Paró mucha gente, pero trabajó mucha más. Pese a que los convocantes, a veces, confunden, inadmisiblemente, el legítimo derecho a no trabajar durante una huelga, con un inexistente derecho a impedir trabajar. Y, lamentablemente, algunos comparsas o infiltrados, practican la salvajada que urge erradicar con contundencia.
La huelga era, principalmente, contra una reforma laboral y unos recortes gubernamentales, que cercenan muchos derechos adquiridos de los que tienen trabajo, para facilitar a los millones que no lo tienen a poder lograr un puesto para ganarse la vida. Las fuerzas sindicales velan, primordialmente, por los que ya lo tienen, olvidándose bastante de los que malviven en el paro. Por esto fue una huelga más parcial que general.
El clamor del malestar fue enorme. Porque es realmente general y afecta a toda la sociedad. Y se exteriorizó en grandes manifestaciones, mayoritariamente pacíficas, ejerciendo saludablemente un derecho de expresión colectivo, que con frecuencia no se ve bien reflejado en los parlamentos, por muy democráticamente que hayan sido elegidos.
El gran clamor callejero fue más una expresión profunda de malestar ciudadano que el rechazo de unas decisiones gubernamentales y parlamentarias concretas. El objetivo era más difuso y profuso, aunque muy íntimo y casi trágicamente sentido.
Es fácil achacarlo a un ‘sistema’ o a un ‘modelo’ social o económico; palabras, estas, que más bien sirven de comodin para disimular que no se conocen, por ahora, otros mejores o menos malos. Lo que sí está claro es que sus escandalosos abusos los pervierten profundamente. Pero estos abusos radican esencialmente en las personas, más que en sistemas y modelos, siempre mejorables.
El clamor era de malestar, profundo y generalizado. Y fue un gran clamor. El parón fue más relativo: la gente quiere trabajar, no perder el trabajo y encontrar uno los que no lo tienen. La ciudadanía dió una lección a las fuerzas sindicales: hay que acordarse de todos.
Y los gobiernos deben ser sensibles a la huelga y, sobre todo, al clamor, para, sin dejar de gobernar para el bien común, corregir los posibles fallos en sus decisiones y los muchos abusos a que, como ya se ha demostrado, dan lugar.
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