confiar demasiado en los llamados “jueces estrella”, como, en general, tampoco en aquellas estrellas que no sean las que hay en el firmamento. ¿Un juez “estrella”? ”Estrella” ¿de qué o para quién?
 
En mi opinión –algo luterana, lo confieso- un juez ha de ser alguien recto, versado en leyes (es de esperar), a ser posible justo, y discreto, casi anónimo. Y creo  que esa imagen algo idealizada de lo que debe ser un juez está en los antípodas de lo que representa Garzón (con excepción de su conocimiento de la Ley, sobre el que no tengo ninguna duda)
 
Sé que con lo anterior y por lo que vendrá a continuación, muchos me podrán la etiqueta de “retrógrado”, “facha” o lo que sea; pero eso de convertirse de pronto en una especie de  frasco de mermelada puede tener su gracia. Adelante, pues.
 
En estos días, apoyar a Garzón es sinónimo de progresismo, de ser demócrata hasta el tuétano, de estar del lado de las víctimas del general genocida. Y, la verdad, a uno le entra ganas de sentarse al borde del camino y ver la vida pasar. Porque como te atrevas a expresar dudas o a no identificarte con tal o cual postura (la una o la otra, no existe la tercera) “vas de ala”.
 
Si no te gusta lo que representa Garzón y, como lego en la materia respetas la decisión del Supremo de juzgarle por prevaricación, eres  un “facha”. Así de simple. ¿No creen que el asunto da que pensar?
 
Pero en realidad, lo que me ha animado hoy a escribir esta columna ha sido otra columna; en realidad, dos columnas. Una publicada en el New York Times hace muy pocos días y otra, bastante más extensa, que apareció el pasado 5 de febrero en The Guardian. En ambas se da rienda suelta a ese estilo que en inglés se conoce como “patronizing” (algo así como “paternalista”), al que son tan dados los países anglosajones, sobre todo frente a aquellos que no han tenido la suerte de caer dentro de las fronteras del Imperio, o de pertenecer a él de forma vicaria, como Gran Bretaña.
 
Pero me voy a referir a la basurilla deslizada por un tal Giles Tremlett, en el otrora prestigioso diario británico. En su artículo mezcla una serie de inexactitudes y absurdos; como, por ejemplo y textualmente que “Casi cuatro décadas después de la muerte de Franco, Baltasar Garzón, el hombre que desea sacar a la luz los crímenes del régimen, es la única persona sentada en el banquillo” Como si fuera posible sentar a estas alturas a alguien que no fuese una momia o un esqueleto (con excepción de uno que se opuso al régimen, sí, pero que es sospechoso de ser responsable de un horrendo crimen en masa… y que aún vive)
 
Más tarde Mr. Tremlett nos perdona la vida (en el mejor estilo”patronizing”) afirmando que “a  la muerte de Franco se llegó a un acuerdo tácito para olvidar el pasado, que se asentaba en una mezcla de temor y de deseo de construir un futuro seguro”. Según el periodista –a punto de lanzar la reedición de su libro “Ghosts of Spain” (“Fantasmas de España”) ¡qué casualidad!- “ese acuerdo se resquebraja y este hecho lanza una sombra sobre los notables logros alcanzados por el país” (Asante sana!, bwana Giles, por sus buenas palabras)
 
Resulta incomprensible que una voz en inglés, por arrogante y oportunista que sea, se convierta en “autorizada”, aunque nos deje a los pies de los caballos ¿Cómo es posible decir, sin avergonzarse, que los magistrados que juzgan a Garzón están en connivencia con lo que representó el franquismo?
 
La mayoría de ellos, si no todos, no habrían nacido hasta bastante después de la posguerra. En mi opinión –humilde, pero firme- se trata de retorcer la realidad, amalgamando hechos, ignorando otros, para ajustarla a nuestros prejuicios y a nuestro rencor.
 
No se entiende esta chifladura general. Debería importar mucho más que se insulte a un país desde fuera y que quienes no tienen altura moral alguna para hacerlo nos den lecciones de moral y deontología, a que un juez –“estrella” o “agujero negro”, vaya usted a saber-, que indudablemente tiene asuntos pendientes con la Justicia, se siente en el banquillo y haga bueno aquello de que TODOS somos iguales ante la Ley.

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