Créeme Toñi si te digo que tus palabras en el juicio por el asesinato de tu hija en Santa Pola a manos de unos terroristas repugnantes, unos gudaris abominables, no hacen más que punzarme el corazón. Me duele tu llanto, tu impotencia y me asquean profundamente las risas y la indiferencia de sus asesinos sentados a tu espalda. Pero también me duele escucharte decir que el Partido Popular ha vuelto a enterrar a tu hija Silvia casi diez años después de aquel fatídico día en el que ETA se cruzó en tu camino. Y se me caen las lágrimas porque no puedo olvidar, aunque sé que para ti no es un alivio, que ese atentado sirviera para ilegalizar a Batasuna-ETA. Qué paradoja del destino el que la vista oral se celebrase el mismo día en que el PP se negó a secundar una iniciativa que llevaba en sus compromisos electorales. Quieren que hagamos borrón y cuenta nueva, pero algunos no queremos olvidar cómo prometieron que iban a desterrar de las instituciones a los brazos políticos de ETA, Bildu y Amaiur. A los mismos que seguramente abrían botellas de cava mientras tu hija agonizaba en el hospital. ¡Qué terrible traición! Y sobre todo, ¡qué miseria moral! Esos mismos que ahora alardean en llamarnos la extrema derecha, victimistas o agitadores de propaganda, desconocen seguramente lo que para algunos significa la honradez intelectual o la búsqueda sin contemplaciones de la justicia para todas las víctimas del terrorismo. Esa misma justicia por la que tú, Toñi, llevas tantos años peleando incansablemente.
Eso es lo que se ha negado a hacer el Partido Popular. Ese (ex) partido que hasta no hace muchos años era el de María San Gil, el de Carlos Iturgaiz, el de Miguel Ángel Blanco o el de José Antonio Ortega Lara. El partido al que muchos admirábamos, independientemente de nuestras ideas, aunque sólo fuera porque era un partido con demasiados héroes que se jugaban cada día su vida por la libertad. Y vaya que si se la jugaron.
Admiro, Toñi, cómo has relatado entre sollozos que el atentado no te quitó ni una pierna ni dos dedos, sino el alma y el corazón. ¿Cómo pudiste sacar las fuerzas para desafiar con la mirada a los asesinos de tu hija con una dignidad que ellos jamás tendrán? Hoy nueve años después, Toñi, yo tampoco quiero olvidar a tu niña, esa niña que con sus ojos y su sempiterna risita disfrutaba rebuscando entre sus juguetes para jugar apaciblemente por los rincones de su casa. Esa niña que ojalá no hubiera formado parte en nuestros días de la vida de millares de españoles que no pueden olvidarla. Esa niña zambullida en un mundo de ingenio, fantasía y felicidad que no podía imaginar el futuro que le esperaba.
¿Cómo olvidar lo que ocurrió? ¿Cómo olvidar aquel instante en que todo se volvió oscuro y todo se movía a tu alrededor? No sabías lo que pasaba Toñi y no dudaste en preguntar a tu hermano. ¿Qué pasa, Santos? –fueron tus palabras. Fue cuando te diste cuenta de que corría un chorro de sangre por tu cara. Y de repente escuchaste a tu hija gritar tu nombre. No podías, pero tu hermano te mostró dónde se encontraba y tú corriste hacia donde estaba, cubierta de escombros. No hay nada más terrible que ver la sangre de un hijo derramada por el suelo - decía Lorca en Bodas de sangre. Me imagino Toñi, que sentiste algo parecido. Lo que no podías saber, mientras no cesabas de pedir auxilio, es que debías abandonar la casa porque había otra bomba. Te cogieron a la niña en brazos y salisteis de la casa. Pero como si de una mala argucia del destino se tratase, Silvia murió al llegar al hospital.
Ahora, esos nauseabundos asesinos se jactan de decir que los jueces que les juzgan no tienen autoridad para llevar el caso porque desconocen el conflicto vasco. ¿Pero qué conflicto? ¿Acaso Silvia, tu niñita, estaba en algún conflicto? ¿Acaso el hombre que esperaba al lado del autobús, un jubilado -que también murió- estaba inmerso en alguna guerra?
Toñi, sé que no te va a servir de consuelo, pero ten por seguro que tu testimonio, como el de todas las víctimas del terrorismo, nos engrandece como sociedad y nos dignifica. No tengas dudas de que seguiremos luchando y denunciando que se haga justicia, aunque nos conduzca al silencio más infecto. Porque algunos no callaremos y continuaremos reclamando un final del terrorismo en el que haya vencedores y vencidos, que ningún crimen quede impune y que Bildu-Amaiur-ETA – o sea la misma cosa- esté fuera de las instituciones democráticas. Os lo debemos. Porque hay tantos motivos para no callarnos como sonrisas tenía Silvia. Hay tantos motivos como las casi mil víctimas que reclaman una justicia que todavía se les niega.
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