No puede haber una verdadera justicia cuando alguien que debería ser un garante del Estado de derecho –aunque sea con la toga muy larga- se vanaglorie de burlar la ley.
Anda de los nervios la progresía regia con la condena al juez Garzón. Tal vez porque muerta la Pasionaria, Marx y demás congéneres y con una ceja depilada que ha dejado a Pilar Bardem como la matriarca de las causas perdidas, ha acogido al garzonismo como la nueva religión laica del ideario progre. Confieso que no sé qué haríamos sin esos gurús de la izquierda que nos muestran lo que es injusto y lo que no, lo que cabe en una democracia y lo que no. Ya se sabe, paseando de nuevo su superioridad moral que alegró tanto la vida a demasiadas víctimas del Gulag Ruso y los cientos de miles de repudiados por las dictaduras de Cuba y Corea del Norte, sin ir más lejos. Efectivamente, el mundo sería menos divertido sin el carnaval garzonita, que barrunta quedarse todo el año, si bien sería bastante más inteligente y sensato.
Solo hace falta ver las declaraciones de esta izquierda que, no olvidemos, en no pocas ocasiones ha bebido de las ubres del estalinismo y del chekismo - cuando las consignas eran imposiciones del tirano de turno - para entender su alergia a las sentencias que no les convienen. ¡Abajo el Estado de derecho! ¡Viva Garzón! Ese es el mantra de la izquierda furiosa que ni acata ni comparte la sentencia, en un nuevo acto de rebeldía más propia de regímenes totalitarios que de una democracia consolidada.
Pero se vuelven a equivocar. No puede haber una verdadera justicia cuando alguien que debería ser un garante del Estado de derecho –aunque sea con la toga muy larga- se vanaglorie de burlar la ley. O más bien creyéndose que la ley es él. Y ese, y no otro, es el caso de Baltasar Garzón, condenado a 11 años de inhabilitación por ordenar la interceptación de las comunicaciones que mantuvieron en prisión los principales imputados en el caso Gürtel y sus abogados. O sea, por prevaricar. Pero aquí, ofuscados en la ideología, la misma izquierda que se pone furiosa, arremetiendo contra los fascistas del Supremo, comete un tuertismo ideológico sideral y olvida lo que hizo allá por 1995, en plena investigación de los GAL, cuando rechinaba arguyendo que ningún fin, ni siquiera el de conocer toda la verdad sobre los GAL, justificaba pasar por encima de los procedimientos.
Me temo que, el aquelarre del garzonismo no deja ser otra muestra más del agit-prop habitual de la izquierda, una novena laica cuyos responsos por el alma eterna del zapaterismo parece no tener fin. Eso sí, mezclado con cierta dosis de la demagogia tradicional. En este país nuestro, donde esos líderes del dogma aún tienen cierto reconocimiento social, hay asuntos que gustan mucho a nuestros voceros patrios, como Garzón. Acaso, porque les asusta la reflexión libre, esa reflexión que tiene como consecuencia que la demagogia caiga por su propio peso. Por tanto, la condena de un juez por prevaricación no representa un fracaso de la justicia. Muy al contrario, es el éxito de nuestro Estado de derecho, competente para juzgar los excesos de un juez mal llamado estrella. Un juez cuya muerte judicial no es más que el resultado de muchos años de abusos y de creerse por encima de la ley en no pocas ocasiones.
Pero se vuelven a equivocar. No puede haber una verdadera justicia cuando alguien que debería ser un garante del Estado de derecho –aunque sea con la toga muy larga- se vanaglorie de burlar la ley. O más bien creyéndose que la ley es él. Y ese, y no otro, es el caso de Baltasar Garzón, condenado a 11 años de inhabilitación por ordenar la interceptación de las comunicaciones que mantuvieron en prisión los principales imputados en el caso Gürtel y sus abogados. O sea, por prevaricar. Pero aquí, ofuscados en la ideología, la misma izquierda que se pone furiosa, arremetiendo contra los fascistas del Supremo, comete un tuertismo ideológico sideral y olvida lo que hizo allá por 1995, en plena investigación de los GAL, cuando rechinaba arguyendo que ningún fin, ni siquiera el de conocer toda la verdad sobre los GAL, justificaba pasar por encima de los procedimientos.
Me temo que, el aquelarre del garzonismo no deja ser otra muestra más del agit-prop habitual de la izquierda, una novena laica cuyos responsos por el alma eterna del zapaterismo parece no tener fin. Eso sí, mezclado con cierta dosis de la demagogia tradicional. En este país nuestro, donde esos líderes del dogma aún tienen cierto reconocimiento social, hay asuntos que gustan mucho a nuestros voceros patrios, como Garzón. Acaso, porque les asusta la reflexión libre, esa reflexión que tiene como consecuencia que la demagogia caiga por su propio peso. Por tanto, la condena de un juez por prevaricación no representa un fracaso de la justicia. Muy al contrario, es el éxito de nuestro Estado de derecho, competente para juzgar los excesos de un juez mal llamado estrella. Un juez cuya muerte judicial no es más que el resultado de muchos años de abusos y de creerse por encima de la ley en no pocas ocasiones.
|